COMANCHERIA. (HELL OR HIGH WATER)
Formidable sorpresa este film
del escocés David Mackenzie, vibrante acercamiento a los profundos Estados
Unidos, gracias en gran medida al guión de Taylor Sheridan, que demuestra que
su primer libreto, “Sicario”, no fue flor de un día, este además fue designado
el mejor de la “Black List” de 2012 (guiones no producidos), un relato que
arremete con saña contra las penurias que un corrosivo sistema financiero
(epítome del capitalismo desalmado) ha ido asfixiando a las familias hasta
hacerlas miserables. Con estos mimbres y contextualmente se convierte en una
fotografía de potenciales votantes del multimillonario ganador de las
elecciones Donald Trump, un semblante de los rednecks (granjeros blancos de la
América rural) que han aupado al excéntrico personaje a la Casablanca, los
blancos sin empleo, desesperados, sin futuro, que ven que el sistema no les
ayuda. Esta obra se convierte en un moderno western crepuscular, con
atracadores de bancos, coches en vez de caballos, carreteras asfaltadas en vez
de caminos polvorientos, sheriff duro con su compañero indio para cazar a los
forajidos, parajes infinitos del desierto, ello en un modo de desenvolverse el
argumento que huele a los Coen de “No es país para viejos”, por el escenario
por el humor seco y áspero, por unos personajes que transpiran humanidad, por
un sheriff el de Tommy lee Jones que tiene mucho en común con el de Jeff
Bridges. Lo bueno de Mackenzie es que siendo su hilo narrativo sencillo dota a
la estructura de frescura, de singularidad, tratando con mimo a los
protagonistas y no juzgando lo que hacen uno u otros, bañando de mucho cinismo,
mordacidad y a la vez ternura el metraje. Todo apoyado en una ambientación
prodigiosa, unos diálogos entre lo incisivo y lo divertido, haciéndonos sentir
empatizados con los lugares desolados y tristes por los que pasamos, con unos
actores en estado de gracia, y adornado por una música country de resonancias
melancólicas. Por cierto, nueva cagada en el título en español, “Comanchería”,
pero porque? El título en ingles es argot, “Hell or high wáter”, viene a ser
algo así como “pase lo que pase" o "contra viento y marea", nada
que ver con el que ha puesto “el listo” de turno en nuestra piel de toro.
Los hermanos Howard, Tanner
(Ben Foster), el mayor, impulsivo, violento, recién salido de la cárcel y Tobby
(Chris Pine), el pequeño, comienzan una serie de robos a bancos pertenecientes
a la cadena Texas Midland Bank en varios pueblos pequeños del estado. Por otro
lado y debido a que la cantidad robada no supera el límite, el FBI deja paso en
la investigación a dos Rangers de Texas, el veterano y a punto de retirarse
Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y su compañero mestizo Alberto Parker (Gil
Birmingham).

Es un relato de marcada
atmósfera geosocial que marca a fuego a los personajes, los hace duros,
determinados, flemáticos, resignados, violentos, sobre todo contemporáneamente, y es que la
crisis económica ha corrido como un plaga por las llanuras de Texas, haciéndola
un escenario desolado, con pueblos con comercios cerrados, gente desencantada, lacónica,
casas prefabricadas, y un sembrado de torres petrolíferas que pican la tierra,
ello en paisajes estériles nadas sembrado en las tierras, todo un vasto
territorio sumido en la decadencia, con aspecto cuasi-fantasmagórico, una inmersión
fascinante en la profunda, un microcosmos agrietado, donde los buenos tiempos
son historia, donde la pobreza campa a sus anchas. En este marco pesimista y
yermo evoluciona una historia de marcado
sino masculino, machos alfa que deben proveer, es la fronteriza Texas, un
territorio conservador, cree en justicieros, en linchamientos, para ello casi
todo el mundo tiene un arma, los hombres hechos y derechos se retan unos a
otros por minucias, lo importante es demostrar lo macho que se es, aquí seremos
testigos de elegiaco enfrentamiento entre fuerzas diversas, las desalmadas del
sistema bancario-capitalista, los que se quieren tomar la justicia (poética)
por su mano, y las fuerzas de la ley intentando hacer que esta se cumpla, en esta “batalla” se apoderará de la trama la
ambigüedad moral, haciendo el realizador con mucha habilidad que nos sintamos
identificados con los atracadores y con sus perseguidores, nos muestra a estos
de modo tridimensional, con matices, con motivos, con dignidad, y sobre todo
con una tremenda humanidad, haciéndonos empatizar con ellos.

