ESTÁN TODOS BIEN.
Notable deconstrucción
de la institución familiar en un drama incisivo y cargado de imaginación puesta
al servicio de la penetrante historia. Lo tenía difícil el director y guionista
Giuseppe Tornatore para mantener el nivel tras la aplaudidísima “Cinema
Paradiso” (1988), pero el cineasta siciliano mantiene la fuerza emocional con
esta radiografía nada complaciente sobre la paternidad y las expectativas que
ponemos en nuestros retoños. Aquí con la ayuda en la escritura del gran Tonino
Guerra (“Blowup” o “Amarcord”), film que como el protagonizado por Philippe
Noiret habla de los recuerdos, de la melancolía de un pasado que nos marca y
como el presente puede arrollarnos, de la nostalgia sobre lo que deseamos (el
cree sus hijos son un famoso político, una modelo de pasarela, una importante
ejecutiva o un gran percusionista de orquesta). Eso es lo que piensa él, pero,
poco a poco, va dándose cuenta de la realidad. Es una película desmitificadora,
dura. Tornatore toca la fibra sensible gracias a este desolador y melancólico
viaje. y lo que da la vida. Aquí este
análisis es enarbolado por un Totémico Marcello Mastroiani como el viudo
patriarca (siciliano como el director) Matteo Scuro, un Titán que da una
lección de tour de forcé apoteósico con esta road movie que recorre Italia de
Sur a Norte, donde el padre irá sufriendo una transformación a medida que va
descubriendo la verdad sobre sus vástagos. Un drama que da para los dilemas
morales, da para la reflexión, da para pensar por su hondura. Narración con
hondura psicológica en su incisivo desarrollo mezclando realidad y onirismo
mágico (lo hay de otro modo), donde se ausculta la soledad, se ausculta el
alienamiento de las urbes, la hostilidad de las ciudades
Matteo Scuro (Mastroianni)
es un septuagenario originario del municipio siciliano de Castelvetrano, ex
empleado del registro civil jubilado, viudo y solo, siempre se imagina hablando
con su esposa Ángela y sus hijos que aún son niños en sus ensoñaciones
despierto. Sus cinco hijos, tres niños y dos niñas, lo han convertido en abuelo
de varios nietos y viven en la Italia continental en las ciudades de Nápoles,
Roma, Florencia, Milán y Turín. Sus hijos y familias no participan, como habían
prometido, en unas vacaciones de verano en grupo había organizado Matteo,
siendo una triste imagen de él con cinco bungalows alquilados junto al mar y
sentado a una gran mesa solo en un chiringuito, desolador. Matteo decide ir a
visitarlos, algo que nunca había hecho antes. Matteo nombró a sus hijos con
nombres derivados de personajes de la ópera, que le apasiona mucho; Consciente
de haberles dado una buena crianza y educación, parte (atravesando toda Italia
en tren porque tiene miedo de volar) seguro de encontrar los ambientes
familiares serenos y las situaciones profesionales bien realizadas de las que
sus hijos siempre le han hablado y del que se siente muy orgulloso, pero se
dará cuenta la realidad es distinta.
Su hijo Álvaro, en
Nápoles, imposible de localizar, aparentemente está de vacaciones después de
haber ganado un viaje premiado; Matteo intentará localizarlo durante todo su
periplo, dejando varios mensajes en su contestador (que el director escenifica
con la gente a su alrededor en pausa), siempre sin éxito; El viaje continúa
hacia Roma, donde vive su hijo Canio (correcto Marino Cenna), Matteo cree que
se ha convertido en un político conocido, a punto de ser elegido secretario de
la federación provincial de su partido; Tras unos días de estancia el viaje
continúa hacia Florencia, donde vive su hija Tosca (buena Valeria Cavalli),
recoge a su padre en un coche de lujo y le acoge en una preciosa casa del
centro, junto a un niño que dice es hijo de una amiga suya que está siendo
atendida temporalmente; Tras ello Matteo se une a un grupo de jubilados que
visitan Rímini durante unos días , entablando amistad con una amable señora (la
actriz francesa Michele Morgan en una muy grácil interpretación), en lo que supone
este tramo una indagación sobre la ancianidad en estos locos tiempos; Luego
parte hacia Milán, donde vive su hijo Guglielmo (cumplidor Robert Nobile),
aparentemente un músico consagrado que toca en una gran orquesta a menudo de
gira por Europa; La última parada del viaje es Turín, donde vive su última
hija, Norma, con su familia. Matteo cree está felizmente casada, tiene un hijo
y tiene un excelente trabajo en SIP como gerente.
