EL HIJO DE SAUL.
Imponente debut en un largometraje del
húngaro László Nemes, donde parecía que ya no había lugar
para mostrar de modo original y punzante algo como el Holocausto nazi, este
inteligente director lo consigue con creces, hace un absorbente ejercicio de
estilo donde modo sublime el fondo se funde con la forma, para el espectador
haga una inmersión como nunca se ha visto en cine, sintiéndose víctima en
primera persona de la mayor de las atrocidades que “humanos” han realizado
contra los humanos, la SHOAH. Escrita por el director junto a Clara Royer, en un relato asfixiante, sofocante,
claustrofóbica, sintiéndonos presos estremecidos desde el inicio en que la
cámara se pega a la nuca del protagonista de la que no se despegará en todo el
metraje, con electrizantes planos-secuencia, donde se hace un manejo de los
fuera de campo, de imágenes difusas en las esquinas de los fotogramas, del
sonido, absolutamente Antológico. Una labor de cámara Mátyás Erdély vibrante,
co-protagonista del film, con sublimes coreografías, en pos de hacernos sentir
estar en Averno, un descenso escalofriante en las entrañas en lo peor de la
Condición Humana, nos hace sentir una pesadilla, nos remueve las tripas con una
sensación de realismo turbador. Filmada con gran valentía, sin acudir a
sensiblerías y maniqueísmos baratos, sin música que te empuje, sin casquería,
sin gore, mostrando la crueldad fría y ordinaria, la llamada banalidad del mal,
enmarcada en los controvertidos Sonderkommando, estos ya
tratados en films como “Kapo” (....) y “La zona gris” (....), pero en esta
ocasión te sentirás la segunda piel de ellos, en una Obra Maestra que no dejará
indiferentes. Memorable la interpretación del protagonista Géza Röhrig, de una
naturalidad que duele. Es una cinta que no es entretenimiento, es una
experiencia conmovedora, emocional, trémula, donde no se acude a la exposición
de planos del Holocausto, si no que hacen trabajar a nuestra imaginación de
modo tenebroso. El film se estrenó en Cannes ganando el Gran premio, asimismo
fue galardonado con el Oscar al film de habla no inglesa. Al director László Nemes le asesinaron parte de su familia en Auschwitz-Birkenau.
Aunque nunca se dice, por los
hechos que se relatan estamos en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau durante los días 7 y 8 de octubre de 1944. El
protagonista es Saul Ausländer (Géza Röhrig),
un prisionero judío-húngaro, tiene la desagradable función de ser miembro de
los Sonderkommando, prisioneros encargados de guiar a recién llegados a
las cámaras de gas, manteniendo el engaño de que son duchas, limpian de cuerpos
muertos las cámaras de gas, llevan estos a los hornos crematorios, se deshacen
de las cenizas, y limpian de restos humanos las cámaras, para volver a empezar
la rutina. Estos Sonderkommando tenían el
privilegio de un mejor trato. Un día, sacando cadáveres de las cámaras hay un
niño que aún respira, asfixiándolo un nazi, Saul dice que es su hijo y decide
que este no será uno más en la infernal cadena de muerte nazi, intentará darle
sepultura al modo judío, teniendo que esconder el cuerpo con ayuda del médico
Miklós (Sándor Zsótér), su misión es encontrar en el
campo un rabino que rece ante su sepultura el Kaddish, oración
judía por los muertos. Entre medias los Sonderkommando planean una
revuelta contra los nazis. Tendran importancia personajes como los Sonderkommando,
Abraham (Levente Molnár), el Oberkapo Biedermann
(Urs rechn), Yankl
(Fritz Attila), o el preso Apikoyres (Márton AGH).


