viernes, 24 de junio de 2022

 

Si muero antes de despertar

 

Uno de los motivos por los que me gusta el cine es porque nunca deja de poder sorprenderme para bien, y este film argentino es buena prueba de ello, visto con motivo del 70 aniversario de su estreno (11/03/1952), me encuentro un notable film de terror gótico, un incisivo cuento infantil de miedo, con efluvios claros a los ‘Hansel & Gretel’ (aquí las migas de pan tornan en marcas de tiza), ‘Caperucita Roja’ o ‘El Hombre del Saco’, y que no me extrañaría influenciara a cineastas como Charles Laughton para su obra maestra “La Noche del Cazador” (1955) o Ladislao Vajda con su “Cebo” (1958). Dirigida por el por mi desconocido (a partir ahora me pongo a rebuscar en su filmografía) dirigida por Carlos Hugo Christensen que adapta el guión del asturiano Alejandro Casona basado en un cuento del neoyorkino Cornell Woolrich (William Irish), para un mágico relato que se enfoca desde la perspectiva núbil infantil, todo lo que vemos nos es filtrado por la inocencia del niño protagonista, epítome de todos los que son y lo hemos sido (inquieto, juguetón, travieso, soñador, imaginativo, que observa a los mayores con resquemor en su autoritarismo rígido). Thriller epidérmico que engancha desde el primer minuto en sus redes de candidez donde se mezcla el mundo de los niños con la trastienda de la maldad adulta más sangrante como es la pederastia (que no se nombra en la película, pero es notoria) y los infanticidios, ello con un halo de fantasía, con mucha sutilidad en el simbolismo (perturbadoramente diáfano la aparición en el rush final de una navaja que se despliega cual erección de pene), adornado por una banda sonora maravillosa de Julián Bautista con temas infantiles como nanas y cantos de coros que adornan de modo malsano los fotogramas

 

Lucio Santana (Néstor Zavarce en una sentida actuación), un travieso niño con padre policía, el Inspector Santana (buen Floren Delbene), y madre ama de casa (correcta Blanca del Prado) que asiste a una escuela pública, donde el director (Enrique de Pedro) y hasta las distintas maestras (Virginia Romay y Marisa Núñez) se muestran inflexibles, soberbias o directamente autoritarias en el sentido de las sociedades tradicionales y su apego para con la rigidez moral y doctrinaria. El muchacho se hace amigo de una compañera estudiosa, Alicia Miranda (buena Marta Quintela), para que le convide unas golosinas que la chica recibe de un extraño sin nombre (Homero Cárpena), que la niña le hace prometer no dirá nada al respecto. También tendrá importancia en el relato otra niñita, Julia Losada (‘Screamqueen’ María A. Troncoso).

 

Todo esto atomizado por una fenomenal realización con fascinante sentido expresionista alemán, influenciado seguro por el Fritz Lang de “M, el Vampiro de Dusseldorf” (1931), gracias a la lóbrega fotografía en glorioso b/n de Pablo Tabernero, juagando de forma dramática con las luces y las sombras, con la semioscuridad, con los planos torcidos, con la cámara a baja altura para ser los ojos de los niños, creando un halo siniestro y amenaza constante por los fotogramas. Donde hay villano que se mueve entre lo velado y lo críptico, cual si surgiera de las entrañas del averno este Hombre del Saco (encarnado por Homero Cárpena) , que en realidad no es más que el reflejo deformado del mundo de los adultos, seres para los niños intransigentes y violentos en sus modos, epítome el adusto padre. Con el que el hijo tiene una relación cruda.

 

Tiene un comienzo turbador con una voz en off que marca el espíritu de cuento de hadas de terror de la historia ello en medio de imágenes festivas de niños, con un tiovivo en el centro cual símbolo de la puerilidad. Tras esta hábil presentación pasamos a un colegio donde un alumno travieso juega con las trenzas de la niña de adelante como pincel, tras esto hay un roce entre ambos que termina con una amistad, algo esto muy de los niños que comiencen su compañerismo tras una riña. La niña tiene chuches como piruletas y caramelos, que le cuenta al niño se los da un hombre. Y entonces ya sospechamos que es un depredador.  

 

En la primera parte del film asistimos al mundo del niño, como lo pasa en la escuela (sin mucho interés por los estudios), con los guardapolvos típicos, con peleas con otros colegiales (donde surgen palabras hoy políticamente incorrectas como ‘mariquita’), los estrictos profesores (reflejo del despotismo del poder, desde la visión infantil), donde hay un claro simbolismo de ver a los infantes a través de rejas y barrotes, cual si esta fuera su cárcel o la protección del exterior donde aguardan entre las sombras los ‘Ogros’. Asistimos a la religiosidad imperante cuando los niños recitan oraciones católicas, tenemos los juramentos infantiles (esos que comprometen más allá de la razón). En el hogar convive con un inflexible padre, y una dulce madre. Este contraste del mundo adulto con el de los niños, refleja la incomprensión y la barrera de incomunicación que hay entre las generaciones, como a los mayores cuesta de hacer caso de los menores. Exhibiendo también valores reaccionarios que los adultos intentan inculcar a los menores para que continúe, desde cómo se habla del honor (lo de guardar el secreto), la religiosidad como refugio (místico) de los desesperados, se nos muestra una educación paterno-filial basada en imponer la disciplina mediante la violencia física, se habla del infanticida como alguien al que echar encima a una turba linchadora vengativa. Vemos el mundo de los mayores como algo en que no alcanzas la satisfacción personal, no encuentras recompensa a tus esfuerzos (‘Sacrificarse toda la vida por los demás y cuando ya no puedes tenerte de pie, a morirte sin pena ni gloria en un rincón’, dice la madre del marido).

