MARÍA ESTUARDO.
Funcional drama
histórico dirigido por el maestro John Ford, protagonizado por una radiante y
nunca más bella titular Katherine Hepburn. Obra que destaca por un manejo de la
iluminación al modo expresionista muy incisivo. Adaptación de la obra de
Maxwell Anderson de 1933, con Fredric March repitiendo el papel de Bothwell,
que también interpretó en escena durante la obra, guion escrito por Dudley
Nichols (“El Delator”, “La fiera de mi niña”, “La Diligencia”, o
“Perversidad”). Ford se encontró haciendo una película que, al parecer, pronto
lo aburrió y perdió el interés desde el principio. La historia le pareció poco
convincente y le disgustaron los diálogos en verso libre. Antes del rodaje de
la escena de amor entre Mary y Bothwell, Ford declaró que se marchaba temprano
del rodaje y le dijo a Hepburn: ‘Mira, dirige esta escena’. Y, cuando March
accedió, dirigió su primera y única escena.
Aun con esta dejadez,
deja momentos sustanciosos, como es el juicio a María Estuardo, también
apreciable la cinematografía de Joseph H. August (“El Delator”, “Esmeralda la
Zíngara”, o “Jennie”), jugando dramáticamente con las escenas, con fuertes
contrastes de grises, con profundidades de campo, con picados y contrapicados
emocionales, esto potenciado por los estupendos decorados (todo fue filmado en
sets de rodaje), obra de Van Nest Polglase (“Sombrero de copa” o “Ciudadano
Kane”), ampulosas creaciones que dan lustre a los palacios en interiores
fastuosos. Así como muy hábil en como utiliza los fenómenos meteorológicos para
enfatizar momentos emocionalmente fuertes.
Ford mostrando sus
claras simpatías por la protagonista, probablemente esto debido a la fe
católica que tenía en común el realizador con la reina. Muestra el choque entre
las dos reinas, la de Escocia y la de Inglaterra, como un enfrentamiento entre
una digna y noble mujer, hermosa, fértil, y católica, frente a una mucho menos agraciada físicamente, estéril,
manipuladora, envidiosa, artera, ambiciosa, y de fe anglicana (que instauró su
padre).
Un melodrama que basa
gran parte de sus bazas en centrar lo bueno y malo de esta monarca en su amor
por un noble escocés, esto provoca una tormenta, pues el sentido del deber de
ella le obliga a casarse con otro noble. Con lo que esta mujer se debate entre
su vocación de reina y los sentimientos que manan del corazón de ella. Esto
mientras soterradamente se suceden las conspiraciones palaciegas para empujar
del trono a la legítima jerarca. Teniendo mucho que ver en ello la condición de
ella de ferviente católica frente a la ola protestante comandada por el
fanático John Knox. También tangencialmente hay un duelo en la distancia de
esta mujer frente a otra histórica fémina como es la pérfida Isabel.
La Reina de Escocia de
1542 a 1567, María Estuardo tuvo un gran peso en la historia de Inglaterra como
mujer aguerrida, fiel a sus principios y leal a sus inclinaciones. Hija de
Jacobo V de Escocia y de María Guisa, fue reina desde los nueve meses de edad y
se cuenta que, en el momento en que el cetro real fue puesto en sus pequeñas
manos, ella lo atrapó como si no fuera a soltarlo durante el resto de su vida.
Tras muchos días grises con el asedio de Enrique VIII, María es llevada de un
lugar a otro para protegerla y así terminará casada con el enfermo delfín
Francisco, con el fin de asegurarle la protección del rey de Francia, quien
además se encargaría de su educación. Desde los 5 hasta los 18 años, vivió
María Estuardo en la corte de Francia, atendida por dos lores, las cuatro
bellas Marías (hijas de nobles familias escocesas), y con la compañía de sus
dos hermanastros. Aprendió varios idiomas y finalmente se casó con Francisco en
1558, cuando ella cumplía 16 años. Tras la muerte de Enrique II, se convirtió
en reina de Francia, y era sucesora al trono inglés, pues la actual reina,
Isabel I, no tenía hijos. María parecía llamada a tener siempre una corona en
su cabeza. Muerta su madre, fallecido su esposo Francisco, y tras haberse
retirado el ejército francés de Escocia, la joven reina decide regresar a su
tierra en 1561, para hacer parte de un gobierno dividido por las religiones. Y
aquí empieza el filme de John Ford, basado en una obra escrita para el teatro
por Maxwell Anderson, y con un guión de Dudley Nichols que eliminó las rimas de
Anderson, pero que no aportó mucho para hilvanar una historia que se saliera de
los aposentos.
Si María de Escocia
tuviera historia. En esta película no la tiene del todo. Comienza con impulso
prometedor, con la primera noche de Hepburn como reina cargada de emoción,
solemnidad y esperanza: entrada memorable parece augurar un drama histórico a
la altura. Pero John Ford se desentiende pronto. La película pierde energía
conforme avanza, atrapada en las sombras políticas y religiosas de una Escocia
dividida, sin que Ford parezca particularmente interesado en mantener la
tensión.
La historia acompaña
a María en su viaje desde el regreso a Escocia, envuelta en la niebla y rodeada
de señores intrigantes, hasta su trágico final. Se sumerge en la rivalidad
religiosa, las gaitas y el fuego cruzado entre la corona y John Knox (Moroni
Olsen), y política que define su reinado. Su matrimonio sin amor con el fatuo
Darnley (Douglas Walton, especialmente irritante), el brutal asesinato de su
fiel secretario Rizzio (un genial John Carradine), y la posterior muerte del
débil rey, no recaen en María ni en Bothwell (Fredric March), sino en
conspiradores externos. El film evita condenar directamente a María,
retratándola como víctima de sus pasiones y del ajedrez político que la rodea.
