CONFIDENCIAS. (Gruppo di famiglia in un interno 1974)
Penúltima obra del maestro Luchino
Visconti, en el ocaso de su trayectoria
vital realiza un cuasi-testamento fílmico, una notable radiografía del choque
generacional, sustentado en un elenco actoral deslumbrante, atisbándose
referencias autobiográficas en el protagonista profesor sin nombre encarnado
magníficamente por Burt Lancaster, y en la relación que se sugiere de cariño (amor) entre este y el personaje,
Konrad, encarnado por Helmut Berger amante en la vida real del director. Ya con
70 años, acababa de sufrir hacia poco un derrame cerebral, con lo que buscaba
un proyecto que no le llevara de un lugar a otro, por ello escribió esta historia
que se desarrolla exclusivamente en interiores, pero filmada con dinamismo de
escenarios. El guión del propi director junto a sus habituales Suso Cecchi
D'Amico (“Ladrón de bicicletas”, “Senso” o “El gatopardo”), y Enrico Medioli
(“Rocco y sus hermanos”, “La caída de los dioses” o “Erase una vez en
América”), Visconti se inspiró libremente en la historia real del crítico
literario Mario Praz, que como el protagonista vivía en un palacio y vio
alterada su tranquilidad por la llegada de unos jóvenes y caóticos inquilinos.
Se rodó en inglés, aunque luego se hizo una versión en italiano, doblando unos
actores italianos a Helmut Berger y Burt Lancaster. En España sufrió los
rigores de la censura por los desnudos, por la política, siendo risible como
alteraron parentescos de los personajes para suavizar sus relaciones, quedando
aún peor, a estilo “Mogambo”, en 1983 ya se pudo ver la versión sin censura.
Definió así el film Visconti: “A través del personaje de
Lancaster he querido examinar la posición, responsabilidad, las ilusiones y los
fracasos de los intelectuales de mi generación”.
El
escenario es una palacio en medio de Roma, el dueño es un culto estadounidense
Profesor (Burt Lancaster, del que no sabremos su nombre, un hombre en el
crepúsculo de la vida, jubilado, vive solo, asistido por dos criadas, lleva una
tranquila existencia, se dedica a coleccionar arte y a escuchar a Mozart. Su
paz se verá alterada cuando le alquila el piso de arriba a la marquesa Bianca
Brumonti (Silvana Mangano), esta residencia será ocupada por su hija, Lietta
(Claudia Marsani), su pareja Stefano (Stefano Patrizi), y su amante Konrad
Hübel (Helmut Berger), produciéndose a partir de entonces un terremoto serena y
plácida vida.

Visconti
despliega su intacta maestría por cada fotograma, narrando con profundidad un intimista
relato de calado emocional, una historia sombría, desarrollada en un
increscendo dramático penetrante, desbordando punzante inteligencia en la
delineación de personajes con mucho mundo interior, con diálogos deliciosos en
su hondura, componiendo situaciones de gran capacidad de intensidad. El relato
se centra en un Lobo Solitario en el ocaso de su vida, retirado del mundanal
ruido, y la chicha está en el choque generacional que sufrirá su placida vida
con la llegada de una disfuncional familia. El realizador con su exquisito
gusto por la elegancia, por los decorados recargados barrocamente, evoluciona
un espléndido melodrama, inundado de ambigüedad moral, un reflexivo estudio
sobre el implacable paso del tiempo, sobre la inevitable sombra de la muerte,
sobre las complicadas relaciones familiares, sobre la desestructuración
familiar, sobre los amores platónicos, sobre la represión sexual, sobre los
recuerdos que se alejan en la memoria, sobre el arte, sobre la política, sobre
el desprecio, y sobre todo sobre seres contradictorios, matizados, frágiles,
con carácter, típicos del ideario viscontiano. De hecho el protagonista sin
nombre tiene mucho del profesor Aschenbach de
“Muerte en Venecia” (1971), como éste, se ve turbado ante la belleza y la
juventud en la última etapa de su vida, de hecho la claustrofobia ambiental que
se sentía en la ciudadela de Venecia aquí se ha trasladado a este decadente
palacio romano, asimismo introduce gran parte de su temario y estilo que lo han
hecho inimitable, su tono cuasi-operístico en la puesta en escena, los
personajes de alta sociedad atormentados, protagonistas que escogen la soledad
como un retiro vital existencial, su (paradójico, siendo un noble) ideario
político izquierdista.