Mackenzie desarrolla el film
con pulso ágil, con un tempo narrativo maravillosamente medido, un furibundo
montaje, sabiendo equilibrar los diferentes tonos, el drama, la acción, el
humor, unos fenomenales diálogos salpicados de socarronería, afectividad,
lirismo, componiendo momentos de enorme intensidad dramática, otros de una
tensión tremebunda, dosificando con inteligencia la información referida a las
motivaciones de los hermanos salteadores. A la vez estableciendo paralelismos
entre las dos parejas, por un lado la fraternal de Tanner y Tobby, radicalmente
diferentes pero con respeto mutuo, el primero visceral, violento, amoral, el
segundo reflexivo, cariñoso, y con código moral, y entre los dos fluye una naturalidad
y emoción de hermandad contenida, sin caer en manierismo, ni sensiblerías,
comunicación de miradas, de gestos sutiles; Y está la relación entre los dos
Rangers que les intentan dar caza, Marcus Hamilton y su ayudante Alberto Parker,
el primero un cínico veterano de vuelta de todo a punto de jubilarse, una ametralladora
de improperios racistas hacia su colega, este segundo un indio-mexicano, objetivo
flemático de las bromas del jefe, estoicamente aguanta, hasta que suelta un
mordaz discurso sobre como él es el autentico americano que fue despojado de
sus tierras por el invasor blanco, pero entre ambos subyace una entrañable
amistad.
Sabe el director sacudirnos
la conciencia, ponernos ante el dilema moral, hace que durante casi todo el
metraje las posiciones de simpatía y justicia poética con los bandidos sean
claras, nos hace empatizar con ellos, querer que no los atrapen, pero Mackenzie
con valentía nos sacude y remueve cuando empiezan los disparos, sobre todo uno
de ellos, seco y que se nos hunde en el alma, entonces nos hace ver que esto no
es Disneyland, es un mundo injusto, rebosante de injusticias, donde lo blanco y
lo negro no existen, solo matices de grises, dejando una punzante lección de
realismo, haciendo navegar nuestra conciencia en un mar de dudas sobre donde
está el bien y el mal, y esto eleva aún más la calidad penetrante del relato.
Hay también una reflexión
aguda sobre los nativos americanos, sobre los verdaderos dueños de estas
tierras, de cómo ahora son diana de las envenenadas flechas de un sheriff
blanco, o cuando un blanco tras el robo hace un comentario racista “Pero si ni
siquiera son mexicanos!”, o como los protagonistas para lavar su dinero acuden
a casinos indios, haciéndonos ver a que se dedican los otrora dueños de las
llanuras en sus mustangs. Y sobre todo en el agrio comentario del
medio-comanche Alberto ante Marcus sobre que ellos (los indios) hace 150 años,
toda esta tierra (Texas) pertenecía a su
pueblo, después los abuelos de Marcus se la robaron, y ahora, son los
impersonales bancos los que los expulsan a ellos como hicieron con sus
antepasados, el ciclo darwinista no para.
Jeff Bridges realiza como el sheriff
Marcus una actuación antológica, se mimetiza de modo colosal con su rol, con su
actitud de dejado, descuidada, con un gran bigote, la barba de varios días, el
sombrero stetson blanco, sus botas vaqueras, las gafas de sol, el modo de
mascar tabaco, los dardos racistas que lanza de modo políticamente incorrecto a
su compañero, curtido en su veteranía, sabedor del duro entorno que le rodea,
con un acento sureño delicioso, de modales rudos, de gesto sarcástico, lo
hiriente de su procaz lenguaje, un tipo que tras su dureza en la fachada deja
traslucir en su interior profundidad de sentimientos, sobre todo con el
objetivo de su chanza, titánica actuación. Chris Pine demuestra que tras sus simplista carrera hay también un
actor, rol ambiguo, complejo, sensible, abocado a una huida hacia adelante,
lacónico, transmite amplia gama de sentimientos, y ello con sutilidad y economía
gestual, con expresivos silencios, con miradas que traslucen su pesar interior,
su mejor trabajo hasta la fecha. Ben Foster está bien en un
papel que borda, está encasillado en estos personajes de violencia atávica, que
los borda, aquí además deja momentos de intimidad fraternal estupendos. Gil Birmingham
interpreta a Alberto Parker con contención, hieratismo, de mirada serena, viéndose
impelido una y otra vez por su jefe, soportando dignamente los picotazos, hasta
que explota, pero en coherencia con él, con mordacidad en el discurso de cómo él
es el americano real, asimismo posee una tremenda química con Bridges, dejando
perlas de sibarita valor en sus ententes.
