LOS OLVIDADOS.

La primera gran Obra Maestra
que nos regaló Luis Buñuel, una epopeya de la marginalidad, film mexicano
escrito y dirigido por el realizador aragonés junto a Luis Alcoriza (“Él”, “El Esqueleto De La Señora
Morales”), obtuvo el premio al mejor director en el Festival de Cannes. Un crudo y nada complaciente relato sobre la vida de un grupo de niños
que intentan sobrevivir en la podredumbre de los arrabales de una gran ciudad,
en este caso México DC, a través de estos frágiles personajes se hace una
desgarrada crítica a la pobreza, desprovista de todo sentimentalismo, y lo que
es más incisivo, sin compasión, sin dar esperanzas, somos un mundo podrido y
quizás sin cura posible, lo cual la hace más realista, componiendo un
microcosmos donde reina el darwinismo social, la ley del más fuerte, en donde
campan el miedo, las frustraciones, la falta de oportunidades, el desarraigo,
la maldad, la falta de cariño, y sobre todo la miseria física y espiritual, el
patio trasero de las grandes ciudades convertido en el vertedero de lo que no
queremos ver, y aquí intentan subsistir las
víctimas de las desigualdades, rodeadas de un ambiente que los aboca en espiral
hacia la delincuencia y la marginalidad. Película con aires a la corriente
neorrealista italiana en obras como “Ladrón de bicicletas” o “Alemania año 0”,
donde el mundo infantil es la mártir de una sociedad enferma que hace que los
niños deban perder su inocencia a golpes de infortunios. Al principio de la
película, una voz en off hace una declaración de intenciones mientras las
imágenes nos trasladan a la parte trasera y escondida de la opulencia, nos
señala que lo que vamos a ver acontece a cortos metros de la gran ciudad, pese
a la cercanía a ésta, parece están en el otro extremo del planeta, la miseria y
la pobreza reinan, siendo sus (desgraciados) habitantes producto de esta
desdicha. A pesar de que Buñuel quiso decir que esto ocurrí en cualquier gran
urbe, su estreno suscitó violentas reacciones, y se pidió desde diversas
instancias mediáticas la expulsión del cineasta del país. A los cuatro días fue
retirada de los cines sin que faltaran intentos de agresión física contra
Buñuel. Afortunadamente, algunos intelectuales salieron en su defensa y, tras
recibir el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1951 (en una edición donde competían “Milagro en Milán” de Vittorio de Sica o “Eva al desnudo” de Joseph L. Mankiewicz), Buñuel fue «redescubierto» en los medios franceses y europeos, lo
que le valió el respeto y la audiencia en México. La película fue reestrenada
al año siguiente en una buena sala de la capital mexicana, donde permanecería
más de dos meses en cartel. ha sido nombrada Memoria del Mundo por la Unesco, junto a “Metrópolis” de Fritz Lang, toda la cinematografía de
los hermanos Lumière y “El Mago de Oz” de Victor
Fleming son las únicas piezas
del séptimo arte que han recibido la consideración de Memoria del Mundo, ocupa el lugar 2 dentro de la lista de las 100 mejores
películas del cine mexicano, según la opinión de 25
críticos y especialistas del cine en México, publicada por la revista Somos en julio de 1994. Se basa en un trabajo previo
de documentación en los suburbios de Méjico DF.


Tras un prólogo inmerso en imágenes de Nueva York,
París y Londres; se advierte de la universalidad de la tragedia que va a
producirse, la cámara localiza enclaves reconocibles de la Ciudad de México. En
uno de sus barrios marginales, Jaibo (Roberto Cobo) es un adolescente que
escapa de un correccional para reunirse con Pedro (Alfonso Mejía). En presencia
de él, Jaibo mata a Julián, muchacho que supuestamente le delató. También
intenta robar a un ciego al que finalmente maltrata en un descampado. Cuando Pedro
llega a su casa su madre no quiere darle de comer, lo que origina una secuencia
onírica. Otro niño, que ha sido abandonado por su padre en la ciudad, Ojitos,
entra al servicio del ciego como lazarillo, que ejerce de curandero en casa de
Meche (Alma delia Fuentes), una turbadora adolescente de la que el ciego se
quiere aprovechar.
Buñuel añade su toque
surrealista y bizarro al estilo neorrealista, lo hace con secuencias de sueños
(la de Pedro) que demuestran el mundo interior de estos “desgraciados”, y su
toque retorcido fetichista cinéfilo con su obsesión por los animales (gallinas,
burros, cabras, palomas, el perro símbolo de muerte...), que se puede ver como
una metáfora de que las personas estamos cerca en todos los sentidos de estos
seres primarios (ejemplo “Ojitos” bebiendo directamente de la teta de la cabra),
o el original modo de trasladarnos la rabia y desesperación con ese huevo
lanzado por un iracundo personaje a la pantalla, genial modo de hacernos sentir
cerca su dolor interior, o la forma que transmite erotismo soterrado con
mujeres lavándose los pies con leche de burra. Tocando temas trascendentales en
el crecimiento de un niño como la ausencia del padre, la orfandad, el complejo
de Edipo, las malas compañías, la delincuencia juvenil, la falta de referentes morales, la latente sexualidad, esto enmarcándolo en un desarrollo ácido,
inquietante, sórdido, doliente, una historia de terror auténtico, donde la
compasión y la empatía emocional es inexistente. Una mirada desalentadora pesimista
a la Condición Humana donde no parece haber lugar a la redención, todos están
abocados a un final trágico desde que nacen, personajes atávicos, en que los
lisiados son vistos sin cariño o ternura, el ciego es un tipo viscoso,
pedófilo, avaro, violento, abusador, esto los hace más humanos y cercanos,
produciendo una obra ambigua moralmente, y exenta de cualquier complacencia.

