LA ÚLTIMA ORDEN.
(1928)
El austriaco Josef Von
Sternberg nos regaló una de las Obras Maestras del cine silente, un drama con
varias sublecturas, cine que se mira el ombligo, sugestivo juego de espejos que
en plena Belle Epoque de Hollywood hace una mordaz crítica a este universo
emparejándolo a la Revolución Rusa, haciendo ver que siempre los poderosos se
han aprovechado de los necesitados para y deshacer con ellos, nutriéndose de
sus miserias. Un film que además nos habla de la integridad, del orgullo, del
crepúsculo, del idealismo, del amor verdadero, del patriotismo, o del
despotismo, ello lo hace con poder de calado. Con un brillante guión de John F.
Goodrich, con intertítulos de Herman J. Mankiewicz (“Ciudadano Kane”, “El
orgullo de los yanquis” o “El mago de Oz”), desarrolla una historia del
realizador y Lajos Biró (“La vida privada de Don Juan”, “Las cuatro plumas” o
“El ladrón de Bagdad”), basado parcialmente en hechos
reales, Ernst Lubitsch conoció en Rusia a un
General del Ejército Imperial del Zar, Theodore A.
Lodigensky, años después lo volvió a encontrar en Nueva York, huyendo de la
Revolución en su país, había abierto un restaurante de comida rusa, Lubitsch volvió
a encontrárselo en Hollywood, estaba con su uniforme de General en busca de
trabajo como extra a $ 7.50 por día, Lubitsch contó a Lajos Biró la anécdota,
que luego este adornó y desarrolló. Bajo
el nombre de Theodore Lodi, Lodigensky pasó a encarnar un puñado papeles entre
1929 y 1935, incluyendo al Gran Duque Miguel, exiliado ruso obligado a trabajar
como portero de hotel en un film de 1932 “Down
to earth”. Destacar la impresionante interpretación del llamado mejor actor del
cine mudo, el actor suizo Emil Jannings, teniendo además el honor de ser el
primer intérprete en ganar el Oscar, dándose el curioso caso de que lo ganó por
dos actuaciones, la de este film y “The Way of All Flesh” de Victor
Fleming, siendo este el único año en que esto se dio, a partir de entonces las
nominaciones fueron por película. Fue la segunda película dirigida por von
Sternberg para la Paramount, tras “Underworld” (1927).


Arranca en 1928 en Hollywood, el director de cine Leo
Andreyev (William Powell) mirando fotos de extras para su próximo film
encuentra una cara conocida, Sergei Alexander edad (Emil Jannings), y pide a su
ayudante ( Jack Raymond ) que sea elegido para un papel, el de General
ruso, Imperio zarista pre-revolucionaria. Sergei se presenta en los Estudios
Eureka con decenas de extras entre una marabunta de personas para recoger sus
uniformes, mientras Sergei se viste de General se mira tembloroso al espejo y
la acción retrocede a 1917, allí Sergei es el Gran Duque, primo del zar y
comandante de todos los ejércitos rusos, estamos en plena Gran Guerra y con la
latente insatisfacción de la pre-revolución rusa, Sergei es informado que dos
actores que han llegado para entretener a las tropas son en realidad peligrosos
revolucionarios (eufemismo para denominar a los bolcheviques), decide
entrevistarlos para divertirse, primero con Leo Andreyev, al que decide encarcelar
tras azotarlo en el rostro, al entrevistar al segundo revolucionario se
encuentra con una bella mujer por la que siente atraído, Natalie Dabrova
(Evelyn Brent).