Film que en su estilo mencionado
de road movie se convierte en episódico, y con ello de despertar a la verdad en
la vejez de este protagonista, que cual metáfora de su visión del mundo lleva
unas gafas de culo de vaso que le deforman los ojos, cual alegoría de la verdad
que cree saber. A medida que la verdad aflora poco a poco Matteo tiene ensoñaciones
(o pesadillas) que enriquecen ‘fellinianamente’ el relato, imaginándose a sus
hijos ya mayores pero ante sus ojos unos niños, en este sentido muy simbólico
el tramo surrealista en que está en la playa con su esposa y una medusa gigante
se eleva a loas aires (cual globo aerostático) llevándose consigo a sus cinco
vástagos, ello ante su impotente mirada, esto pesadilla de todo padre, perder a
sus hijitos. Otros momentos están embestidos de magia turbadora como la visión
del ciervo en la autopista que corta el tráfico, ello como visión de la inocencia
deteniendo el mundo. Esos barrenderos municipales recogiendo un sin fin de
gaviotas muertas que inundan el suelo de la Fontana di Trevi. Unos jubilados bailando
un vals en un salón de baile en penumbra. El trampantojo de las luciérnagas sobre
el cielo milanés con fondo la catedral del Duomo. Todo esta encanto enfrentado
a la hosquedad de las grandes ciudades, su bullicio impersonal, la indiferencia,
la suciedad, el humo, el tráfico, retrato deprimente de la Industrial Italia. Todo
para desembocar en un rush final bueno, pudiendo haber sido más, se saborea cinéfilamente,
y dejando gran sabor el postre del epílogo (+spoiler)
Una narración serena,
pero pétrea, que se puede estancar en algún momento, pero aun así atrapa por la
empatía que crea su maravilloso protagonista. Marcello Mastroianni encarna al
patriarca con un carisma radiante, con su enjuta figura, sus gafotas su
sombrero, su forma rural de relacionarse pidiendo a la gente con la que se cruza
que le haga preguntas precocinadas por él mismo, con elegancia, sin caer en la
candidez idiota, dota a su rol de ternura, pero también de fuerza racial, como
demuestra en la escena de la comida con sus dos hijos donde sale a la luz ‘el
secreto’, pero sobre todo es entrañable su poderosa mimetización con Matteo; Lástima
que no haya secundarios que le den réplica, el resto se mantiene en apoyos sin
mucho vigor. Ello embarcando a Matteo en un micro-universo de hipocresía, de
culto a las apariencias, de secretos crueles.
La puesta en escena
destaca por la muy grisácea cinematografía del DP Blasco Giurato (“Cinema Paradiso”
o “Pura Formalidad”), retratando las urbes como lugares feístas donde no hay
luz del sol, donde reina el caos pero también esto conjugándolo con las
hermosas escenas surrealistas, como la muy poética de las luciérnagas; Y por supuesto
la banda sonora del maestro romano Ennio Morricone, no siendo de sus mejores
(tiene pináculos del Séptimo Arte como “El Bueno, El Feo, y el Malo”, “Erase
una vez en América”, “La Misión”, “Cinema Paradiso” y decenas más), con melodías
instrumentales que se funden con la narración de modo evocador.
Spoiler:
Matteo finalmente
organiza un almuerzo en Roma invitando a todos los hijos y sus familias, sólo
aparecen Guglielmo y Canio (aunque la mesa está puesta y los platos servidos
como si toda la familia Scuro estuviera presente). El anciano padre dice a los
presentes que ha descubierto la verdad y que ya no cree en las mentiras de sus
hijos, incluidos los ausentes, dice (es lo que cree) que Álvaro en realidad no
está de vacaciones, seguro está en prisión y lo acepta. Pero sus hijos le
cuentan la realidad, con una honda depresión se hizo a la mar y lleva seis
meses desaparecido en el mar, dado por muerto Matteo les espeta que si no han
encontrado el cadáver es que está muerto y ya aparecerá. Durante el viaje a
casa, vemos que Matteo ha cambiado, ya no es lo sociable que era antes (la foto
familiar caída lo atestigua). Matteo enferma en el tren y es ingresado en el
hospital, está cerca de la muerte, pero logra sobrevivir; Sólo en esta última y
dramática ocasión logra reunir a sus hijos y sus familias a su alrededor (le
recomienda a su sobrino que tenga el hijo con su novia). Habiendo sobrevivido y
llegado a Sicilia, ahora derrotado por la realidad y vaciado del orgullo
paternal que lo había acompañado y con el que había partido, Matteo en un
precioso promontorio junto al mar habla (cual, si estuviera viva, rasgo muy fordiano)
a la lápida de su esposa, le miente diciéndole a ella que ‘Están todos bien (Stanno
tutti bene), frase que da título a la película.
Es el mismo personaje
interpretado por Mastroianni, durante el viaje de ida, quien explica a las
personas sentadas a su alrededor en los distintos trenes que los nombres de sus
hijos están inspirados en los de los personajes de algunas óperas famosas, que
son una de sus más grandes. pasiones para siempre. Las dos mujeres toman su
nombre de Norma de Vincenzo Bellini y Tosca de Giacomo Puccini, mientras que
los tres hombres de los siguientes personajes: Canio del protagonista de
Pagliacci de Ruggero Leoncavallo, Guglielmo de Guglielmo Tell de Gioachino
Rossini y Alvaro de don Álvaro de La forza del destino de Giuseppe Verdi.
Ennio Morricone,
compositor de la banda sonora de la película, aparece en un cameo en el que
interpreta al director del Teatro alla Scala de Milán; Al igual que Ennio
Morricone, Giuseppe Tornatore, el director de la película, también aparece en
varios cameos (característica también presente en sus otras películas): en Roma
está en el desfile de moda en el que participa Tosca e interpreta a un
fotógrafo concentrado en su trabajo, con la lente dirigida a modelos; en Milán
interpreta a un operador en el teatro donde actúa Guglielmo y que conduce a
Matteo hacia el público, a pocos metros de su hijo, que tiene su atención
puesta en la partitura; Cesare Barbetti , director de doblaje de la película,
aparece en un cameo en el que interpreta al político para quien Canio escribe
los discursos y presta su voz al director de los ensayos musicales en los que
participa Guglielmo; La melodía de fondo del contestador automático de Alvaro
Scuro es la banda sonora escrita por Ennio Morricone en 1978 para la película
Il vizietto de Édouard Molinaro.
En 2009 se realizó una
nueva versión estadounidense llamada “Everybody's Fine”, dirigida por Kirk
Jones, en la que el papel que pertenecía a Mastroianni fue confiado a Robert De
Niro.
No llega a “Cinema Paradiso”,
pero si está cerca en su poder de emocionar. Gloria Ucrania!!!
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