Un lienzo feista e hiriente
que no dejará indiferentes, una cloaca de personajes envueltos en la maraña de
la pobreza de la que es imposible salir, su sino fatalista lo tiene escrito a
fuego, su única vía de supervivir parecen encontrarla en la violencia, en el egoísmo,
en la criminalidad, y esto Buñuel lo trata de modo cuasi documental, sin
juzgar, solo expone unos hechos, que cada cual saque sus propias conclusiones,
el realizador de Calanda pone su marca en su nula condescendencia, en como
reniega de la piedad y la caridad. Esto Buñuel lo desarrolla con una intensidad
y virulencia estética vibrante, con diálogos y situaciones que impactan por su
contundencia, por sus escenas turbadoras evitando lo políticamente correcto,
hablándonos en el año 50 de pedofilia, de incestos, de asesinos juveniles, de pedofilia,
de violaciones, o del estremecedor robo a un hombre sin piernas. Una obra con
evidentes toques humanistas en su descarnada deconstrucción del patetismo,
adentrándose con virulencia en el abrupto modo en que los niños en este entorno
pierden la inocencia.
El guión crea una red de
interrelaciones de unos personajes al borde del abismo, pero fijándose en la
confrontación entre el Bien que representa Pedro, y el Mal que es Jaibo, los
dos reflejan una forma de luchar contra su aciago destino, el primero lo
intenta buscando trabajo, pidiendo el cariño (en vano) de su madre, el otro lo
hace desde la delincuencia, desde dar rienda a sus instintos primarios
(criminales y sexuales), abusando de los más débiles, como el ciego, niños o el
invalido sin piernas.
Buñuel remarca como en este
submundo se mantienen las pulsiones sexuales: La chica Meche se rocía piernas y
brazos con leche de burra, tras lo que se la masajea ante la mirada lujuriosa
del escondido Jaibo, a lo que sigue este intentando manosear lascivamente a su
hermana; Las miradas de Jaibo a la madre (Estela Inda) de Pedro (Estela inda),
mientras esta deja ver sus piernas mientras limpia; El simbolismo (sexual) de
la puerta que cierra Jaibo tras mantener una dulzona charla con la madre de
Pedro; El ciego poniendo en su regazo a Meche y libertinamente intenta meterle
mano; Cuando Pedro es abordado por un transeúnte ofreciéndole dinero, mostrando
subliminalmente que este tipo es un pedófilo que intenta camelarse al niño.
El director muestra su vena
onírica en un tramo filmado de modo diferente al resto, con la ensoñación de
Pedro, con un lírico ralentizado para enfatizar sensaciones, con música
estridente, en un tono que mezcla el sueño con lo pesadillesco, de este modo se
expone la mentalidad de ilusiones de uno de los protagonistas, sus anhelos (del
cariño de su de madre, vestida de blanco virginal por la idealización del hijo)
y miedos (en la figura del pérfido Jaibo).