Una conmovedora historia que arranca de modo que parece
una comedia negra arremetiendo contra la trastienda de Hollywood, los anónimos
extras que son manejados como ganado en una cadena de montaje, su
despersonalización, o como un tipo poderoso desde un despacho elige a su antojo
quien trabaja y quien no, muy de Señor feudal, que para más escarnio ha sido un
revolucionario ruso, que luego, cuando entramos en el flash-back de Rusia vemos
los paralelismos con el llamado proletariado, gente vilipendiada por gerifaltes,
reflejo con mucho cinismo de esta floreciente industria del cine, hasta que entra
en el mencionado flash-back en Rusia, el tono cambia a un drama romántico con
acusados ribetes políticos, conocemos de lleno en los protagonistas, se
desarrolla un sentido romance, con una pareja que se demuestra matizada, con
aristas, con giros inesperados, con momentos de enorme emoción, con situaciones
vibrantes que recuerda a “Doctor Zhivago”, con una recreación de la Rusia
revolucionaria formidable, reflejando a los de “arriba” y los de “abajo” con
esmero, con secuencias de masas muy bien
manejadas para emitir electricidad al espectador, para volver al Antológico
tramo final en el presente, donde el juego de metacine, cobra un turbador
sentido sentimental, recordando en su concepto a la posterior “Sunset
Boulevard” (1950) de Billy Wilder.
Sternberg se abstiene de realizar juicios de valor
sobre buenos y malos en la revolución rusa, para él hay buenos y malos en ambos
bandos, la gente de a pie tiene en su miseria las motivaciones para rebelarse
contra el despotismo de un Zar mostrado como alguien que no le importa su
pueblo, pero a su vez exhibe que los líderes revolucionarios son tanto más
malos que a los que intentan derrocar, expuestos como una turba violenta que se
mueve sin mucho sentido, culmen la fiesta hedonista en el tren, donde vemos que
estos líderes rebeldes lo que pretenden realmente es ponerse los abrigos de los
derrocados para ser igual de déspotas que ellos, en el otro lado está el
General zarista, tipo íntegro, idealista que se preocupa de sus soldados frente
a los caprichos zaristas. Intenta ser equidistante con el tema.
La puesta en escena resulta brillante, con una
magnífica dirección artística de Hans Dreier (“Perdición”, “Sunset Boulevard” o “Un lugar en el sol”), rodándose
todo en los Studios Paramount en Hollywood, formando dos planos, uno la
impresionante recreación de la recogida de vestuario de la marabunta de extras
frente a las ventanillas, y otra en la de la Rusia Revolucionaria, con un
excelente realismo, con excelsas coreografías de cientos de extras, con una
parada militar, con una manifestación y su posterior represión violenta, con
calles deprimentes nevadas, con un tren lujoso para los mandamases oficiales,
con un maravilloso vestuario de Travis banton (“Un ladrón en mi alcoba”, “El
signo del Zorro” o “Carta de una desconocida”), con una espectacular escena
(para su tiempo) de derrumbe de un tren por un puente, todo ello con gran
sentido del realismo, maximizado por la fenomenal fotografía de Bert Glennon (“La diligencia”, “Rio Grande” o “Los
crímenes del museo de cera”), en glorioso b/n, con momentos de exuberante
expresionismo alemán, con tomas de masas espléndidamente encuadradas, con
expresivos primero planos que sacan los mejor de las actuaciones, con vivaces
travellings. Todo esto sumado da una gran inmersión y equilibrada en los dos
tiempos en que se mueve la trama en una deliciosa miscelánea.
Emil Jannings es el amo y
señor de la acción, un titán que desborda con su arrolladora personalidad la
pantalla, a su rol le infunde carisma, carácter, idealismo, orgullo, idealismo,
fragilidad, arrogancia, amor, sensibilidad, locura, y todo en un arco de
desarrollo fascinante, una desgarradora actuación, atravesándonos con punzantes
primeros planos, una montaña rusa de sensaciones emite, al principio
melancólico, un Coloso radiante con aura de Grande, luego está lo bien que
expresa gestualmente y con su poderosa mirada su relación con Natalie, y tras
el giro el peso de la frustración le va aplastando poco a poco, hasta explotar
en el clímax del film, sublime, un papel en cierto modo similar al que él mismo
encarnó en “El último” (1924) de Murnau, Jannings llegó un año antes a con
contrato a la Paramount en Hollywood precedido por su merecida fama, pero la
llegada del sonoro le obstaculizó seguir, tenía un fuerte acento germano que en
el “The patriot” (1928) de Lubitsch tendría que ser doblado por ser
ininteligible su inglés, lo que le hizo tener que volver a Alemania. Evelyn Brent
como Natalie realiza una sentida interpretación, enérgica, vitalista, pasional,
encendida, excitante, de gran vehemencia. William Powell cumple con un
personaje con menos peso dramático, más bien un complemento de apoyo al dueto
protagónico. El resto de secundarios carecen de enjundia para enjuiciarlos.



