domingo, 30 de octubre de 2022

 



UN LADRÓN EN LA ALCOBA.

Sutil y divertida comedia romántica dirigida por el maestro del género Ernst Lubitsch (su primera comedia sonora no musical). Con motivo del 90 aniversario del estreno la he vuelto a ver, me ha sido una elegante cinta hija de su tiempo de estar en plena Gran Depresión USA, donde los cines tenían la misión de transportar a sus ‘míseros’ espectadores a lugares de lujo y pompa, con apuestos e ingeniosos galanes, bellas y pícaras damas, en medio de escenarios lujosos, de atuendos lujosos, de viviendas con criados, tiendas de lujo de joyas, espectáculos de ópera lujosas, fiestas lujosas, restaurantes de lujo, todo, por si o lo he dicho ya, de lujo. En este caso el principio es en la bucólica Venecia, para el grueso restante darse en la Ciudad de la Luz, París, aunque, como bien se nota, todo este rodado en interiores de estudios de filmación. El guion de Samson Raphaelson (guionista de la Mítica primera película sonora, “El cantor de jazz”, además de diversas colaboraciones con el director berlinés como con “El Teniente Seductor” o “El Bazar de las Sorpresas”), se basa en una historia basada en la obra de 1931 “The Honest Finder” (A Becsületes Megtaláló) del dramaturgo húngaro László Aladár, aunque Lubitsch sugirió a Raphaelson no leyera la obra y, en cambio, el personaje principal, el ladrón de Herbert Marshall, se basó en las hazañas de una persona real, George Manolescu, estafador rumano cuyas memorias se publicaron en 1905 y se convirtieron en la base para dos películas mudas. Los personajes principales son un ladrón encarnado por un sofisticado Herbert Marshall y una carterista rubia embestida por Miriam Hopkins, que unen sus fuerzas para estafar a una hermosa (morena, ahí el contraste) a la que da vida Kay Francis, dueña de una empresa de perfumes.

 

El Toque Lubitsch está presente por todas partes en ese manejo de las sugerencias sexuales a través de las puertas que se abren y cierran sin que veamos lo que hay tras ellas, cortinas que se despliegan y clausuran para tapar intimidades, esos fuera de campo, esas geniales elipsis (maravillosa la que se da con el primer plano de un reloj que avanza saltando las horas, mientras escuchamos de fondo a una pareja charlar), el uso de los dobles sentidos, de los sobreentendidos de índole sexual (aquí cobra gran importancia que el film es anterior a la instauración del Código Hayes de censura, de hecho la película se prohibió en USA con esta censura hasta 1968), los diálogos afilados sofisticados y muy flemáticos, donde uno hacen caer la máscara del otro y viceversa con estoicismo refinado. Un relato con mucho humor sexual, con mucho cinismo, mordacidad, en el que se ataca con delicadeza a la indolente clase alta, su superficialidad (la presentación de la empresaria del perfume es con un ‘juego’ cínico sobre cómo valora las cosas y cual comprar), su hedonismo, su hipocresía, donde hay ladrones tan pérfidos, como serlo sibilinamente como son algunos ejecutivos, aunque realmente esta crítica se hace desde la ligereza, sin querer hacer sangre.

 

Donde es más punzante es en su deconstrucción del amor, el carnal y a lo material, como funciona en este caso de modo libre y transversal, incluso se pueden ver la inversión de roles, es el hombre el deseado, las mujeres son las proactivas. Lubitsch tirando de uno de sus leit-motives preferidos, como son los triángulos románticos, con sus transgresoras (sobre todo entonces) infidelidades de ida y vuelta, a lo que añade enredos, mentiras, medias verdades, equívocos, suplantación de personalidades, y ello, en este caso, sin acudir a lo sentimentaloide o maniqueo, todo muy suave y ligero, cual brisa marina.