Todos los personajes son almas
desvalidas por un mundo que los oprime: Pedro es un niño de la calle de buen
corazón a quien su madre no tiene cariño alguno, lo repudia, el chico intentará
hacer lo correcto, aunque la influencia del siniestro Jaibo lo minará, aún así
es representa la nimia esperanza de intentar salir de este sumidero social. Alfonso
Mejía lo encarna con tremenda naturalidad y veracidad, sentimos su dolor y
ansias de ser amado; Jaibo es la encarnación de todo lo malo de estos
suburbios, el que se ha dejado llevar por sus bajos instintos, un huérfano que
malvive robando a mendigos, ciegos, tullidos, dominando por el miedo a un grupo
de niños, aún así Buñuel le da un toque humano cuando habla de su progenitora
con la madre de Jaibo. Roberto Cobo lo interpreta con
carisma, con carácter, con autenticidad, excelente; La madre de Pedro es el
reflejo adulto de este basurero, abandonada por su marido debe subsistir
criando a sus hijos entre la miseria, esto le ha agriado el carácter, repudiando
de modo indolente al hijo mayor que desea cariño materno. A su vez ella echa en
falta amor y se echa en brazos del primero que se le insinúa, aunque sea un
desgraciado. Estela Inda le confiere alma y dimensión dramática angustiosa,
extraordinaria; “Ojitos” es el reflejo de cómo los padres pueden llegar a abandonar
físicamente a sus hijos, ha sido dejado en una plaza con la consigna (falsa) de
volver a recogerlo, desvalido y hambriento deja una de las imágenes del film,
él mamando tumbado de la teta de una cabra, en simbología de su abandono
materno cual animal. Mario Ramírez lo interpreta con ternura e inocencia; El ciego Carmelo, un arisco y lujurioso ciego, que malvive de mendigar
tocando música, de carácter agrio y violento. Miguel Inclán lo
encarna de modo viscoso, con una vena repulsiva trémula por lo de hacer de
invidente, normalmente desprende compasión; Meche es una chiquilla cándida que
representa la tentación de la juventud, de cómo todos intentan manosearla libidinosamente.
Alma Delia Fuentes lo actúa de un modo perturbador en la ingenuidad con que se
muestra carnalmente y sensualmente, maravillosa.
La puesta en escena resulta
memorable, con un espléndido diseño de producción de Edward Fitzgerald (“Los
siete magníficos”), rodando en los estudios Tepeyac y en
locaciones del D. F. México, con escenarios feistas, decadentes, mugrientos, polvorientos,
chabolas, corrales de animales, y esto con la fotografía en glorioso b/n de Gabriel Figueroa Hermosa (“El fugitivo” o “El Ángel exterminador”),
emitiendo en su gama de grises la tristeza ambiental, la melancolía climática,
con planos repletos de simbolismos, jugando con los claroscuros y las
penumbras, con picados y contrapicados, con los fuera de campo, con las
profundidades, labor que tiene su culmen en el escalofriante tramo final de un
mulo recortado por el amanecer mientras es tirado por un niño y un viejo,
mientras el equino lleva una penosa carga, tirada lastimeramente ladera abajo.
La música es obra de Rodolfo
Halffter (“Nazarin”) sobre temas de Gustavo
Pittaluga (“Viridiana”), amoldada de modo penetrante a la acción.
Spoiler:
El productor del film, Oscar Dancingers, obligó a Luis Buñuel a rodar un segundo final donde Pedro mataba a El jaibo y volvía a la
escuela correccional. Por lo visto, este final feliz se rodó con la razón de
sustituir al verdadero en caso de que no gustase al público.

Momentos recordables, algunos
ya mencionados: La brutal escena en un descampado, con un gran edificio al
fondo (símbolo de cómo la opulencia convive con la miseria del primer plano) de
cómo Jaibo apalea hasta matar a Julián, ante la impactada presencia de Pedro; Secuencia
onírica a en que la madre de Pedro le ofrece unas vísceras que Jaibo le
arrebata saliendo de debajo de la cama donde yace el cadáver de Julián; El
ciego intentando curar a una enferma con una paloma, ejemplo de superchería de las
clases bajas; La leche de burra que Meche se vierte sobre sus piernas en clara
alusión (freudiana) erótica del semen; Los dos aterradores robos del grupo de
niños liderados por Jaibo, primero al ciego, destrozando sus enseres de trabajo
y luego dándole una paliza, y después a un tipo sin piernas que se mueve en un
carrito, da grima tanta maldad, como al final lo dejan tirado en medio de la
calle y le tiran el carrito; La sutil sin diálogos de Pedro mirando un
escaparate en la noche y acercándosele un tipo ofreciéndole dinero, en clara
alusión a que es un pederasta buscando “presa”; Angustiosa la escena en que Pedro
le pregunta a la madre que si le quiere y esta le dice que no, que porque iba a
quererlo, entonces Pedro le pide a la madre que le pegue en especie de purgador
de penas, doliente; El momento de rabia desaforada de Pedro en el correccional,
donde el más fuerte acaba con el más débil, en este caso el niño mata a palos a
dos gallinas, desgarrador; El trémulo tramo final en que Pedro matado por Jaibo
es cargado en un burro por Meche y su padre, y a media luz es llevado a una
ladera apartada donde es tirado sobre un montón de basura, todo visto a
contraluz, de una poesía visual turbadora en su mensaje de que el entierro de
estos infelices es un montón de deshechos, sin palabras...
Obra Maestra recomendable a
todo cinéfilo que se precie de serlo. Fuerza y honor!!!
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