EL SARGENTO NEGRO.
Infravalorado film del
maestro John Ford, una más que notable obra que demuestra la madurez y economía
de medios con el director de origen irlandés, un western atípico en que mezcla
su pasión por la caballería fronteriza del SXIX con un thriller judicial,
sumado a la acción remanente de sus ingeniosos flash-back, derivando en una
cautivadora película, en la que se hace
una incisiva loa a la integración racial, y se arremete contra los prejuicios étnicos,
ello en un contexto en que USA estaba en efervescencia por la lucha de los
negros por los derechos civiles. “Sergeant Rutledge” (título original) surgió de una idea del guionista Willis Golbeck (“El hombre que mató a
Liberty Balance”), que se propuso exaltar la contribución de los afroamericanos
a la historia de los Estados Unidos, después de contemplar un cuadro del
Frederic Remington (New York, 1861-Connecticut, 1909), donde aparecía un
soldado negro de Caballería encaramado sobre su montura, componiendo una
estampa heroica. El popular ilustrador de la frontera había esculpido al
personaje sobre una llanura pedregosa e inacabable, con un horizonte desnudo y
un cielo malva que sugería la fusión del polvo y un aire abrasador. Bajo el
sombrero de ala ancha, aparece un rostro endurecido y parcialmente en sombra,
que mira hacia un lado con el gesto del hombre de acción, familiarizado con el
riesgo y las privaciones. Con un pañuelo rojo anudado al cuello y un bigote que
delata su veteranía, la mano derecha no se separa de la culata del rifle y la
izquierda sujeta las riendas, mientras el caballo levanta las orejas
expectante, revelando que jinete y montura se hallan perfectamente
compenetrados. El guión se dice que tiene una
base histórica en la que el 9º de y 10º de caballería USA de soldados negros,
comandado por oficiales blancos, libraron escaramuzas con los apaches en
Arizona después de la Guerra Civil. Escrito por el propio Willis Goldbeck junto a James Warner Bellah
(“Fort Apache”), se basa en un relato de este último, publicado (1958-59) en el
"Saturday Evening Post".

La acción tiene lugar en
Arizona en 1881. El sargento primero de Caballería Braxton Rutledge (Woody
Strode), es un soldado de color que lleva siete años ejemplares como soldado,
pero ahora se encuentra arrestado y va a ser juzgado ante un Consejo de Guerra
por el asesinato de su superior, el mayor Dabney, y de violación y asesinato de
su hija Lucy (Toby Michaels). Intervienen en él como defensor el teniente
Cantrell (Jeffrey Hunter), testigo principal Mary Beecher (Constance Towers) y
como presidente del Tribunal el coronel Otis Fosgate (Willis Bouchey).
El ingenioso guión desarrolla
un puzle en el que las piezas parecen desordenadas en su estructura alambicada
de idas y venidas, del juicio a los flash-back, en sus diferentes puntos de
vista donde los narradores van cambiando según el testigo pase por el estrado,
creando intriga y misterio a cada paso, ello en un increscendo de tensión
latente entre los dos escenarios, el del pasado con la patrulla contra los
apaches, como en la sala de juicio, ello con un ritmo fluido y de constante
inquietud por lo grácilmente que se nos dosifica la información, por los enfrentamientos
que se dan en los diferentes niveles, y todo promoviendo la emoción y la
atención del espectador, sumándose jugoso goteo de humor típico fordiano, fruto
este de dar relevancia a los secundarios, este produciéndose por el juez (sirve
para hacer una incisiva crítica a la justicia y su arbitrariedad), su esposa
marujona y el secretario de él, todo desembocando en un clímax final muy bien
hilado, que te tiene atrapado, te absorbe, estallando en una conclusión
brillante.

