lunes, 30 de junio de 2025

 


MARÍA ESTUARDO.

 

Funcional drama histórico dirigido por el maestro John Ford, protagonizado por una radiante y nunca más bella titular Katherine Hepburn. Obra que destaca por un manejo de la iluminación al modo expresionista muy incisivo. Adaptación de la obra de Maxwell Anderson de 1933, con Fredric March repitiendo el papel de Bothwell, que también interpretó en escena durante la obra, guion escrito por Dudley Nichols (“El Delator”, “La fiera de mi niña”, “La Diligencia”, o “Perversidad”). Ford se encontró haciendo una película que, al parecer, pronto lo aburrió y perdió el interés desde el principio. La historia le pareció poco convincente y le disgustaron los diálogos en verso libre. Antes del rodaje de la escena de amor entre Mary y Bothwell, Ford declaró que se marchaba temprano del rodaje y le dijo a Hepburn: ‘Mira, dirige esta escena’. Y, cuando March accedió, dirigió su primera y única escena.

 

Aun con esta dejadez, deja momentos sustanciosos, como es el juicio a María Estuardo, también apreciable la cinematografía de Joseph H. August (“El Delator”, “Esmeralda la Zíngara”, o “Jennie”), jugando dramáticamente con las escenas, con fuertes contrastes de grises, con profundidades de campo, con picados y contrapicados emocionales, esto potenciado por los estupendos decorados (todo fue filmado en sets de rodaje), obra de Van Nest Polglase (“Sombrero de copa” o “Ciudadano Kane”), ampulosas creaciones que dan lustre a los palacios en interiores fastuosos. Así como muy hábil en como utiliza los fenómenos meteorológicos para enfatizar momentos emocionalmente fuertes.

 

Ford mostrando sus claras simpatías por la protagonista, probablemente esto debido a la fe católica que tenía en común el realizador con la reina. Muestra el choque entre las dos reinas, la de Escocia y la de Inglaterra, como un enfrentamiento entre una digna y noble mujer, hermosa, fértil, y católica, frente a una mucho menos agraciada físicamente, estéril, manipuladora, envidiosa, artera, ambiciosa, y de fe anglicana (que instauró su padre).

 

Un melodrama que basa gran parte de sus bazas en centrar lo bueno y malo de esta monarca en su amor por un noble escocés, esto provoca una tormenta, pues el sentido del deber de ella le obliga a casarse con otro noble. Con lo que esta mujer se debate entre su vocación de reina y los sentimientos que manan del corazón de ella. Esto mientras soterradamente se suceden las conspiraciones palaciegas para empujar del trono a la legítima jerarca. Teniendo mucho que ver en ello la condición de ella de ferviente católica frente a la ola protestante comandada por el fanático John Knox. También tangencialmente hay un duelo en la distancia de esta mujer frente a otra histórica fémina como es la pérfida Isabel.   

 

La Reina de Escocia de 1542 a 1567, María Estuardo tuvo un gran peso en la historia de Inglaterra como mujer aguerrida, fiel a sus principios y leal a sus inclinaciones. Hija de Jacobo V de Escocia y de María Guisa, fue reina desde los nueve meses de edad y se cuenta que, en el momento en que el cetro real fue puesto en sus pequeñas manos, ella lo atrapó como si no fuera a soltarlo durante el resto de su vida. Tras muchos días grises con el asedio de Enrique VIII, María es llevada de un lugar a otro para protegerla y así terminará casada con el enfermo delfín Francisco, con el fin de asegurarle la protección del rey de Francia, quien además se encargaría de su educación. Desde los 5 hasta los 18 años, vivió María Estuardo en la corte de Francia, atendida por dos lores, las cuatro bellas Marías (hijas de nobles familias escocesas), y con la compañía de sus dos hermanastros. Aprendió varios idiomas y finalmente se casó con Francisco en 1558, cuando ella cumplía 16 años. Tras la muerte de Enrique II, se convirtió en reina de Francia, y era sucesora al trono inglés, pues la actual reina, Isabel I, no tenía hijos. María parecía llamada a tener siempre una corona en su cabeza. Muerta su madre, fallecido su esposo Francisco, y tras haberse retirado el ejército francés de Escocia, la joven reina decide regresar a su tierra en 1561, para hacer parte de un gobierno dividido por las religiones. Y aquí empieza el filme de John Ford, basado en una obra escrita para el teatro por Maxwell Anderson, y con un guión de Dudley Nichols que eliminó las rimas de Anderson, pero que no aportó mucho para hilvanar una historia que se saliera de los aposentos.

 

Si María de Escocia tuviera historia. En esta película no la tiene del todo. Comienza con impulso prometedor, con la primera noche de Hepburn como reina cargada de emoción, solemnidad y esperanza: entrada memorable parece augurar un drama histórico a la altura. Pero John Ford se desentiende pronto. La película pierde energía conforme avanza, atrapada en las sombras políticas y religiosas de una Escocia dividida, sin que Ford parezca particularmente interesado en mantener la tensión.