Momentos recordables: La
recreación de cómo los extras de un film se mueven como una marabunta caótica
por las ventanillas de vestuario del gran estudio, siendo tratados con
displicencia por los empleados de logística, esto visto con magníficos
travellings de ventanilla en ventanilla; ; El lírico modo en que nos
trasladamos al flash-back en que sucede gran parte del film, mientras el ex
General se mira al espejo vestido de militar; La entrevista que hace el General
a Andreyev, destapándose la impetuosa y feroz personalidad de Sergei; La otra
entrevista que el general hace, en este caso a la bella Natalie, en la que el
militar queda prendado de ella; La crucial escena donde Natalie y Sergei
destapan sus verdaderos sentimientos, el General visita el dormitorio de ella,
descubre que Natalie esconde una pistola bajo un cojín, esto en un gran primer
plano, no se da por enterado, espera flemático a ver qué ocurre, se produce un
intercambio de miradas entre los dos, ella le pide le prepare una copa, él sabe
que es para que le dé la espalda, pero asiente y mientras da la espalda observa
por un espejo que Natalie saca el arma y le apunta, Sergei espera
acontecimientos, entonces ella se derrumba, y solloza, él se da la vuelta sabedor
de que el amor de él es correspondido por ella, la abraza y le dice <A partir de ahora eres mi prisionero de guerra, y mi prisionero
del amor>; Cuando el tren del General es paralizado en una estación por una
horda de revolucionarios, él se baja con pose regia el gentío en la estación no
se atreve a acercarse, lo miran con temor, él les aguanta la mirada, entonces
aparece Natalie que se une furibunda a los revolucionario enarbolando una
bandera, se acerca a Sergei y le escupe, entonces el general se viene abajo;
Cuando Sergei está preso echando carbón a la locomotora, aparece Natalie a
hurtadillas, le dice a Sergei que no lo ha traicionado, si no que ha planeado
salvarlo, y le da el collar que él le dio, para consiga huir de Rusia, le ayuda
a saltar del tren en marcha, pero mientras el mira melancólico el tren como
cruza un puente, este explota cayendo al río helado, su cara se desencaja, ha
muerto la persona que amaba; Todo el tramo final, en un increscendo
apasionante, el jefe del estudio. Andreyev, para humillar a Sergei le hace
vestirse de General para estar en una escena de batalla en una trinchera donde
será humillado por un revolucionario, pero en medio de la escena Sergei se
transmuta en quien fue, cuando va a dar un discurso a su desanimada tropa, un
actor-soldado le dice <Usted ha dado su última
orden>, y entonces Sergei se rebela y se transforma, y el general azota al
soldado en el rostro (recordando Andreyev, que observa, así fue golpeado él
años atrás por Sergei), fuera de sí Sergei, enarbola al viento (de un gran
ventilador) una gran bandera zarista, se cree un medio de una batalla real, y
realiza un enfervorecido discurso conminando a sus soldados a luchar por Rusia,
su rostro poseído por la grandeza de quien fue, en su delirio cae en colapso al
suelo, moribundo su preocupación es preguntar a Andreyev si han ganado la
batalla, este compadecido le responde que sí, y Sergei muere feliz, un ayudante de Andreyev <Ese tipo era un
gran actor>, este responde en la última frase del film, alegórica <Él era
más que un gran actor, era un gran hombre>, secuencia donde el jugo de cine
dentro del cine es tremebunda en su fusión.
Muy recomendable Obra Maestra
del Séptimo Arte, de las que te emociona y te deja huella cinéfila. Fuerza y
honor!!!
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