martes, 14 de junio de 2022

 

STATE FUNERAL.


Siguiendo con mi ciclo para conocer más sobre los orígenes de la Invasión de Rusia a Ucrania, Stalin murió inesperadamente en su casa el 5 de marzo de 1953 de un derrame cerebral, y esto es el centro del film.  Un sugestivo documental dirigido por el combativo políticamente, el ucraniano Sergey Loznitsa (ha dicho que ve la película como “un estudio visual de la naturaleza del culto a la personalidad de Stalin”). En lo que es un fresco de la memoria histórica soviética, una majestuosa recopilación de material de archivo de tres días de la nación más extensa sobre la Tierra (curioso ver a una tribu nómada con su tippis y en una de ellas rendir culto a una foto de Stalin (Preparado? No creo!). Una labor titánica de ensamblaje de secuencias que parten de una recopilación previa de casi 40 horas que se hizo para un documental no estrenado que se iba a llamar “The Great Farewell”. Recortado a 135 minutos en que nos acercamos a los fastos funerarios tras el fallecimiento del Tirano Stalin, un recorrido cronológico por el culto más bochornoso a la personalidad de una nación que lloraba (no se sabe por la incertidumbre que suponía, o por cariño), en los que la fabulosa edición de Danielius Kokanauskis, sumado a la de docenas de directores de fotografía que hay en los créditos, nos lleva por todo lo largo del país, por sus diferentes repúblicas, por el recibimiento a los embajadores extranjeros (de varios países comunistas, pero me llama la atención la presencia del Partido Comunista Ingles) por los hagiográficos discursos (lo que oímos no son los que sucedieron, son trascripciones de los reales), por las infinitas colas de gente que quería ver el féretro (solo vemos una vez en primer plano el rostro del bigotudo psicópata en llamativo cenital, justo antes del título sobre impresionado; entre los que rinden pleitesía al Genocida está Dolores Ibáruri ‘La Pasionaria’, la líder comunista española, la que vivió en París con la madre del asesino [por orden Stalin] del piolet de Trotski), la santificación que se profesa ante el murto (cerca del cuerpo varios artistas inmortalizando la imagen con pinturas y esculturas), por las soflamas desde la Plaza Roja de sus adláteres (que en realidad todos ellos pugnaban como pirañas por hacerse con el trono vacío), su traslado en siniestro coche de caballos escoltado por un desfile militar, y su posterior ‘deposición’ del cadáver en el Mausoleo de Leni. Es el reflejo del llanto de un pueblo por su guía espiritual.

 

Todo esto expuesto de forma ascética, diáfana, sin voz en off que de sentido narrativo a lo que vemos, sin entrevistas, sin subtítulos que, de sentido orgánico, sin que sepamos quienes son algunos personajes relevantes que aparecen, hay que venir aprendido al doc, esto ya me chirría un poco, pues Loznitsa, en su habitual estilo (al menos el que he visto en su obra “Maidan”), se pasa en no querer dar sentido didáctico a las imágenes. Aquí lo básico es el montaje del material al que se le da un sentido del momento, mezclando el b/n con el color granulado, a lo que se le añade un fenomenal trabajo de sonido para imprimir el realismo con sus efectos (todo el material de archivo recopilado era silente), los murmullos de las multitudes, las pisadas, la música clásica que oímos (Schubert, Tchaikovsky, Chopin, y  otros ), cual si fuera de los altavoces, etc. Un trabajo que penetra en el espectador por acumulación, por densidad, por reiteración, pero lo malo es que esto es, al excederse, su mayor tara, pues una vez la idea del ‘grotesco’ culto a la personalidad ha quedado patenten muchos pasajes, la secuencia sigue y continua y todavía más hasta provocar el tedio, no hay capacidad de síntesis y esto repercute en cansancio, tener que ver minutos y minutos de un desfile ante el ataúd (en la Casa de los Sindicatos en Moscú), llega un punto donde ya miras el reloj. Aunque esto se compensa con tramos brillantes, no hace que sea lo bueno que pudiera haber sido trabajar en dar solidez y no en el permanente subrayado. Hay un gran sentido humanista en cómo se exhiben enorme cantidad de primeros planos de rostros compungidos, cuando no lagrimeantes, un sentido colectivo del dolor acorde con la idea del comunismo, donde nadie destaca por encima del otro, todos son una masa pétrea de uno. Y sobre todo este material subyace, con el sentido del filtro del tiempo, tras casi 70 años, y sabiendo lo que sabemos de uno de los 3 mayores genocidas del SXX (los otros dos son Hitler y Mao), sentimos escalofríos por lo sonrojante (como poco) de ver esa beatificación de un criminal responsable de imponer un régimen del terror, con la creación de los Gulags, con el Holodomor (Genocidio Ucraniano), las purgas contra opositores, o con su Pacto Hitler-Stalin para repartirse el este de Europa, con esto último es hasta gracioso escuchar al final en la Plaza Roja a Molotov hablar del heroico Stalin, cuando fue este el responsable de pactar con los nazis, y es que hasta que Hitler el 21 de junio de 1941 invadió la URSS, fueron casi dos años en que las dos holocausticas dictaduras eran aliadas, y esto parece la historia lo ha metido bajo la alfombra.

