LA TIERRA DE LA
GRAN PROMESA.
Bueno y estimable drama
histórico del maestro polaco Andrzj Wajda, una épica historia que indaga en la
Revolución Industrial en el SXIX, concretamente en como afecto al Polonia, de
cómo abrió brechas en la sociedad de modo desgarrador, film de tintes expresionistas que muestra con
vigor el modo en que los jefes trataban como desechos humanos a los obreros. El
guión del propio director se basa en la novela (1897) homónima del premio
Nobel Władysław Reymont, situando la
acción en la pujante Lodtz, una pujante urbe industrial donde florecían las
fábricas textiles, y donde las diferencias entre patronos y trabajadores eran
sangrantes, convirtiendo el relato en una feroz crítica al capitalismo
despiadado. Se puede llegar a ver como un epítome de la situación de la Polonia
del tiempo del estreno (los 70), donde el Sindicato Solidaridad (al que Wajda
era afín) estaba en auge contra el poder establecido, donde los obreros de esta
cinta pueden ser vistos como los rebeldes del susodicho sindicato. Y esto
filmado por el realizador con mimo, con cuidado por el detalle, mezclando
toques barrocos con góticos, con encuadres y angulaciones sugestivas, con un
cromatismo expresionista neurálgico, con mucho simbolismo visual (las
contraposiciones entre la miseria de la gente de la calle y el lujo de las
mansiones, todo oropel vacío de contenido), derivando en un lenguaje narrativo
y estético de enorme valor.
Lodtz se había expandido en poco tiempo en un efervescente polo industrial textil
imperio. Allí Tres jóvenes amigos emprendedores, el polaco Karol (Daniel
Olbrychski), director de la fábrica Buchholtz, el noble alemán Max Baum
(Andrzej Seweryn), perteneciente a una familia en decadencia financiera, y el
judío Moryc Welt (Wojciech Pszoniak), negociador e inversionista, planean poner
en marcha su sueño, poner en marcha su propia fábrica textil, para lo que
deberán ir medrando, engañando, estableciendo frágiles alianzas, surtiéndose de
información confidencial en pos de su anhelo de la “Tierra de la gran Promesa”.
Es una radiografía descarnada
de unos tiempos convulsos donde el darwinismo social imperaba cual selva, la
fuerza física es sustituida por el poder económico o su falta de ello, un
submundo donde imperan los abusos sexuales de los patrones a sus obreras, la
corrupción, moral, la falta de empatía por los obreros, la nula presencia de
escrúpulos de los de arriba hacia los de abajo, de cómo lo que primaba por
encima de todo era adorar al Becerro de Oro, aunque en ello se pierda el alma,
y con ello Polonia perdiera su identidad e integridad, (en realidad puede ser
trasladado a casi todos los países), donde el materialismo y la codicia son el
único fin, un universo donde eres tanto como tienes. Esto es relatado con
cinismo, con incisivos toques humorísticos, con sardonismo, y sobre todo con
punzante intensidad dramática, un lienzo desolador de la gestación del
desalmado capitalismo, de cómo este germinó las insalvables diferencias de
clases y con ello explotaron los conflictos sociales, ello en un símil cruento
la sin corazón maquinaria frente a las carencias de los humanos, alcanzando durante el metraje momentos de una
energía brillante, transmitiendo con fuerza como el poder abusa, como explota,
como veja, y es que el progreso rápido no es sinónimo de progreso social, al
menos de todos.
Para emitir su mensaje
“destroyer” contra el exacerbado capitalismo el relato cae en varios momento en
la exageración, en lo grotesco, en lo impactante, e incluso en lo gore, con
cuerpos mutilados (donde el rojo sangre explosiona sobre la pantalla), con
personas trituradas por máquinas (menuda metáfora), con cuerpos corriendo
ardiendo cual antorchas humanas, todo en pos de su discurso batallador contra
la amoralidad del que ostenta el poder. En esta vorágine izquierdista llega a
entrar en lo panfletario, como cuando el jefe, con un cuerpo de obrero mutilado
en una máquina se preocupa más de la tela por la sangre desperdiciada que del
herido, o como se hacen listas en las fábricas de mujeres jóvenes para saciar
apetitos sexuales de los jefes. Estos gerifaltes oprimen y asfixian física y psicológicamente,
esto es visto crudamente, como los obreros masivamente cohabitan con máquinas
lúgubres, que se mueven insensiblemente, llegan a parecer segadoras que
amenazan las vidas de estos.