Somos testigos del infierno en primera persona, no nos
roza, se nos hunde en el alma, Saúl filmado en foco bajo, él será nuestros
ojos, asiste (asistimos) al terror de
modo rutinario y gélido, a (nuestro) su alrededor las puertas de las tinieblas
despliegan su engrasada maquinaria de muerte, vemos desenfocado, en segundo
plano, cuerpos amontonados desnudos, gente que los arrastra mecánicamente, muertos
empujados a los hornos crematorios, limpieza de restos humanos en las cámaras
de gas, ejecuciones sumarias con tiros en la nuca, tirado de (montañas) cenizas
de muertos al río, todo ello difuso, en consonancia con la mente del
protagonista, parece vivirlo todo de modo irreal, deshumanizado, un desenfoque
que junto a los sugestivos fuera de plano (gracias al sonido) provocan que el
espectador tenga que recomponer lo que apenas ve y lo que no, de forma que su
mente edifica los claroscuros con piezas pesadillescas que motivan nuestra
conciencia más que las peores de las imágenes. Una tensa e intensa
ambientación, que nos sacude, nos sentimos parte de la desgarradora odisea
física y existencial de Saúl, un arrollador relato que nos arrastra a la
locura, llevados por una cámara sutil en plano medio que nos inquieta, siempre
moviéndose, siempre sugiriendo en segundo plano, siendo poco explícito en
imágenes, derivando en una experiencia única, un dispositivo sensorial, con
tremebundo encadenado de toma sin pausa que impregna de veracidad cada
fotograma, jugando con los encuadres, con escasa profundidad de campo,
oprimiéndonos, angustiándonos, hastiándonos, cámara al hombro que danza
alrededor de Saúl, dejando tras él figuras humanas borrosas, actos
horripilantes esbozados, y fuera de foco los horrendos sonidos como gritos,
disparos, jadeos, golpes, susurros, desconcertándonos.

Y en medio de las fauces del Infierno el muerto en vida
que era Saúl encuentra una razón para vivir, cree dar sentido moral a su
patética, insensible y deshumanizada
existencia, ve un cuerpo muerto (recién asfixiado) de un niño que identifica
(nunca sabremos si lo es o no) que dice es su hijo, esto le da al protagonista
motivos para volver a sentirse humano, para salir de su robotizada vivencia, se
autoimpone un sentido religioso para la salvación de su alma salvando la de su
(o no) hijo, se propone un objetivo para encontrar algo de luz en medio de la
oscuridad más aterradora, un rayo de esperanza redentora. A través de misión
cuasi-mística se hace una compleja radiografía de los caminos de la locura, de
los efectos de convivir con el terror rutinariamente, para acentuar esto se
enmarca esta “misión” individual con otra colectiva de rebelión de los sonderkomando, esto sirve al director para
hablarnos de las diferentes visiones de la dignidad y el sentido metafísico de
la libertad, donde cada uno a su modo intenta dar sentido a su vida, unos
(Abraham) intentando escapar del Averno, otros fotografiando (Biedermann) el
infierno para dar a conocer lo que allí pasa y Saúl cree que el cuerpo del niño
es el alma de todas las víctimas, reflejará para él un halo de esperanza
intentando dar digna sepultura a ese muerto, que serán todo.
El estilo de cámara en la nuca
para sentirnos más dentro de la acción no es original del film de Nemes, es
algo muy manejado por los hermanos belgas Dardenne, que también son de
encuadrar sus relatos en periodos cortos de tiempo, pero aquí acaban las similitudes,
para los belgas todo en su segundo plano es nítido y diáfano, mientras aquí es
borroso.
Géza Röhrig como Saúl está magnífico, expone con
naturalidad un desgarrador mundo interior, soporta una de las labores de
actuación más colosales que el cine ha parido, aguantando de modo glorioso la
cámara sobre su rostro todo el metraje, es el alma del film, el que nos hace
sentir, emite al principio una frialdad apabullante, dejando entrever dolor,
angustia, frustración, desesperación, demencia, de una fenomenal sutil expresividad,
mesurado y contenido, con un gradual arco de desarrollo, que deja traslucir
ilusión por un objetivo, vivimos a través de él extenuados, asfixiados,
abrasados, Colsal labor. Géza Röhrig es un poeta
húngaro afincado en nueva York, no había actuaba en cine desde la década 1980. El resto
del elenco tiene poco peso y deja entrever poco de sus exiguas apariciones.