 

Añade el director una maravillosa escena de ensoñación pesadillesca de Lucio, reflejando con exuberancia visual el mundo retorcido de los niños, con un toque perverso, con un siniestro tiovivo que aparece tomar vida, con un espejo enrejado donde parece reflejarse el hombre del Saco, el recuerdo del juramento que Alicia le hizo hacer a él, con Dios de por medio, en consonancia con el temor a romper la Ley de Dios y su nombre en vano como pecado. Con una escalera hacia ninguna parte sinuosa, y de una montaña de pelotas de papel surge un brazo ofreciendo un chuche, lo que hace que Lucio grite de terror. Unos 140 segundos con claras reminiscencias al Dalí de la hitchcockiana “Recuerda” (1945). .

 

El rush final resulta electrizante, un gran culmen a todo lo visto, donde las sensaciones se agudizan en su expresionismo alemán con esa escapada valiente (afrontando sus temores) de Lucio por encontrar a la desaparecida siguiendo el rastro poético de las tizas de colores, una travesía tensa que gran clímax.

 

Spoiler:

 

Llegando al zenit con Lucio hallando en la casa del horror a la raptada, está amordazada y atada. La repone, y esta, presa de la tensión grita, y cuando huyen se encuentran al Hombre del Saco, el Ogro. Este entusiasmado comenta que tiene a dos por el precio de uno, Lucio le da una patada que le hace caer, se parapetan en una habitación, el Ogro entra y Lucio llama a su padre, el ogro dice que su padre no le ayudará, y este le pregunta que quien le salvará ahora, entonces Lucio le dice que Dios y la niña se pone a rezar, el Ogro le da un guantazo y Lucio la defiende, lo tira al suelo el malo, y este saca una navaja que abre (el comentado momento alegoría erección), la cámara da un primer plano de la cuchilla brillando, y el hombre del Saco le pregunta que donde está su Dios ahora, y justo entonces se oyen las sirenas de la policía, tras lo que se enfrenta Lucio a él, pelea, le muerde la muñeca, hasta que el malo lo lanza al suelo y se golpe con la pared y queda inconsciente, acto seguido escuchamos golpes, y vemos al padre de Lucio dando de puñetazos al Ogro, otro policia le para, entonces Santana mira a su hijo vahído, la imagen se diluye y ya lo vemos acostado en su cama, se incorpora con su padre a su lado, los dos se miran con gran cariño, el padre con su medalla del ascenso a inspector de primera, que coloca a su hijo en señal de orgullo, los dos se abrazan y final.

 

 

El negativo original de este filme, en avanzado estado de descomposición, estaba en la colección Turner, donada al INCAA en 2012, por lo que la mayor parte del faltante del negativo fue completada por la especialista Marina Coen partiendo de una copia positiva incompleta en tanto un fragmento del sonido e recuperó de una copia en 16mm conservada por la Filmoteca Buenos Aires. La Film Noir Foundation financió el tiraje de un nuevo master de preservación para salvaguardar el filme en su formato original.

 

El sustrato bien disruptivo de Si Muero Antes de Despertar, literalmente metiéndose con el doble tabú social de la violencia contra los chicos y una pederastia tácita, acrecentaron los problemas que Christensen ya arrastraba con los entes de censura e instituciones públicas similares y por ello, después del estreno de María Magdalena (1954), decide partir hacia el extranjero en un recorrido itinerante que lo llevaría a ser alienígena en Chile, Venezuela, México y Brasil, este último el país donde se asentaría y desarrollaría el resto de su carrera empezando por Asesinos (Mãos Sangrentas, 1955) y finiquitando de la mano de La Casa de Azúcar (A Casa de Açúcar, 1996), obra surgida de un cuento de Silvina Ocampo que quedó inconclusa debido a que fue financiada dentro de los acuerdos culturales de coproducción del Mercosur al punto de que cuando falleció el realizador, en 1999 a los 84 años de edad, todavía estaba en postproducción, en suma un episodio más de las múltiples peripecias de una trayectoria que abarcó desde un documental sobre Edson Arantes do Nascimento alias Pelé, El Rey Pelé (O Rei Pelé, 1962), y una adaptación de un cuento de Jorge Luis Borges, La Intrusa (A Intrusa, 1979), hasta un par de clásicos del cine brasileño de horror, La Mujer del Deseo (A Mulher do Desejo, 1975) y Enigma para Demonios (1975).

 

Christensen llevó unos relatos de William Irish a los Estudios San Miguel y allí aceptaron filmarlos con la condición de que el propio realizador se ocupara de tramitar los derechos, por lo que voló a Nueva York y los logró por poco dinero. La adaptación se encargó a Alejandro Casona, un dramaturgo español exiliado en Buenos Aires desde el fin de la Guerra Civil, con la intención de filmar un largometraje en tres episodios, pero luego se vio que uno de ellos quedó demasiado largo, por lo cual se rodó una película separada titulada Si muero antes de despertar que se estrenó un poco antes, en tanto los otros dos integrarían No abras nunca esa puerta.

 

Exteriores rodados en el barrio bonaerense de San Isidro.

 

Es un relato que demuestra que la simpleza y sencillez pueden dar soporte al ingenio en la realización para regalarnos una sólida obra de terror. Gloria Ucrania!!!

 

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