Es una obra que hace un fresco
desolador de su tiempo, recrea con virulencia la decadencia de la aristocracia,
mezclada en múltiples delitos, habla de una época convulsa (Mayo del 68,
atentados terroristas marxistas, reestructuraciones empresariales, tráfico de
drogas...), de una generación joven fracasada en su ansiada utopía de un soñado
e irreal mundo, y como aquí el profesor se encuentra desorientado con un tiempo
que le supera y al que no desea engancharse, igual que le ocurría a “El
Gatopardo” (1963) del film anterior de Lancaster con Visconti, personas que
admiran con fascinación la juventud, pero a la que ya saben hace mucho les
pasó, y no pueden adaptarse al caos imperante en el exterior, personas cultas,
embebidas de arte que no desean cohabitar con la “nueva cultura”. Es una mirada
melancólica al pasado a través de la juventud, un perturbador filtro se cierne
sobre la observativa visión del Profesor, un tipo que había escogido la soledad
y como única compañía la atemporal belleza del arte, el cuasi-recogimiento
espiritual y que de pronto sin desearlo se enfrenta al mundo imperfecto del que
ha huido. Otro temario recurrente de Visconti es el desmoronamiento familiar como
metáfora de un mundo que se derrumba, ya lo tocó entre otras en “Rocco y sus
hermanos” (1960) o “La caída de los dioses” (1969), sobre la pérdida de valores
morales, sobre la perdida de referentes a los que seguir. Trata asimismo sobre
el arte y el caos, sobre la vida y la muerte, sobre lo efímero de nuestro paso
por la vida, Visconti hace una fotografía a un mundo que para el languidece,
tres años después moriría. Todo esto contado sereno ritmo, haciendo que te
empapen los personajes y lo que les ocurre, con un poderío sensorial
apabullante, con una fuerza audiovisual arrolladora.

Burt
Lancaster esta apoteósico en su rol, desborda la pantalla con su carisma, con
su magna personalidad, con su mesura, con su contención, con flema, con su
punzante mirada que habla en silencios, con su egregio lenguaje gestual, una
interpretación memorable, con aristas, dejando traslucir toda una sensible gama
de emociones, un Titán. Silvana Mangano es un rayo de luz, un torrente de
viscerabilidad, poderosa, racial bella, impetuosa, elegante, despótica,
manipuladora, Colosal. Helmut Berger resulta una presencia turbadora, me
recuerda por momentos al chico que observaba el protagonista de “Muerte en Venecia”, una belleza (y soy muy hetero) resplandeciente, lo encarna con una
intensa personalidad, con un arco de desarrollo gradual fascinante, con
ententes fabulosos con Lancaster y con una ataque de ira furibundo estremecedor
en la cena, se vislumbra una compleja mezcla en él de fuerza y fragilidad
anímica, vibrante la química entre él y Burt Lancaster (el alter ego de
Visconti). Claudia Marsani debutaba con este film, tenía solo 14 primaveras
cuando rodó este film, un enternecedor papel, que con una arrebatadora dulzura
nos gana, como se gana al profesor, radiante en su mezcla de candidez y
picardía, lástima que su carrera se difuminara en la década de los 70 con roles
eróticos, llegando a hacer una portada de Playboy. Stefano Patrizi, es el que
menos peso tiene, pero aún así deja constancia de sus dotes en el duelo final
que tiene con Berger, arrollando con un arrollador músculo actoral.
