EL HOMBRE ELEFANTE.

Obra Maestra Atemporal y
Universal del Séptimo Arte realizada por el singular David Lynch en su segunda
dirección, una magna oda a la humanidad, a la belleza interior, y un guantazo a
los prejuicios y a las falsas apariencias. Un drama basándose en la odisea
vital de Joseph Merrick (a quien llama el guión John Merrick), hombre deformado severamente a
finales del siglo 19 en Londres protagonizado de modo sensible (que no sensiblero) por un irreconocible
John Hurt, secundado de modo maravilloso
entre otros por Anthony Hopkins, Anne Bancroft, John Gielgud o Freddie Jones, guión adaptado por Lynch, Christopher De Vore (“Hamlet”) y Eric Bergren (“Frances”)de la obra de Frederick Treves “El hombre elefante y Otras
Reminiscencias” (“The Elephant Man and Other Reminiscences”, 1923), mezclado con “El hombre
elefante: Un Estudio en la dignidad humana” (“The Elephant
Man, a Study in Human Dignity”, 1971), de Ashley Montagu, rodándose en un glorioso y expresionista blanco y negro, teniendo deliciosas
influencias entre Dickens, por la grieta social victoriana y “Freaks” (1932) de
Tod Browning, por o de la feria de deformes. Fue un tremendo éxito comercial y de crítica, con ocho nominaciones a los Oscar, incluyendo Mejor Película , Mejor Director , Mejor Guión Adaptado y Mejor Actor, siendo
relevante que tras recibir numerosas críticas por
no honrar el maquillaje de la película, la Academia de las Artes y las Ciencias creo a partir del año siguiente el Oscar al mejor maquillaje, ganó premios
BAFTA por Mejor Película , Mejor Actor y Mejor diseño de producción. En la entrega de los Oscar no
ganó ninguno. Mel Brooks (productor del film), tras la ceremonia, en la que
salió victoriosa “Gente corriente”, declaró (acertadamente): <<Dentro de
diez años “Gente corriente” sólo será una pregunta más en el juego del Trivial
Pursuit mientras que “El hombre elefante” será un film que la gente seguirá
viendo con interés>>. Mel Brooks fue quien contrató a David Lynch y logró
que la cinta se hiciese en blanco y negro. Sin embargo decidió ocultar su
participación en el film ya que creía que su nombre, generalmente relacionado
con la comedia paródica, podría afectar a la película.

Joseph Carey Merrick nació en
Leicester (Inglaterra) el 5 de agosto de 1862, deformado grotescamente por una
enfermedad llamada neurofibromatosis, con una
cabeza doble del tamaño normal, una columna vertebral torcida, y el
brazo derecho inútil. Joseph tuvo dos
hermanos más pequeños que él: William, nacido en 1866 y que falleció de
escarlatina en 1870 y Marion Eliza, nacida en 1867, (fecha de defunción
desconocida), hermanos menores eran sanos y no presentaron ninguna deformación.
John Merrick hizo su vida exhibiéndose por el mundo
junto a un showman que le convenció para ganarse la vida como fenómeno de feria
y fue conocido como The Silver King (El Rey Plateado). Si bien su relación
fue más correcta que la descrita en la película con el administrador de la
feria (el que vendría a ser el personaje Bytes) , retratado en el film como un
desalmado, la unión se rompió de forma bastante grave en 1886. Fue recogido por
el Doctor Frederick Treves, el cual ya le había tratado dos años antes.
Practicando un modo de explotación bastante más benévolo que el anterior,
Merrick se convertiría en una celebridad cuando fue presentado en sociedad por
el médico, el médico proporcionó un
hogar tranquilo, falleciendo el 11 de abril de
1900 en su habitación privada del Royal London Hospital a la edad de 27 años, más tarde Treves escribió su famoso libro. Los
diagnósticos actualizados hablan de síndrome de Proteo, enfermedad congénita,
poco común, progresiva e incurable, identificada y descrita por el Dr. Michael
Cohen en 1979. Merrick padecía además neurofibromatosis aguda y bronquitis
crónica.