Se exhibe un mundo de
arribistas dispuestos a lo que sea con tal de llegar a ser la clase alta, donde
mentir, amenazar y venderse a cazadotes es el motor de esta anhelada escalada
social, donde el amor es algo que se puede comercializar en pos de obtener
financiación para tus pragmáticos sueños, el matrimonio como modo de pastelear.
Un mundo donde reina la hipocresía y las falsas apariencias, como lo muestra el
rico industrial que ha construido una hiperlujosa vivienda, a modo de
escaparate hueco, con lo que cree que la gente debe de ver su poderío, lo
material como símbolo de quien eres, ello paradójicamente mientras vive en su vieja y pequeña casa, mucho más cálida y confortable.
En su momento la cinta fue
acusada de antisemitismo, no sin razón, y
es que la película realiza un caricaturesco recorrido por la estereotipada
imagen de los judíos codiciosos, usureros, desalmados, viles, siempre pensando
en el dinero, por mucho que se diga que como Wajda es judío, la cinta no tiene
esta intención, me es risible, la historia tiene un tufillo peligroso contra
los judíos y esto es evidente, lo diga quien lo diga.
La puesta en escena resulta
subyugante, con un fabuloso diseño de producción de Tadeusz Kosarewicz, rodando
sobre todo en Lodtz, además de algunas otras ciudades polacas como Wroclaw, Cieszyn, Bielsko, dejando una
ampulosa reconstrucción de la época,
recreando una hiriente dualidad, una urbe plagada de fábricas enormes, con sus
enormes chimeneas, con sus enormes máquinas, con notaria inseguridad en el
trabajo, con las calles embarradas, mugrientas, sucias, con las humildes
vestimentas de los obreros, esto en retorcida conjunción con los ricachones, y
sus opulentas viviendas, recargadas de decoración barroca, con sus
restaurantes, o la ópera, esto filtrado por la fotografía de Waclaw Dybowski, Edward Klosinski (“El hombre
de mármol” o “Europa”), Witold Sobocinski (“Piratas” o “Frenético”), que
realizan una labor majestuosa, acentuando el expresionismo a cada toma, con sus
grandes (y bajas) angulaciones, encuadres opresivos, con picados y
contrapicados penetrantes, filmando muchos techos (para incidir en el
espectador la asfixia existencial), con un bañado incesante de marrón grisáceo,
llegando en muchos momentos a traspasarnos sensación pesadillesca. La música es
del polaco Wojciech Kilar (“Drácula” o “El pianista”), partitura
neurálgica que aumenta el dramatismo del relato.
Hay varias subtramas que
enriquecen el discurso del choque social: Herman Bucholz (Andrzej Szalawski),
un desalmado que ve a los obreros como animales prescindibles; Kessler (Zbigniew
Zapasiewicz) es un patrón que escoge a chicas jóvenes obreras
para saciar su lívido sexual, aprovechándose de su inocencia y falta de dinero,
escoge a una joven que provoca que la fmilia humilde quede destrozada, teniendo
su zenoit en una sanguinolenta pelea entre el padre de ella y el propio Kessler;
Hay otro empresario que puede ser visto como la brújula moral de la historia un
tipo íntegro, que no recurre a trampas o engaños para salir a flote de su
bancarrota; Muller (Franciszek Pieczka),
un acaudalado empresario que gusta de aparentar de los muchos lujos que puede
disponer, aunque en realidad no disfrute de ellos;
Daniel Olbrychski encarna a
Karol Borowiecki, aristocrática polaco, egoísta y ambicioso que busca su
ascenso social, interpretado de modo un tanto naif, despreocupado, tiene
impetuosa presencia pero adolece de cierta empatía con el espectador, lo
notamos distante y frívolo por momentos, no denota debilidades, restándole
humanidad.