La ambientación
resulta un gran pilar como potenciador de la personalidad de los personajes,
filmado todo en estudios en Roma, con un soberbio diseño de producción de Mario
Garbuglia (“El gatopardo, “Waterloo” o “El inocente”), recreando con mimo los
fastuosos barrocos interiores del palacio, un cuasi-catafalco, un cuasi-museo,
paredes rebosantes de pinturas del SXVIII, sobre todo de artistas ingleses,
como Arthur Devis, con bellos tapices,
frescos, armas antiguas, esculturas, bustos, estanterías repletas de cientos de
libros, alfombras, sillones y sofás decimonónicos, y a modo de metáfora, en el
piso superior la modernidad, impuesta a golpe de mazo y destrucción, salones
diáfanos sin puertas y comunicados por enormes arcos, blancos e hiperluminosos,
arte contemporáneo abstracto adornando paredes,
y como bien he leído, abajo la vejez y arriba la juventud. Con un
elegantísimo diseño de vestuario, destacando sobremanera el de Silvana Mangano
de Piero Tosi “(“Rocco y sus hermanos”, “El Gatopardo” o “Muerte en Venecia”). Esto
realzado y moldeado por la maravillosa fotografía de Pasqualino De Santis (“Romeo y Julieta”, “La caída de los dioses” o “Muerte en Venecia”),
contrastando con habilidad estos dos ambientes, aunque poniendo más énfasis en
la mortecina luz en la vivienda del Profesor, deleitándonos con hermosos
cuadros, en formato de tomas de una belleza epicúrea, con primeros planos que
sacan la mejor de las expresividades de los actores, con sutiles movimientos de
cámara por habitaciones, un goce visual. Esto adornado por la dulce música de
Franco Mannino (“La burla del diablo”, “Muerte en Venecia” o “El inocente”),
con excelsos añadidos de música clásica de Mozart, el aria " Vorrei spiegarvi, oh Dio! ", y
la “Sinfonía
Concertante, K. 364”, el tema “Testarda io” de
Ivana Zanicchi, o el “Desiderare” de Caterina Casselli.
Spoiler:

Momentos recordables: La
charla que Konrad y el profesor tienen sobre el arte, donde se destapa la
sensibilidad del “playboy” y las similitudes entre estos en principio
antagónicas personas; Cuando el profesor se despierta por la música alta, se
levanta y observa como Konrad, Lietta y Patrizio están desnudos fumando porros
y escuchando música, mientras se abrazan y besan, secuencia envuelta en los
efluvios del huno que bien parece de ensueño, reflejando quizás las ansias de
amor libre del profesor; Konrad está duchándose en el baño de la casa del
profesor, y este entra y lo mira con una mezcla de voyeurismo, dejando
traslucir una turbadora miscelánea de vena gay y de ansias por la juventud ya
muy pasada; Cuando Lietta recita muy sentidamente el poema “No hay vida sexual en la tumba" de WH Auden; Los etéreos
flash-backs en que aparecen fugazmente las mujeres que quizás marcaron su vida,
su esposa (Claudia Cardinale), y su madre (Dominique Sanda); El tramo clímax
del film, la cena que organiza el Profesor en que espera limar los roces entre
todos, donde el anfitrión cuenta una perturbadora historia sobre alguien
solitario que escuchaba pisadas encima de su casa, era la llegada de la muerte.
Pero tras esto la velada se convierte en un agrio cruce de reproches entre unos
y otros, saliendo a flote la lucha de clases, la política, los prejuicios
sociales, el orgullo y la soberbia, llegando aflorando viejas rencillas, odios,
rencores, traiciones y frustraciones,
donde ya el profesor se sabe desubicado por una sociedad misántropa que se
autodevora; El epicúreo epílogo, el Profesor está enfermo en la cama, oímos de
fondo la hermosa con la "Sinfonía Concertante K364", de Mozart, y el
Profesor (y nosotros) escuchamos pasos en el piso superior, referencia a la
historia que contó el profesor en la cena, la muerte le llega, conmovedor.
El profesor: "Los
ancianos son criaturas extrañas, cuestionable e intolerante. A veces tienen
miedo de la soledad que desean ... otras veces, la defienden cuando la
sienten amenazada."
Diálogo que es una alegoría
de lo que relata la historia, este susodicho choque generacional:
El
Profesor: “Los cuervos vuelan en bandada; el águila vuela sola”
Konrad:
“Pero en La Biblia está escrito. Ay del que esté solo! Porque cuando caiga no
habrá nadie dispuesto a prestarle ayuda”.
Entiendo no es un film
recomendable a todos los paladares, es cien de autor, cine con poso, cine
reflexivo, de los que se te quedan en el subconsciente. Fuerza y honor!!!
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