 

El 6 de marzo de 1953, el cadáver embalsamado de Iósif Vissariónovich Stalin, envuelto en una mortaja de seda roja, fue ubicado entre un océano de ofrendas florales en el Salón de las Columnas de la Casa de los Sindicatos, en pleno centro de Moscú. A partir de ese momento, se llevó a cabo una ceremonia fúnebre que duró cuatro días hasta el apoteósico ingreso del féretro en el mausoleo de la Plaza Roja y que se transmitió por radio a lo largo y a lo ancho de la inmensidad de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Casi 200 camarógrafos cubrieron el acontecimiento en todo el territorio, desde las fronteras con Europa hasta los confines del continente asiático. Sobre ese material de archivo ya de por sí valiosísimo, completamente restaurado y en gran parte inédito (en particular las tomas en color, rescatadas de un film que las purgas post-Stalin lograron enterrar por décadas), el cineasta ucraniano Sergei Loznitsa realiza su documental.

 

 

La cinta pone en la palestra el gran sistema de comunicaciones de toda la extensa URSS, llegando de una punta a otra con hasta once husos horarios, llevándonos por todo lo ancho y vasto de Siberia. Haciendo el metraje un recorrido por varios de estos lares para hacernos sentir (siempre desde la óptica de que los filmaron gente pro-soviética) el fervor y amor al Líder, oyéndose discursos poéticos que loan a Stalin cual Mesias, soliloquios que dan vergüenza ajena en su retórica amoral, dejando patente la dictadura imperante en como todo es visto como algo dogmático, sin fisuras, la hipérbole como muestra de lo que subyace tras esto, el temor. El endiosamiento como reflejo de la exageración más ridícula.

 

Jugoso es el último tramo del doc, con los discursos de varios dirigentes soviéticos desde la Plaza Roja a la multitud allí congregada. Escuchamos a Malenkov (da sarpullidos escucharlo loar los parabienes de Stalin por acabar con los conflictos étnicos, cuando por ejemplo, perpetró el Holodomor en Ucrania contra una población inocente, a la que sumergió en la hambruna) , Beria (el siniestro jefe de la policía y del antecedente del KGB, el NKVD) y Molotov (‘El genio más grande de la historia de la humanidad’, dice Molotov, le faltó decir junto a Jack El Destripador) solo pueden surgir en momentos políticos de clara raigambre dictatorial, mientras al margen tenemos a Kruschev observador, donde podemos (fijándonos con los ojos achinados) los engranajes de su mente moverse en pos de sus maquinaciones para hacerse con el poder, apuñalando a los discursantes, a Beria lo ejecutarían (en circunstancias aun no aclaradas) por supuesta traición antes de acabar ese mismo año, a Malenkov (asumiría el poder de Stalin, siendo apartado gradualmente por Kruschev). Discursos apologísticos, hediondos, en los que se puede, con la perspectiva de las décadas pasadas, entrever la hipocresía de las palabras.

 

Los males del documental están en sus iteraciones de muchos tramos, lo cual hace se alargue lánguidamente el minutaje, tomas agónicas y monótonas que pasaos un tiempo ya no suman, y más bien restan y espesan al espectador, que solo levanta el vuelo con la siguiente escena, pero que vuelve a ser alargadísima.  Una vez has escuchado un par de discurso de los altavoces a la población civil por la nación bolchevique, el sentido del mismo queda a fuego, no hace falta que escuchemos varios más. Es como escuchar un buen chiste, te ríes, pero cuando te lo cuentan diez veces más, pierde la gracia, por mucho que tenga matices diferentes; Por no hablar de su dogmatismo sobre proyectar una cinta a secas, sin contexto, donde faltan detalles que enriquecerían las secuencias, como saber las intríngulis que había entre bambalinas del poder tras la muerte del sátrapa, sobre saber si por ejemplo asistieron al sepelio los hijos de Stalin, Vasily y Svetlana, que vemos brevemente mientras él yace en un lecho montañoso de flores y coronas; Y esto da más rabia cuando sabemos que este radicalismo de pureza lo rompió el director en los discursos anónimos radiados, reciclados de los reales, o con los carteles sobreimpresionados de las delegaciones comunistas que llegan a Moscú, o sobre todo cuando se hace un epílogo (merecido, SÍ), sobre el Genocidio Stalinista (Se recuerda en los créditos finales, bajo la mano todopoderosa de Stalin, 27 millones fueron asesinados y 15 millones murieron de hambre), para dar sentido a lo visto.

 

Brillante esa coda final, que parece extraída de un film de Fellini (a todo cinéfilo le vendrá a la mente el inicio de “La Dolce Vita”, con una gran figura de un santo trasladada por los aires en helicóptero), donde vemos un gran retrato de Stalin trasladado por cable por encima de un lugar con cientos de trabajadores que observan la escena, esto adornado turbadoramente por la grabación de 1951 de Sergei Lemeshev de "Canción de cuna" de Matvey Blanter, persuadiendo a un niño a quedarse dormido en la calidez del amor paternal de Stalin.

 

Pocos años después, en 1956, se ordenó la desestalinización de la URSS, sacando al cuerpo del mausoleo para trasladarlo al muro del Kremlin. Aunque el régimen del Averno Soviético duraría décadas más, e incluso, se puede considerar un impasse el colapso de la URSS, pues ahora tiene un heredero Stalin en la figura de otro tirano, como es Putin, el que por sus santos c… ha invadido Ucrania.

 

Buen documental, al que le falta capacidad de síntesis y algo de didactismo para hacerlo mejor. Gloria Ucrania!!!

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