 

La historia acompaña a María en su viaje desde el regreso a Escocia, envuelta en la niebla y rodeada de señores intrigantes, hasta su trágico final. Se sumerge en la rivalidad religiosa, las gaitas y el fuego cruzado entre la corona y John Knox (Moroni Olsen), y política que define su reinado. Su matrimonio sin amor con el fatuo Darnley (Douglas Walton, especialmente irritante), el brutal asesinato de su fiel secretario Rizzio (un genial John Carradine), y la posterior muerte del débil rey, no recaen en María ni en Bothwell (Fredric March), sino en conspiradores externos. El film evita condenar directamente a María, retratándola como víctima de sus pasiones y del ajedrez político que la rodea.

 

El romance con Bothwell, apasionado, protector, fanfarrón y vibrante gracias a March, tiene el aroma de una tragedia clásica. Su matrimonio secreto tras la muerte del rey enciende la revuelta monárquica y clerical que lleva a María a su caída. Hay un lirismo fatal en frases como: ‘Qué es mi trono? Lo quemaría por cualquiera de los días que he pasado contigo’.

 

Uno de los momentos más esperados, el encuentro entre María y la reina Isabel I (interpretada con gran autoridad por Florence Eldridge, esposa de March en la vida real), es un choque decepcionante (encuentro ficticio, nunca se produjo). En lugar de un combate entre titanas, se reduce a una súplica. María llega con tono suplicante, más una víctima que una rival, implorando justicia, casi reprochando suavemente a una Isabel seca, paranoica y distante. No hay desafío, ni regodeo, ni verdadero choque de temperamentos. Es un clímax privado de punch.

 

Hepburn, no obstante, está admirable. Sabe ser femenina, impetuosa y valerosa, incluso en sus momentos más vulnerables. La cámara de Ford la favorece con primeros planos que capturan su lucha interna, su dignidad y su fuego. En detalles como bordar durante un consejo de guerra, la película se permite fidelidades históricas notables. Sus escenas con Carradine (Rizzio) destacan por su calidez y disfrute.

 

La puesta en escena oscila entre lo sombrío y lo romántico gracias al dramático y emocional trabajo de la cinematografía en glorioso b/ de Joseph H. August (“El delator” o “Jennie”). La penumbra envuelve dagas y traiciones: una figura encapuchada a bordo del navío, la sombra de Donald Crisp (Lord Huntley), su sable roto como augurio. Y sin embargo, en medio de la tragedia, Ford ilumina a la “Jezabel de Francia” como si fuera una Madonna, en un claro guiño de devoción cinematográfica.

 

La cinta peca de resultar rutinaria en su desarrollo, todo acontece de forma muy teatral, incluso con dejes histriónicos en cómo se mueven los personajes, ejemplo es el golpe de estado que dan a la reina en palacio. Incluso como la acción solo se da en refriegas palaciegas aparatosas, sin batallas en exteriores. Los diálogos la mayoría son bastante ordinarios, sin vigor dramático suficiente como para atraparte vivamente. El conflicto que se plantea es demasiado críptico en como avanza a machetazos, ejemplo de esto es que me resulta una nebulosa inescrutable el porqué no poder casarse Bothwell con María, y si tener que hacerlo ella con Lord Darnley (¿?), por cierto este muy caricaturesco e bufonesco, falta sutilidad, se quiere hacer ver a Bothwell como un carismático héroe, mientras a Darnley como un mindundi débil y amanerado; Da la sensación que el guion quiere convertir a María en Juana de Arco, sobre todo esto se da en la escena del juicio y en su místico epílogo, queriendo entroncar con la “La Passion de Jeannne D’Arc” de Dreyer del 1928.

 

El final es sobrio y poderoso. María, ahora símbolo de orgullo trágico, se encamina hacia el cadalso como quien asume su destino. La cámara asciende al cielo mientras ella pronuncia: «Y aprendí cómo una mujer puede ser reina un día y estar en el cadalso al siguiente». Es un cierre lírico, doloroso, pero no del todo merecido por una narrativa que ha flaqueado demasiado en el camino.

 

La película no se apega a la verdad histórica, retratando a María como una mártir agraviada y a su tercer esposo (James Hepburn, cuarto conde de Bothwell) como un héroe romántico. Si bien es cierto que Bothwell era conocido por su infidelidad, su último matrimonio con María fue genuino. En cuanto al estatus histórico de María, el encarcelamiento injusto por parte de Isabel I y las intrigas angloprotestantes en Escocia minaron sus pretensiones al trono de Escocia y al trono de Inglaterra, convirtiéndola en una amenaza directa para Isabel I; Al principio de la película, se describe a María como la heredera legítima de Enrique VIII, cuando en realidad era la heredera de Jacobo V. Su derecho al trono inglés se deriva de Enrique. Tenía derechos legítimos a ambos tronos y era la heredera de Isabel. Debido a la anulación del matrimonio de Enrique con Ana Bolena, la madre de Isabel, muchos la consideraban ilegítima. Como nieta de Margarita de Tudor (hija del rey Enrique VII de Inglaterra), muchos consideraban a María la heredera legítima del trono de Inglaterra y de Escocia.

 

En conjunto, aunque un film menor dentro de la homérica de John Ford, tiene sus cosillas que la hacen apreciable, destacando una fascinante Katherine Hepburn. Gloria Ucrania!!!

 

PD. Helen Hayes interpretó a Mary en Broadway en la obra que se estrenó en Nueva York el 27 de noviembre de 1933 y tuvo 248 representaciones. El reparto también incluyó a Moroni Olsen, recrea su papel de John Knox en la película y es el único miembro del elenco original de Broadway que repite un papel en la película.

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