RAIN MAN.
Sobrevalorado
drama, que sin ser malo, tampoco es, con el filtro de los 36 años transcurridos
desde su estreno una gran película, como para tener el gran éxito comercial (la
más taquillera de 1988) y el éxito de crítica, ganó el el Oso de Oro del
festival Internacional de Cine de Berlin, amén de obtener nada menos que el
Oscar a Mejor Película y Mejor Dirección para Barry Levinson (también el de
Mejor Guion Original), superando en ambas categorías a la Homérica “Las
Amistades Peligrosas”, o a “La última tentación de Cristo” que ni siquiera
estaba en la terna. Dirige el artesano Barry Levinson, que venía de triunfar
con “Good Morning, Vietnam” (1987), para adaptar aquí el guión de Ron Bass (“La
carrera del sol”) y Barry Morrow (“Más allá de los sueños”), sobre una historia
del segundo. Un proyecto que llevaba años en desarrollo, con varios directores
(entre ellos Steven Spielberg) adjuntos en diferentes momentos. Morrow había
originado el proyecto, y guarda parecido con un par de películas para
televisión que había escrito, “Bill” (1981) y “Bill: On His Own” (1983), que se
basaban en sus propias experiencias como amigo y guardián de un hombre con
discapacidades cognitivas. Morrow creó el personaje de Raymond después de
conocer a Kim Peek, un sabio de la vida real; su caracterización se basó tanto
en Peek como en Bill Sackter, buen amigo de Morrow que fue el tema de “Bill”,
película anterior que escribió Morrow.
Es una historia
facilona, simplista, predecible, donde todo se ve venir de lejos nunca
sorprende, acudiendo a ese manido sub género de tratar patologías de un modo
sensiblero, para con ello hacernos compadecer de un modo manipulador, y para
ello, por supuesto, habrá un actor que transmita esta discapacidad para
conmovernos, en este caso Dustin Hoffman (asesorado, según los créditos, por
seis psicólogos y psiquiatras) acudiendo a toda clase de tics sobre esta
afección, el Autismo, una labor muy sencilla para un gran actor, pues su rol de
Raymond es un tempano de hielo, no parece sentir ni padecer, con tics
permanentes en su ladeo de cabeza, sus hombros encorvados, su caminar aniñado,
repetición de frases hechas, y que nunca te mira a los ojos. Solo tiene dos
estados, uno es el gélido soltando datos a diestro y siniestro (puede memorizar
media guía telefónica en una noche y también puede realizar multiplicaciones
extravagantes en un instante), viviendo en sus rígidas rutinas (comer palitos
de pescado y gelatina de lima los martes, siempre comprar en K-Mart y fiel
seguidor de programas de tv), y el otro es iracundo (tapándose los oídos a modo
de defensa), un personaje sin desarrollo alguno, remanente de su trastorno,
esto le impide conexión real humana con el espectador (ósea, yo). A su lado un
voluntarioso Tom Cruise, depositario de ser la correa de transmisión de lo que
el espectador debe sentir ante esta manifestación
fenotípica. El actor neoyorkino ofrece una buena interpretación, pero la
(previsible) transformación de tipo egoísta e individualista a lo que todos
sabemos se da de modo arbitrario, forzado por Imperativo del guion, nunca hay
calor entre ambos que me emocione, todo me sucede de modo plano y sin punch, la
coraza sobre Raymond impide enterarnos de que conexión hay entre ambos, solo
esta medio llega por el tramo donde nos enteramos de quien era Rain Man, pero
hasta esto me resulta bastante forzado a querer empujarnos a lagrimear, no hay
desarrollo orgánico. No hay verdadera intensidad, y llegados a su rush final,
Levinson da una lección de coda anticlimática, después de dos horas de viaje la
Montaña ha parido un ratoncito.