Wojciech Pszoniak encarna a Moryc, extrovertido, dicharachero, locuaz, aunque a
veces se pase en la sobreactuación, aún así el mejor de todos con su vis cómica
y las grietas de humanidad que traspira, con excelsos momentos, como cuando
negocia con un judío el dinero que le debe. Andrzej Seweryn
como el germano Max Baum, el más flojo, sin demasiada chicha, su acaso
representar la presencia alemana en Polonia, es el que menso personalidad
expone, es el reflejo a través de su padre de la nobleza, su progenitor
prefiere morir sin nada que ser un rastrero que huye de sus responsabilidades.
Hay tres mujeres en la vida
del protagonista Karol que conforman varios modos de afrontar su futuro, las
tres de diferentes procedencias, como los tres amigos, teniendo en cuenta que
Karol es una alegoría de la propia Polonia: Anka (Anna
Nehrebecka), es su abnegada y tierna prometida, viene a ser el camino correcto
para Karol, o sea para Polonia, aunque esto suponga dificultades en el camino
hacia el progreso; Lucy Zucker (Kalina Jędrusik), es la imagen del pecado,
esposa de un financiero judío, es la perversión sexual, refleja la falta de respeto, la arrogancia y
condescendencia xenófoba; Mada Müller (Bozena Dykiel), es la boba hija de un
rico empresario alemán, desprovista de personalidad, pero teniendo tras de sí
una dote que la puede hacer atractiva a cazadotes.
Taras: Cierta dejadez en la
delineación de un protagonista frío; El ritmo no siempre acompaña, habiendo
cierto desequilibrio en tramos, cayendo en situaciones que desvían la atención
de lo primordial, como retazos de humor bastante discutible que no encajan en
el tono del film; Como también es atacable el acartonamiento bufo de ridiculizar
de mala manera a los patronos, esto resta veracidad.
Spoiler:
Momentos recordables, alguno ya mencionado: Su turbador
arranque, un montaje virulento en el que vemos por un lado la pobreza de los
obreros mientras van a trabajar a la ciudad poblada de chimeneas humeantes que
convierten el aire en niebla de contaminación, alternado con dos ricachones que
rezan (uno el Padrenuestro y otro jiddish) en sus lujosas mansiones, el lisiado
Bucholz y un avariento (que sutil) judío; La crucial conversación entre Karol y
su padre (Tadeusz Bialoszczynski), cuando el
hijo ha dejado a su novia, el progenitor le echa en cara su falta de
integridad, pero Karol le espeta que son tiempos de no respetar tradiciones,
que lo importante es ser un poderoso empresario; El representativo tramo de la
ópera, más una hoguera de las vanidades que un lugar para la música; La reunión
entre Moryc y un acreedor judío, como Moryc se enfrenta a él con ímpetu y
furibunda petulancia, cuando este sale cae exhausto al suelo, en señal de la
presión que soporta, entonces se produce un momento desconcertante (no le
encuentro sentido), y es que Moryc mira a cámara en primer plano y sonríe; La
estremecedora secuencia del incendio en la fábrica, abrasadora, con personas
corriendo ardiendo cual teas, con gente saltando por ventanas, trémula; La
elipsis temporal tras el incendio, unos años después Karol ha sucumbido a ser
un cazadotes, se ha casado con Mada Müller
para con su ajuar (dinero) haber reconstruido la fábrica, pero la fiesta de
inauguración es confrontada por una huelga de obreros, vemos en la calle una
especie de germen del nacimiento del comunismo con un obrero enarbolando un
trapo rojo, Karol entre los oropeles del salón ordena disparar contra los
huelguistas, cayendo el primero el del trapo rojo, en lo que es una especie de
metáfora de que el círculo vicioso de los abusos continua.
Recomendable cinta sobre los
males y las raíces despiadadas del capitalismo, con un Wajda en plena forma.
Fuerza y honor!!!
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