La puesta en escena es
memorable, con un excelso diseño de producción László Rajk, recreando de
modo perfeccionista todas las instalaciones de los hornos crematorios de
Auschwitz-Birkenau en los Mafilm Taller de Budapest y en Budafok, sobre la base
de fotos con asesoramiento de
historiadores que investigaron el tétrico lugar, todo esto recogido con
la asfixiante cámara de Mátyás Erdély, filmando en 35
mm y en formato 1:33 para comprimir la visión del espectador y jugar más con el
fuera de campo, rodando en tonalidades apagadas, feistas, mugrientas, ocres
terrosas, pardas, grisáceas, resaltando los pocos rojos (sangre y las aspas de
los sonderkomando) y verdes (color esperanza) que se ven, y más labor prodigiosa
comentada arriba, brillantes sus travellings y cámara en mano con largos y
extenuantes planos-secuencia, su metraje contiene solo 85 planos, impresionante
pericia puesta al servicio de provocar al espectador, y esto atomizado por el
descomunal diseño de sonido Tamás Zányi, cinco meses en post-producción fueron
necesarios para crear ese co-protagonista que es el fuera de campo, formado en
base a los sonidos inquietantes y estremecedores, con gritos neurálgicos en
hasta ocho idiomas, lamentos, llantos, sonidos industriales de la maquinaria de
la muerte. Todo esto en fascinante miscelánea conforma una atmósfera Magna,
donde el minimalismo de su propuesta hace que nuestro cerebro lo atomice todo
de modo que resulta aún más cruento.
Spoiler:

Momentos recordables, se
puede decir que sería un todo: Su desasosegante inicio, seis minutos y medio de
plano-secuencia, arranca con una imagen desenfocada, sobre lo que parece un
bosque, vemos figuras humanas al fondo, una se acerca a la cámara, la imagen se
hace nítida sobre él, quedando ya esta alojada cuasi permanentemente a su
torso, es Saúl, un sonderkomando, estamos en un tremebundo plano-secuencia, por derecho propio uno de
los mejores de la Historia del Cine, estamos en ante la engrasada cadena
industrial de la muerte de los nazis, el protagonista junto con otros guían a
cientos de recién llegados en vagones de tren a la antesala de unas supuestas
duchas, una voz fuera de campo les dice que se desnuden y cuelguen la ropa en
perchas con números, después de ducharse serán reasignados en sus tareas
profesionales en el campo, todo mentira, los van a gasear, se desnudan las
víctimas, entran en las “duchas”, y los sonderkomando fríamente recogen las ropas buscando objetos de valor, mientras
de fondo oímos los desgarradores gritos y golpes de los gaseados,...; Cuando
sacan de las “duchas” a un niño aún respirando y un nazi vestido de médico lo
ausculta, tras esto gélidamente lo asfixia; Saúl llevándonos por los hornos
crematorios; Cuando vemos arrastrar los cuerpos amontonados de los muertos;
Cuando se representa un hecho real, las fotos que se hicieron en
Auschwitz-Birkenau por sonderkomando (fueron cuatro), mientras quemaban una
pila de cuerpos; Cuando Saúl va al Canadá (lugar donde almacenaban los nazis
las pertenencias de los gaseados) a recoger algo importante, en el sitio
trabajan mujeres afanosamente, una de ellas se dirige a Saúl, le pasa algo,
luego ella intenta darle la mano a él, y este la retira, dejando a relucir una
sufriente intrahistoria; El tramo nocturno, cuando seguramente por estar
saturado el campo los nazis deciden matar con un tiro en la nuca a cientos de
presos y que vayan cayendo en una fosa, esto visto por la luz tenue de un foco, en medio Saúl buscando entre la cola de
víctimas un rabino, al encontrarlo él se expone a ser confundido con uno de los
próximos ejecutados, viviéndose un momento de sublime intensidad; Todo el tramo
de la rebelión y huida del campo por el bosque, a Saúl solo le importa dar
judía sepultura a “su hijo”, al que lleva al hombro en medio de la cruenta
refriega, arrastrándolo lastimeramente a través de un río, viéndose obligado a
soltarlo corriente abajo, todo visto en un colosal plano-secuencia; Su lírico
final, Saul descansa junto a otros sonderkommando huidos en un
cobertizo, ve a un niño en el exterior que le observa, los dos cruzan sus
miradas unos segundos, y Saúl sonríe, como si en el chico viera el espíritu
libre de “su hijo”, entonces el niño se va y la cámara deja por vez primera a
Saúl, el niño corre por el bosque, cuando un soldado nazi lo coge, le dice que
se calle y aparecen más soldados, lo dejan suelto y corre por en medio de la
vegetación, alejándose mientras oímos un tiroteo fuera de plano, suponemos los
nazis están masacrando a los huidos...