Tampoco es que el relato
resulte muy atractivo, una road-movie, siempre son de autodescubrimiento en la
odisea por carretera, el que este personaje con su hermano crucen USA no está
surtido de situaciones o diálogos sustanciosos, siendo incluso iterativo, como
si tuvieran que machacarnos una y otra vez los hechos, que si Raymond es muy
bueno con los números, pues nos lo meten tropecientas veces para que su hermano
se asombre una y otra vez, que si se entra en estado cuasi epiléptico cada vez
que las cosas no están a su enfermizo gusto, pues nos lo subrayan infinitas
veces para que el hermano se conmueva.
Narración que parece una
sucesión de lugares comunes, sin originalidad, ejemplo es que todos cuando
Raymond se destapa como ‘ordenador humano’ que retiene fotográficamente todo
tipo de datos numéricos, sabemos que terminaran pasando por algún casino de Las
Vegas, sobre todo cuando le cuelgan al rol de Cruise una crisis económica, esto
además, se nos quiere hacer ver como la edificación de un vínculo afectivo
entre ambos, cuando es un ‘interesado’ hermano llevando a un robot a una mesa
de Black Jack. Es entretenidilla sin más, no aburre, pero tampoco me atrapa, se
nota hecha con una plantilla de la que no se sale.
Cuenta la historia del
arrogante, egoísta y joven comerciante de autos de lujo, Charlie Babbitt
(Cruise), su padre, al que por una discusión hacía años que no veía, ha muerto.
Él y su novia Susanna (Valeria Golino) viajan a Cincinnati para arreglar la
herencia que espera sea cuantiosa al creerse hijo único. Hereda sólo un grupo
de rosales y un clásico Buick Roadmaster convertible de 1949 por el cual él y
su padre se habían enfrentado, mientras el resto del patrimonio de $3 millones
irá a parar a un administrador anónimo. Se entera que el dinero se dirige a una
institución mental local, donde conoce a su hermano mayor Raymond (Hoffman), un
autista a quien no conoció en toda su vida.
Intenta ser el film una
exposición reflejada del autismo de Raymond, donde con su incapacidad
comunicativa es una alegoría de la incapacidad de su hermano para tener
emociones lejos de su egoísmo. Pero esto es muy superficial y tratado de forma
muy convencional. También se puede entender como una historia sobre la
aceptación de lo que no puedes controlar, aunque esto también es algo
distorsionado, pues cuando Charlie cae en la quiebra, tenemos la casualidad que
está con una mente fotográfica nada menos que en el lugar donde más se puede
aprovechar este Don, Las Vegas, con lo que el mensaje queda un tanto atrofiado.
Cuando vemos que son dos hermanos
diametralmente diferentes, sabemos que chocaran, y sabemos cómo acabaran,
después de la tormenta siempre viene la calma. Introduce el guion el personaje
de Valeria Golino como Susanna, pareja de Charlie, que más parece un parche
para deconstruir la altivez de este, pero en realidad solo aporta el baile (al
son del “Bouncin' the Blues”) en el ascensor con Raymond, resto es y totalmente
cercenable, tanto que en la última parte del film desaparece sin que se sepa
porque, y tampoco se la echa en falta.
Es un drama salpicado de
notas de humor, que sobre todo se dan en el choque de caracteres entre el electrizante
Charlie y el disciplinado autista Raymond, ello a partir de pequeñas
discusiones sobre los inflexibles gustos del segundo, como su gusto por el
jarabe de arce, su ‘problema’ con los calzoncillos, o como le gusta repetir que
es un gran conductor.
La puesta en escena es
buena, destacando la notable cinematografía de John Seale (“Único testigo” o
“Mad Max: Furia en la carretera”), dotando de épica secuencias como el tránsito
en auto por la carretera desierta, contrastando con las tomas fulgentes de
cromatismos en Las Vegas. Ello maximizado por la música del germano Hans Zimmer
(“Gladiator” o “Inception”), con un gran repertorio de temas adicionales,
destacando el “Iko Iko” de The Belle Stars.