El romance con
Bothwell, apasionado, protector, fanfarrón y vibrante gracias a March, tiene el
aroma de una tragedia clásica. Su matrimonio secreto tras la muerte del rey
enciende la revuelta monárquica y clerical que lleva a María a su caída. Hay un
lirismo fatal en frases como: ‘Qué es mi trono? Lo quemaría por cualquiera de
los días que he pasado contigo’.
Uno de los momentos
más esperados, el encuentro entre María y la reina Isabel I (interpretada con
gran autoridad por Florence Eldridge, esposa de March en la vida real), es un
choque decepcionante (encuentro ficticio, nunca se produjo). En lugar de un
combate entre titanas, se reduce a una súplica. María llega con tono
suplicante, más una víctima que una rival, implorando justicia, casi
reprochando suavemente a una Isabel seca, paranoica y distante. No hay desafío,
ni regodeo, ni verdadero choque de temperamentos. Es un clímax privado de punch.
Hepburn, no
obstante, está admirable. Sabe ser femenina, impetuosa y valerosa, incluso en
sus momentos más vulnerables. La cámara de Ford la favorece con primeros planos
que capturan su lucha interna, su dignidad y su fuego. En detalles como bordar
durante un consejo de guerra, la película se permite fidelidades históricas
notables. Sus escenas con Carradine (Rizzio) destacan por su calidez y
disfrute.
La puesta en escena
oscila entre lo sombrío y lo romántico gracias al dramático y emocional trabajo
de la cinematografía en glorioso b/ de Joseph H. August (“El delator” o “Jennie”).
La penumbra envuelve dagas y traiciones: una figura encapuchada a bordo del
navío, la sombra de Donald Crisp (Lord Huntley), su sable roto como augurio. Y
sin embargo, en medio de la tragedia, Ford ilumina a la “Jezabel de Francia”
como si fuera una Madonna, en un claro guiño de devoción cinematográfica.
La cinta peca de
resultar rutinaria en su desarrollo, todo acontece de forma muy teatral,
incluso con dejes histriónicos en cómo se mueven los personajes, ejemplo es el
golpe de estado que dan a la reina en palacio. Incluso como la acción solo se
da en refriegas palaciegas aparatosas, sin batallas en exteriores. Los diálogos
la mayoría son bastante ordinarios, sin vigor dramático suficiente como para
atraparte vivamente. El conflicto que se plantea es demasiado críptico en como
avanza a machetazos, ejemplo de esto es que me resulta una nebulosa
inescrutable el porqué no poder casarse Bothwell con María, y si tener que
hacerlo ella con Lord Darnley (¿?), por cierto este muy caricaturesco e
bufonesco, falta sutilidad, se quiere hacer ver a Bothwell como un carismático
héroe, mientras a Darnley como un mindundi débil y amanerado; Da la sensación
que el guion quiere convertir a María en Juana de Arco, sobre todo esto se da
en la escena del juicio y en su místico epílogo, queriendo entroncar con la “La
Passion de Jeannne D’Arc” de Dreyer del 1928.
El final es sobrio y
poderoso. María, ahora símbolo de orgullo trágico, se encamina hacia el cadalso
como quien asume su destino. La cámara asciende al cielo mientras ella
pronuncia: «Y aprendí cómo una mujer puede ser reina un día y estar en el
cadalso al siguiente». Es un cierre lírico, doloroso, pero no del todo merecido
por una narrativa que ha flaqueado demasiado en el camino.
La película no se apega a la verdad histórica,
retratando a María como una mártir agraviada y a su tercer esposo (James
Hepburn, cuarto conde de Bothwell) como un héroe romántico. Si bien es cierto
que Bothwell era conocido por su infidelidad, su último matrimonio con María
fue genuino. En cuanto al estatus histórico de María, el encarcelamiento
injusto por parte de Isabel I y las intrigas angloprotestantes en Escocia
minaron sus pretensiones al trono de Escocia y al trono de Inglaterra,
convirtiéndola en una amenaza directa para Isabel I; Al principio de la
película, se describe a María como la heredera legítima de Enrique VIII, cuando
en realidad era la heredera de Jacobo V. Su derecho al trono inglés se deriva
de Enrique. Tenía derechos legítimos a ambos tronos y era la heredera de
Isabel. Debido a la anulación del matrimonio de Enrique con Ana Bolena, la
madre de Isabel, muchos la consideraban ilegítima. Como nieta de Margarita de
Tudor (hija del rey Enrique VII de Inglaterra), muchos consideraban a María la
heredera legítima del trono de Inglaterra y de Escocia.
En conjunto, aunque un
film menor dentro de la homérica de John Ford, tiene sus cosillas que la hacen
apreciable, destacando una fascinante Katherine Hepburn. Gloria Ucrania!!!
PD. Helen Hayes
interpretó a Mary en Broadway en la obra que se estrenó en Nueva York el 27 de
noviembre de 1933 y tuvo 248 representaciones. El reparto también incluyó a
Moroni Olsen, recrea su papel de John Knox en la película y es el único miembro
del elenco original de Broadway que repite un papel en la película.
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