La cinta se convierte con un valiente
(sobre todo en su tiempo) relato apasionante en una oda a la tolerancia racial,
frente a los prejuicios xenófobos, exaltando con brío y fulgor la figura del
sargento ejemplar Rutledge, haciendo un lindo canto a la integración, esto
llama la atención porque muchos tildan a Fiord de racista y retrógrado, bueno,
pero estos siempre podrán decir que si, los negros son bien tratados, se les da
honor, integridad, nobleza, pero los nativos indios son vistos como sobras
maléficas, bestias a exterminar si rostro, olvidando que Ford hizo grandes loas
al honor y nobleza india en muchos de sus films.. Además Ford riega la cinta
con su habitual enaltecimiento de la caballería fronteriza, su sentido del
deber, su sacrificio por los demás, su idealismo, su compañerismo, su lealtad,
camaradería, valores sobre los que Ford asienta la grandeza y espíritu de cómo
los colonos americanos poblaron la vasta nación, incluso en sus lugares más
agrestes. Esto el cineasta lo suma a su visión idealizada de cómo el ejército
sirvió a la nación tras la cruenta Guerra de Secesión como elemento de
cohesión, de unión entre antiguos enemigos, demostrando el director simpatía
por el perdedor, con alusiones sutiles y sibilinas al conflicto, aquí quedan
remarcadas en algún comentario (de humor negro) sobre como los yankis arrasaron
y saquearon Atlanta durante la marcha de Sherman, o como se hace una
subrepticia alabanza a la unión cuando se hace el gag del libro del código que
rige los juicios militares.
Woody Strode como el ejemplar
sargento Rutlegde compone el rol de su vida, una carismática presencia,
imponente tanto física (fue pentatleta en su juventud, y luego jugador de
futbol americano profesional, pionero entre los de color), como expresiva,
regia figura que Ford explota de modo soberbio con contrapicados que elevan
espiritualmente su fenomenal planta, y el actor demuestra mesura y contención,
exhibiendo un mundo interior de sufrimiento estoico, espléndido. Jeffrey Hunter
cumple en su rol de abogado defensor, con momentos de emoción, y con una buena
química con Strode. Constance Towers está correcta en su rol de asistente a un
juicio que le repudia por la acusación que ella comprenda injusta, aportando
además su cándida belleza. Willis Bouchey como el presidente del jurado resulta
entrañable y muy divertido, sobre todo en su interrelación con Billie Burke, la actriz que hace de su esposa, entre los dos hay unos
escasos pero sabrosos y mordaces diálogos, y también con Judson Pratt, su
ayudante Lt. Mulqueen (chispeante el
running-gag del agua). Carleton Young como el fiscal Capt. Shattuck resulta un
tanto plano pero incisivo en su representación del racismo de las
instituciones.

La puesta en escena resulta
sugestiva por lo bien que se maneja para emitir emociones encontradas, empezando
por una destacable dirección artística de Eddie Imazu (“El hombre que mató a
Liberty Valance” o “La taberna del irlandés”), rodando en los interiores de los
Warner Studios, y en exteriores entre los estados de Utah (Mexican Hat) y
Arizona (Kayenta) , donde se encuentra el lugar fetiche y que encumbró John
Ford, el Monument Valley, con sus singulares montañas, sus pináculos, sus
planicies áridas, esto potenciado por la
fenomenal fotografía de Bert Glennon (“La diligencia” o “Rio Grande”), que en
las espléndidas tomas generales dota de un gran colorido terroso las mesetas,
en contraste con los infinitos cielos azules, emitiendo sofoco y calor
constante, transmitiendo una belleza hosca, de esos lugares de una belleza
turbadora y a la vez inhóspitos, esto alternado y contrapuesto a la
claustrofobia de la sala del juicio maximizando los primeros planos para
enfatizar la expresividad actoral, o jugando hábilmente con la luz, como en la
declaración crucial (que describirá la ejemplaridad del sargento Rutledge) de
Mary Beecher, iluminándola fuertemente al tiempo que oscurece el resto de la
sala, o cuando la cámara se sitúa tras el público de la sala, haciéndonos
sentir entre ellos, como especial es el modo sublime en que filma al sargento
Rutledge, en contrapicados que engrandece y dan misticismo épico al personaje,
Magno ese plano a modo de lienzo en que lo vemos con el fondo del horizonte
crepuscular. Se suma la música de Howard Jackson (“El secreto de vivir” o
“Invasión en Birmania”), alusiva y sugerente, con melodías que acunan cada
momento notablemente, destacando la canción escrita para el film por Mark David
y Jeremy Livingstone, la homérica "Buffalo Soldiers", cuando se oye
estremece.


Momentos recordables: Comienza con un plano general del desierto de Arizona. Un pequeño
carromato avanza entre el polvo, mientras se escucha la letra de “Captain
Buffalo” anunciando el protagonismo de unos soldados pionero por su color de
piel; El primer interrogatorio en que Ford remarca
el flash-back con el modo en que deja la sala a oscuras y sobreiluminado a la
testigo; El sibarita momento en que se mitifica al sargento Rutledge por parte
de sus compañeros. Ford la escenifica con apolínea silueta de Rutledge
recortándose en el crepuscular horizonte del Monument Valley mientras su tropa
le canta “Buffalo soldiers”; Braxton no esconde su
intención de fugarse a la primera oportunidad. Cuando el teniente Cantrell, le
comenta que vivirá atormentado si huye, Rutledge replica: “Olvida usted señor
que el destino de los míos es vivir siempre atormentados. Muy bonito lo que
dijo el señor Lincoln de que éramos libres, pero no es cierto. Posiblemente lo
seremos, pero aún no”; El sargento Mathhew Luke Skidmore (Juano Hernández) le
dice que no cree en su culpabilidad, incluso aunque se autoinculpara. Sin
embargo, admite que le extraña su deserción y le pide explicación, Rutledge le
dice “Huí (mirando sus grilletes) porque me metí en algo contra lo que no
podemos luchar. Asunto de mujeres blancas”; El fiscal pregunta a Rutledge por
qué regresó, si sabía que le costaría la libertad, le acusa de comerciar con su
valentía para lograr el perdón del tribunal. Visiblemente emocionado, el
sargento no consigue explicarse con claridad “Sólo sé que en mi interior algo
me iba obligando a volver... Sentía que el ejército era mi hogar, mi verdadera
libertad y mi propia estimación. Y el modo en que iba a desertar me convertía
en una fiera dañina que huye acosada (termina levantándose ante las acusaciones
del fiscal). Y yo no soy eso. Soy un hombre”. Ford filma un primer plano de
Rutledge desde un ángulo contrapicado, ensalzando su aura majestuosa; El fiscal
recurre al color de la piel del acusado como acicate, provoca la reacción
indignada de Cantrell: “Si se va a incluir el color de la piel de un hombre
como prueba o como tema de discusión en este tribunal, entonces diré que es a
este tribunal a quien hay que juzgar y no a ese soldado”; Sergeant Rutledge finaliza
con varios planos generales de la Caballería avanzando en hilera por Monument
Valley. Se trata del Noveno encabezado por el sargento de primera Braxton
Rutledge, exonerado de los cargos, sonriente y con una autoestima contagiosa.
De fondo, se escucha la música y la letra de “Captain Buffalo”; El
interrogatorio que Cantrell somete a Chandler Hubble (Fred Libby), el ímpetu y
rabi me recordó el que Topm Cruise somete a Jack Nicholson en “Algunos hombres
buenos”.
El soldado negro Moffat sabe que va a morir y se angustia al pensar en sus tres hijas
Moffat: “Qué va a ser de
ellas?”
Sargento Braxton Rutledge:
“Algún día se sentirán orgullosas de ti”
Moffat: “Algún día, siempre
estás hablando de algún día como si fuera a bajar el paraíso a la tierra. Somos
tontos de luchar en la guerra por los blancos”
Sargento Braxton Rutledge: “No
luchamos por los blancos. Luchamos por nuestro porvenir” (su compañero muere y
no puede escuchar sus palabras)
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John Ford |