Spoiler:
Rush final: Al regresar
a Los Ángeles, Charlie se encuentra con el doctor Bruner (correcto Gerald R.
Molen), quien le ofrece 250.000 dólares para alejarse de Raymond. Charlie se
niega, diciendo que ya no está molesto por haber sido excluido del testamento
de su padre, pero quiere tener relación con su hermano. En una reunión con un
psiquiatra designado por el tribunal, Raymond demuestra ser incapaz de decidir
por sí mismo lo que quiere. Charlie detiene el interrogatorio y le dice a
Raymond que está feliz de tenerlo como hermano. Mientras Raymond y Bruner
abordan un tren para regresar a la institución, Charlie promete visitarla en
dos semanas.
Momentos recordables: El
mencionado baile entre la Golino y Hoffman; Cuando Charlie se entera que Rain
man, el que creía que era su amigo imaginario de la infancia es real. Raymond
había vivido con la familia cuando era niño y era el "Hombre de la lluvia"
(la pronunciación infantil de Charlie de "Raymond"). Raymond había
salvado un día a un bebé Charlie de ser quemado con agua caliente del baño,
pero su padre lo culpó por casi herir a Charlie y lo internó en la institución,
ya que no podía hablar por sí mismo y corregir el malentendido; Cuando se está
decidiendo con si se queda con Charlie o lo mandan al sanatorio a Raymond, este
junto a su hermano, inclina su cabeza sobre la de Charlie en clara señal de
afecto, la única señal de que tiene corazón Raymond.
Supongo que gran parte
del éxito del film proviene de estar en el frente a dos actores en la cima de
sus carreras entonces, Cruise había pasado recientemente de éxitos adolescentes
como “Risky Business” (1983) al éxito de taquilla para adultos con su icónico
giro en “Top Gun” (1986), también aspirando a hacerse actor de prestigio
trabajando con los mejores, ello reflejado en su papel en “El color del dinero”
(1986) de Martin Scorsese, junto a Paul Newman. Hoffman, había irrumpido en
cine 20 años antes con sus versátiles papeles nominados al Oscar en “The
Graduate” (1967) y “Midnight Cowboy” (1969), estaba aprovechando una ola de
éxito crítico con “Kramer vs. Kramer” (1979), “Tootsie” (1982) y la ganadora
del Emmy “Death of a Salesman” (1985), aunque su película más reciente fue el
desastre crítico y comercial “Ishtar” (1987).
La película recaudó 354
millones de dólares (con un presupuesto de 25 millones de dólares),
convirtiéndose en la película más taquillera de 1988, y recibió ocho
nominaciones en los Oscar, ganando cuatro (más que cualquier otra película
nominada): Mejor Película , Mejor Director. , Mejor Actor (para Hoffman) y
Mejor Guión Original .
Hasta 2024, “Rain Man”
es la única película que gana tanto el premio más alto del Festival
Internacional de Cine de Berlín como el Premio de la Academia a la Mejor
Película en el mismo año. También fue la última película estrenada por
Metro-Goldwyn-Mayer en ser nominada a Mejor Película hasta Licorice Pizza, 33
años después.
La inspiración para la
interpretación de los gestos de Raymond Babbitt provino de multitud de fuentes,
pero agradeció a tres hombres en su discurso de aceptación del Oscar. Uno era
Peter Guthrie, el hermano autista de Kevin Guthrie, un jugador de fútbol de
Princeton con quien Hoffman estaba en contacto en ese momento. Otro fue el
sabio autista Joseph Sullivan, que fue objeto de dos documentales y cuya madre,
la Dra. Ruth Sullivan, fue la presidenta fundadora de la Sociedad de Autismo de
América y se desempeñó como consultora en la película.
Reitero, no es que sea
mala por lo que comento sobre la cintra, es que la juzgo por su éxito
sobreactuado. Gloria Ucrania!!!
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