El cirujano Frederick Treves (Anthony Hopkins) encuentra John Merrick (John
Hurt) en un espectáculo
de “freaks” en Londres East End , donde es mantenido por Bytes (Freddie Jones) violento
tipo que lo utiliza cual esclavo. Tréveris le paga a Bytes para que lo deje llevarlo al hospital donde el
trabaja para hacerle un reconocimiento médico, Tréveris presenta Merrick a sus
colegas y destaca su cráneo monstruoso, lo que le obliga a dormir con la cabeza
sobre las rodillas, ya que si fuera a acostarse, él asfixiar. Tendrá importancia en
el relato la señora Mothershead (Wendy
Hiller), matrona del hospital, el Sr. Carr-Gomm (John Gielgud), gobernador del
hospital reticente a asistir al desahuciado deforme, la actriz Madge Kendal
(Anne Bancroft), el tipo de
mantenimiento nocturno del hospital, Jim (Michael Elphick), o la esposa del Dr. Treves
(Hannah Gordon).

Conmovedor alegato Humanista
en favor de los diferentes, de los supuestos a-normales, una oda a los
marginados, una canto a la belleza interior, un ataque a lo supuestamente políticamente
correcto en lo que a físico se refiere, contra los que se aprovechan de la
desgracia ajena, un grito loando el coraje de los espíritus de supervivencia en
las peores condiciones, al respeto, a la compasión hacia los débiles, a la
tolerancia, a la comprensión, a la dignidad, a la autoestima, a la solidaridad,
a la amistad, a la Humanidad, a lo que nos debería diferenciar de los animales,
a como nunca deberíamos llevar por la impresión de un aspecto, una alabanza a
la empatía hacia las causas justas, a la fealdad física, a la integración
social de los desiguales (según nuestros snobs cánones). Un fascinante retrato
de una amistad disfuncional entre un enfermo sin curación deformado y un
doctor, y a través de ellos podremos tener alguna esperanza en la Condición
Humana. Lynch tiene la inteligencia de demorar el momento en que veamos por vez
primera el “singular” físico de John Merrick, con lo que a medida que pasa el
metraje la expectación va creciendo a través de lo que sentimos con las miradas
de los que lo ven, con lo que cada espectador se va haciendo su propia idea del
“horror” de su deformidad, y cuando al final lo vemos el impacto es mayúsculo,
y conforme lo vamos viendo nos vamos acostumbrando a su visión, normalizándose
a nuestros ojos, sobre todo por la humanidad que le confiere John Hurt
encarnándolo, por la ternura que desprende, maravilloso.
El Lynch perturbador que todos
conocemos deja marca ya desde su inicio, con una onírica-pesadillesca escena
borrosa de elefantes fundiéndose con una mujer gesticulante, en lo que es una metáfora del
realizador sobre el parto doloroso de John Merrick. La realización del
realizador maravilla por su poder de sugestión, haciendo que sintamos en cierta
medida el dolor de John Merrick, magnetiza Lynch con su elegancia visual, por
lo brillantemente que delinea a los personajes, no solo a los protagonistas si
no también a los secundarios, todos matizados, con aristas, con dudas.
Y a través de ellos se ahonda
formidablemente en una sociedad partida la victoriana, un fresco social del
tiempo penetrante, denunciando sus miserias y patetismo mezquino, un escenario
partido en dos: Por un lado está la clase alta, con sus elegantes trajes, su
modales refinados, sus viviendas de lujo, sus costumbres de ricos (el té, el
teatro,...), y esto lo muestra el director de modo sofisticado prodigioso; En
el otro lado está la era creciente de la Revolución Industrial, sus mugrientos
ambientes, sus barrios obreros, las fábricas y talleres hoscos, el humo
constante que se nos pega en la piel, los
bares de borrachos y jaranas constantes, donde el alma humana se degrada dando
lugar a esas turbas que disfrutan de la
desgracia ajena en barracas de ferias de “monstruos humanos”, cuando en
realidad es el reflejo del ama corrompida de los supuestamente “normales”, lo
peor de los humanos, infrahumanos con rostro “normal”; Y en realidad esos dos
mundos se rozan, pues cada uno a su manera refleja ambigüedad moral ante John
Merrick, pues en los dos parece haber un afán voyeurista ante lo “raro”, lo
llamativo, lo que se sale de la norma, y es que lo grotesco es la gente que se
burla y hace burla de “El Hombre Elefante”, pero en la alta sociedad parece
haber un afán de alternar con este, pues está de moda, esto es lo que se llega
a cuestionar el Dr. que lo ayuda, si no será en cierta medida similar al cruel
Bytes que lo paseaba vilmente por ferias.