El realizador juega de modo ambiguo con el chico
muerto, deja abiertas diferentes sublecturas sobre si es hijo o no de Saúl,
compañeros de él le dicen que él no tiene hijos, con lo que nos deja la duda,
será realmente su hijo? Verá en él al hijo que alguna vez tuvo? Él no tiene
hijos, pero verá en él niño muerto a su inocencia ya perdida? O que Saúl
simplemente haya perdido la razón en medio de tanta demencia existencial? Este
elemento que deriva en críptico y que nunca se aclara confiere aún más riqueza
y hondura dramática al film, haciéndolo aún más trascendente, con esa última
mirada de ilusión de Saúl al niño que ve en el bosque.
Un plano del film reproduce de manera exacta la imagen
de una de las cuatro fotografías halladas en Auschwitz que sirvieron de
detonante para su realización. Desde una especie de cuarto de herramientas se
intuye, envuelta en humo, una pira de cadáveres lista para su cremación. La
imagen, tomada en 1944 por un miembro de uno de esos sonderkomando que
intentaron fugarse del campo de concentración, tiene un valor simbólico
descomunal. Recoge la necesidad de dar testimonio de lo que allí pasó, de negar
la negación del holocausto pretendida por los nazis.[dixit]
El realizador László Nemes concibió la película del
libro “Los Rollos de Auschwitz”,
colección de testimonios de miembros del Sonderkommando, después de
descubrirlo durante la producción de Béla Tarr “El hombre de Londres” en 2005,
cuando trabajaba como asistente de Tarr. Nemes
comenzó a trabajar en el guión con Clara Royer en 2010 y completó el primer
borrador en 2011. Ambos pasaron
varios años de investigación, siendo asistidos por historiadores como Gedeón Greif , Philippe Mesnard y Zoltán Vági. El libro del Prof. Gedeón Greif "Lloramos sin
lágrimas" inspiró al director László Nemes para crear una película dedicada a los
Sonderkommando, tema delicado, complicado y sensible en el Holocausto. Fue complicado encontrar financiación debido
al enfoque poco convencional de la película y la falta de experiencia de Nemes
en la dirección de largometrajes. Originalmente
iba a ser producción francesa con protagonista francés, al final fue producida
enteramente en Hungría, tras potenciales socios de coproducción de Francia,
Israel, Alemania y Austria rechazaran el proyecto, el 1,5 millones de € del
presupuesto cubierto por el the Hungarian National Film
Fund, Hungarian tax credits and the Claims
Conference, que representan, respectivamente, el 70%, 25% y 5%. Nemes insistió en la selección de
actores que hablaran lenguas propias de sus personajes.
Una Obra Maestra, no recomendable a todos los paladares, profunda, densa, y
de un arrollador calado emocional, de las que te deja aturdido por su potencia
conmovedora, hacía tiempo que una película no me absorbía tanto. Fuerza y
honor!!!
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