La puesta en escena es de
enorme brillantez para trasladarnos la idea de la inmersión en un lugar
olvidado de la mano de Dios, con un espléndido diseño de producción de Tom
Duttfield (“Men In Black” o “Ed Wood”), paradójicamente la acción está situada
en Texas, pero se rueda en Nuevo México (Clovis, Portales Tucumcari,
Rancho Quay y Guadalupecondados, con turbadoras panorámicas del Valle del sur de Alamogordo
Luciano Mesa), esto filtrado de modo
turbio por la sobresaliente fotografía de Gilles Nuttgens (había
trabajado con Mackenzie en Young Adam y Perfect Sense), trasladando al espectador la sensación de un territorio hostil poblado
por la melancolía, por la sequedad, por el calor, por el sudor, una luz solar
constante que abrasa, cielos apenas nublados, con villas de casas ajadas,
desgastadas, mugrientas, praderas baldías, granjas improductivas, de vez en
cuando torres petrolíferas que hacen ver el fin de un tiempo rural, un modo de
vida extinguiéndose (si no lo ha hecho ya), una tierra anclada en el tiempo, la
cámara recoge este agreste y lánguido entorno de modo bellamente perturbador , influenciado
quizás en el espíritu fotográfico de Walker Evans y Dorothea Lange (famosos por
sus fotos de la Gran Depresión), captando la desolación y decaimiento, ello con
encuadres y tomas de enorme valor estético, cuadros donde los infinitos cielos
se funden con horizontes extenuantes y en medio el hombre, sibarita labor,
maximizada por la edición espectacular de Jake Roberts (“Convicto” o “Brooklyn”).
Y está la música, elemento prodigioso para la miscelánea en un todo sibarita de
emociones encontradas, la de los australianos Nick Cave y Warren Ellis (“El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”, “La carretera” o “Mustang”), temas instrumentales que se hacen uno con las imágenes, infundiendo añoranza
atmosférica, dotando a muchas secuencias de un alto grado de melancolía, asimismo
se suman temas country de Townes Van Zandt o Waylon Jennings, Outlaw state of
mind, los Attila , Jamey Johnson, Scott H. Biram o Gillian Welch entre otros.
Todo esto se compenetra para transmitir al espectador lo requerido por el
relato, la desesperanza y desilusión ambiental.
Spoiler:


Momentos recordables: El jocoso primer atraco
de los hermanos Howard, la trabajadora ve que son unos principiantes, y les
espeta secamente "Si os vais ahora, lo único que vais a ser culpables es
de ser estúpidos"; Cuando en una gasolinera un tipo desde un coche se mete
con Tobby, este le dice que no sabe la que se le viene encima como siga, el
camorrista le enseña una pistola, y por detrás llega Tanner que le da de una
soberana tunda; En un restaurante, una camarera (Katy
Mixon) mantiene una charla cariñosa con Tobby, mientras paralelamente a pocos
metros su hermano atraca un banco, sin saberlo Tobby, este le deja 200$ de
propina a la camarera, sale del establecimiento y su hermano mientras corre con
varios fajos de billetes en brazos grita que arranque el auto, tras esto llega
Marcus e interroga a la camarera, y le pide la propina como prueba esta se
niega sin una orden oficial, le espeta que con ese dinero paga la hipoteca de
este mes, en una reflexión “robinhoodesca”; En otro restaurante, Masrcus y Alberto
se disponen a pedir, cuando una camarera (Margaret
Bowman) mayor y arrugada, llega y les da una lección
de carácter, les pregunta que es lo que no quieren (ellos solo sirven asado de
carne), dándoles un discurso gruñón divertidísimo, espetándoles que en 1987
hubo alguien que pidió truchas; El clímax del film, el último atraco, una
sucursal poblada de gente, consiguen el dinero y entonces varios clientes sacan
sus pistolas, en lo que es un claro mensaje de cómo en Texas reina la cultura
de las pistolas, comenzando un tiroteo con varios muertos y heridos, los
hermanos consiguen salir y montarse en su ranchera, pero varios lugareños han
cogido sus coches y los persiguen modo caravana por la carretera (Clara alusión
al espíritu de justicieros de los texanos), entonces tras varios km Tanner se
para (Tobby está herido), se baja y saca un rifle automático, los perseguidores
paran y se bajan, Tanner comienza un atronador tiroteo contra los perseguidores,
que dan la vuelta despavoridos; Tanner llega a su coche de repuesto y monta a
Tobby. Inquiriéndole a que huya, él hará de señuelo para la policía, Tobby se
marcha y Tanner termina rodeado por la policía en medio del monte, subido a una
colina con un rifle de francotirador, desde allí tras un coche Marcus y
Alberto, hay un disparo seco y de pronto vemos a Alberto caído muerto con un
disparo en un ojo, bala que nos hace removernos, pues la empatía con los
atracadores se hace añicos; El glorioso epílogo, Marcus ya jubilado visita a
Tobby en su granja (ahora de sus hijos, con el dinero de los robos), Tobby lo
recibe con un rifle, Marcus sabe que el socio de Tanner era su hermano, no
puede demostrarlo, y entre los dos se produce una charla de calado, sin
autoinculparse Tobby le cuenta a Marcus que la pobreza es una enfermedad contagiosa
que se pasa de una generación a otra, y que él no quiere que sus vástagos la
sufran, estremecedor.
Muy recomendable film, de los
que te deja huella y te hace pensar, sin duda la mejor obra que he visto de
este año 2016. Fuerza y honor!!!
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