Golbeck se puso en contacto
con el coronel James Warner Bellah, autor de cuentos y novelas del Oeste por
entregas (Western Pulp Fiction), sugiriéndole trabajar juntos para
escribir un guión sobre los soldados negros de la Caballería. Warner Bellah
aceptó, sin ignorar los problemas que planteaba cualquier trabajo para la
industria cinematográfica. John Ford había utilizado algunos de sus relatos para
realizar su “trilogía sobre la Caballería” (Fort Apache 1948; She Wore a Yellow Ribbon [La legión invencible],
1949 y Río Grande, 1950), modificando aspectos de la trama y
alterando el trasfondo ideológico. Las trifulcas entre el director y el
escritor se habían resuelto siempre con espléndidas borracheras en el más puro
estilo del cine de Ford. Bellah y Golbeck, que dos años más tarde elaborarían
conjuntamente el insuperable guión de “The Man Who Shot Liberty Balance” (El hombre que mató a Liberty
Valance, 1962), escribieron la primera versión de Sergeant Rutledge y
se la enviaron a Ford, que acogió el proyecto con la condición de introducir
notables cambios. Golbeck había concebido un final abierto, donde la acción
acababa poco antes del juicio, otorgando al espectador la responsabilidad de
decidir sobre la culpabilidad del acusado. Ford consideró que ese final abierto
podía interpretarse como racismo y prefirió disipar cualquier duda con un
desenlace sin cabos sueltos, que contenía un mensaje inequívoco contra la
segregación. A fin de cuentas, América se hallaba sumida en la lucha por los
derechos civiles y había que tomar partido. No sin discusiones, Ford impuso su
criterio, apaciguando la frustración de Golbeck y Bellah con una descomunal
borrachera y unas fintas de boxeo. Producida por Warner Brothers, Sergeant Rutledge comenzó
a rodarse en julio de 1959 y se estrenó el 28 de mayo de 1960. Al parecer, John
Ford concibió el título, inspirándose en Ann Mayes Rutledge, primer amor de un
joven Abraham Lincoln. Rutledge aparecía fugazmente en su extraordinaria “Young Mr. Lincoln” (1939),
concebida como homenaje al Presidente asesinado. En la película, un
caracterizado y magnífico Henry Fonda visitaba la tumba de su prometida,
prematuramente fallecida a causa del tifus y le manifestaba sus dudas sobre su
futuro, preguntándole si debeía probar suerte en el terreno de la política o
escoger otro camino. No parece casual que Ford eligiera el apellido Rutledge,
asociado a Lincoln, libertador de los esclavos, para rodar un film que exaltaba
el valor de los soldados negros.
Conviene recordar que entre
1882 y 1968, se linchó a 5.000 afroamericanos, a veces por supuestos delitos
sin probar y, en muchas ocasiones, por mostrarse insolentes con los blancos.
Lejos de avergonzarse, los blancos consideraban que era la mejor forma de
mantener a los negros en su sitio. De hecho, circulaban fotografías de los
linchamientos, que se vendían como recuerdo al precio de medio dólar.
Una muy buena película, que
conviene ensalzar, pues parece perdida entre la filmografía fordiana, y para mí
es reseñable por sus valores fílmicos, y por su coraje de elogiar como los
negros han contribuido a engrandecer los Estados Unidos. Fuerza y honor!!!
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