John Hurt está sublime en su
complejo y complicado rol de dar vida a John Merrick, escondido tras el tupido maquillaje
es capaz a través de su voz, de su lenguaje físico y gestual de enternecer, de
infundir cariño, con sutileza, con inocencia, sin sobreactuación, destilando
fragilidad, magnífico, teniendo dos zenit, uno es el vibrante de la persecución
por Londres de una horda de gente desalmada, que culmina con el grito con la
icónica frase “...soy un hombre...”, y el otro es delicado momento en que
decide al final “...y ahora voy a dormir como los demás...”. Anthony Hopkins está espléndido en su rol de sensible doctor empatizado
por el padecimiento de John Merrick, mostrando delicadeza expresiva,
manteniendo con su paciente una química especial. Freddie Jones está aterrador
en su papel de la expresión máxima de la vileza humana, vejando al desgraciado John
Merrick, actuación visceral y racial. John Gielgud demuestra su elegancia y
porte en su corto personaje. Wendy Hiller exhibe la clásica flema británica,
dejando entrever tras su capa de frialdad cariño por Merrick. Anne Bancroft
tiene un gran escena con John Hurt, delicioso su diálogo shakesperiano de “Romeo
y Julieta”.
La puesta en escena resulta
excelente en lo que siempre debe ser la función de dar sentido fondo dramático
a un relato, con un sobresaliente diseño de producción de Stuart Craig (“Gandhi”
o “la Misión”), rodándose en escenarios reales de Londres (Broadgate, Butler's Wharf, Clink Street, Eastern Hospital, Hackney, Homerton Row,
Whitehall, Westminster, Tower Bridge, South Bank, National Liberal Club , Lower Clapton) y
en Liverpool para recrear la llegada apuerto de John merrik y la estación de
tren de Londres, y platós de Lee Internacional Studios (Wembley,
Londres) y de Shepperton Studios (Surrey, Inglaterra), sumado al cuidado
vestuario obra de Patricia Norris (“El asesinato de Jesse James ...” o “12 años
de esclavitud”), conformando una recreación victoriana decadente idealizada en
el dualismo de los lujos de la clase alta frente a la miseria de los barrios
obreros, los montones de carbón, sus bulliciosos y feistas bares, todo esto
maximizada por la memorable fotografía en glorioso b/n (fabuloso acierto) de Freddie Francis (“El Cabo del Miedo” o “Tiempos de Gloria”) en scope, jugando con las diferentes tonalidades de grises, con las sombras, con
los claroscuros, contraluces, con los fuera de campo, con la semioscuridad, con
expresivos primeros planos, evocando en cierto modo los años que Francis tuvo
en la Hammer y sus films míticos de terror, componiendo turbadores tomas,
creando opresión, asfixia ambiental, densidad atmosférica, creando postales de
una belleza turbadora epicúrea. La música como siempre en el cine de Lynch
tiene vital importancia para trasladándonos estados de ánimo trémulos, en este
caso es originalmente compuesta por música, John
Morris (“Los productores” o “El jovencito Frankenstein”), melodías de aires melancólicos punzantes, siendo neurálgico el uso de
Adagio for Strings de Samuel Barber para cuerdas en el
escalofriante final para hacernos sentir tocados en nuestra fibra. Impresionante
es la labor de maquillaje de Christopher Tucker (“El sentido de la vida” o “Dune”), diseñado a partir de moldes directamente del cuerpo de Merrick, mantenido
en el museo privado del Royal London Hospital, la costosa prótesis
requería de siete a ocho horas para
aplicarla y dos horas para quitarla delicadamente, lo que obligaba a rodar en
días alternos.
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El verdadero Joseph Merrick en 1888 |
Una mañana de Abril de 1890, a los 27 años de edad, en
la etapa más feliz de su vida, Joseph Carey Merrick fue encontrado muerto en su
cama. Treves, tras un examen, concluyó que murió de asfixia al quedarse
dormido. La cabeza de Merrick era enorme y sólo con esfuerzo conseguía
mantenerla erguida. Su desmesurado peso y tamaño impedían que Merrick pudiese
dormir tumbado, obligándole siempre a que lo hiciese sentado y en una posición
especial; de otra forma las deformidades le comprimían la tráquea y le
dificultaban gravemente la respiración. Sin embargo, actualmente, tras análisis
más detallados de su esqueleto, más que por asfixia, se estima como la causa
más probable de su muerte que repentinamente su cabeza se inclinara debido a su
desproporcionado peso y se desnucara.
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Joseph Merrick en 1889 |
Merrick llegó a describirse a sí mismo de la siguiente manera: "Mi
cráneo tiene una circunferencia de 91,44 cm, con una gran protuberancia carnosa
en la parte posterior del tamaño de una taza de desayuno. La otra parte es, por
describirla de alguna manera, una colección de colinas y valles, como si la
hubiesen amasado, mientras que mi rostro es una visión que ninguna persona
podría imaginar. La mano derecha tiene casi el tamaño y la forma de la pata
delantera de un elefante, midiendo más de 30 cm de circunferencia en la muñeca
y 12 en uno de los dedos. El otro brazo con su mano no son más grandes que los
de una niña de diez años de edad, aunque bien proporcionados. Mis piernas y
pies, al igual que mi cuerpo, están cubiertos por una piel gruesa y con aspecto
de masilla, muy parecida a la de un elefante y casi del mismo color. De hecho,
nadie que no me haya visto creería que una cosa así pueda existir”.
Tras la muerte de Joseph
Merrick, partes de su cuerpo fueron corservadas para el estudio médico pero la
mayoría de ellas fueron destruídas en la Segunda Guerra Mundial. El maquillaje
del actor John Hurt tuvo como referente directo las partes que aún se conservan
en el Hospital de Londres.
Spoiler:


Momentos recordables: Cuando el Dr. Treves ve por vez primera en la
barraca de feria a el llamado “El Hombre Elefante”, vemos la cámara acercándose
suavemente a su rostro y observamos como llora, y de fondo oímos a la tuba de
espectadores burlándose jocosamente, estremecedor; Tréveris entrena a Merrick
unas pocas frases para una conversación fluida con el director del hospital Carr-Gomm para este le deje
permanecer en la institución, pero en la entrevista este se da cuenta del plan
de Tréveris y se siente frustrado, salen de la habitación y entonces oyen que
Merrick comienza a recitar el Salmo 23, que Tréveris no le enseñó, entonces Merrick dice a los médicos que
sabe cómo leer, y ha aprendido de memoria el Salmo 23, ya que es su favorito y Carr-Gomm conmovido le permite
permanecer; La secuencia en casa del Dr. Tréveris, tomando té Merrick con su
esposa, y como este se conmueve por lo bien que es tratado, abriendo su corazón
hablando de su difunta madre sin aguantar el llanto;
Toda la “fiesta” que perpetra el de mantenimiento en la habitación de Merrick,
una bacanal regada de alcohol, un akelarre desgarrador para Merrick, que para
colmo termina secuestrado por Bytes; Todo el tramo en la feria de “freaks”,
nítido homenaje-guiño al film de Tod Browning; El escalofriante tramo acaecido
en Londres tras la llegada a la estación de tren por Merrick, este llega
cubriendo su rostro por una capucha, pero unos niños lo persiguen y le quitan
esta, terminando perseguido cual monstruo por las calles, terminando acorralado
por una jauría de desalmados en unos servicios públicos, donde Merrick grita desesperado “No soy un animal… soy un ser humano… soy un hombre…”; El trémulo
tramo final, ha terminado la maqueta de la catedral de
Saint Phillips Merrick , hecha con cartones de la basura del London Hospital,
mientras sonaba el adagio para cuerdas de Samuel Barber tocado por la
filarmónica de Londres dirigida por John Morris, mientras Merrick se dispone a
acostarse en la cama diciendo de modo elegiaco “Todo se acabó… quiero dormir como los demás” y la imagen con la
electrizante melodía se pierde en el infinito del cosmos.
Detalles del film que contradicen su biografía: Los malos tratos no los
sufrió en el circo sino de su madrastra y de su familia, que lo marginaban y
castigaban por no poder traer dinero a casa.
Recomendable obra humanista,
siendo de visión obligatoria para todo cinéfilo que se precie, e incluso yo la proyectaría
en los colegios para implantar la pedagogía de la compresión el “diferente”.
Fuerza y honor!!!
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