 

La película ya se inicia de modo original y punzante, pues sabe turbar al espectador, los créditos iniciales son sobre una cama, sugiriendo la importancia de este elemento en la historia (el sexo). Tras ello vemos un montaje de yuxtaposiciones por Venecia, hasta centrarse en un gondolero en la nocturna Venecia entonando el ‘O sole mio!’, algo muy romántico, pero su tarea no es pasear o llevar a amantes en su nave, está recogiendo basura de los canales y depositándola en su góndola. Tras ello una sugestiva edición donde hay tres planos breves con una pareja que se braza reflejada en un espejo oval, tras ello su reflejo se da en un espejo más pequeño, y tras ello la sombra de ambos sobre una cama grande, no hay que decir lo que se cuenta. Un Edén romántico es Venecia, pero hay subyace en su patio trasero la basura en comunión con lo lírico.

 

Tras este bonito prólogo entramos en materia, con la cita entre dos fingidores de personalidad, la supuesta condesa Lily (Miriam Hopkins) y el supuesto barón Gaston (Herbert Marshall), teniendo en la antesala a ella montando en góndola para llegar a su cita, y él organiza el entente con el camarero al que alecciona de modo sibilinamente ‘perverso’: “Debe ser la cena más maravillosa. Puede que no lo comamos, pero debe ser maravillosa”. Con mucha serenidad comienzan la cena, hasta que Lily rompe las ‘hostilidades’: “Tengo que confesarle algo: barón, usted es un ladrón. Me puede pasar la sal?”, le acusa de haber robado una cartera a un millonario (Mosieur Filiba, encarnado por el gran comediante Edward Everett Horton), la respuesta es inalterable por Gaston: “Condesa, antes de que abandonara la habitación se lo habría contado todo. Y déjeme decirle esto de todo corazón: condesa, usted es una ladrona”, tras lo que Gaston se levanta y cierra con llave la puerta de su habitación para levantar a Lily, agarrarla por los brazos (podemos pensar en el abuso), pero lo que hace es zarandearla y vemos que del interior de su vestido cae la cartera, tras lo que comienza un ‘quid proquo’ delirante, donde cada uno alardea de haberle sustraído algo al otro(un broche, el reloj [al que ella alardea haber corregido la hora], etc), siendo el colofón descacharrante (y muy pícaro) que Gastón le ha ‘robado’ la liga a ella (¿?). Este juego de hacer caer la ficción que se habían montado hace que Lily se excite, acaba sobre el regazo de él: “Cariño! Cuéntame, cuéntame todo sobre ti. Quién eres?”, y comienza su amor.

 

Lubitsch da ejemplo de su elegancia mezclado con lo sexual. Como cuando Gaston le espeta a Mariette: “Por cierto, no me gustas. No me gustas en absoluto. Y no vacilaré ni un instante en arruinar tu reputación, ella le contraréplica: “Así que piensas que puedes conseguirme”, a lo que él, siguiendole el mordaz jeugo le contesta: “En el momento que yo quiera”: Como antológico es cuando se sugiere claramente han fornicado Lily y Gaston (se suele decir se han acostado, pero el sexo ni implica hacerlo acostado, ni todo lo que se hace acostado es tener sexo, pues incluso de este modo se puede dormir!), el berlinés da una serie de tomas se inician con la pareja recostada en un sofá en la suite, la imagen se diluye sobre el sofá ahora vacío,  se nos dice se han trasladado a otro lugar, tenemos luces que se apagan (comienza el fornicio se sugiere), tras lo que las cortinas se abren (ha terminado la caidita de Roma), y vemos el brazo sin esmoquin sobresalir de la puerta de la suite para colocar el clásico ‘No Molestar’ en el pomo de la puerta exterior. Genial.


Herbert Marshall brilla como este galán ladrón de guante blanco, aporta exquisitez, gentileza, nobleza, y siempre con una sonrisa que encanta, siempre yendo de cara, nunca rehuyendo problemas. De movimientos serenos, dulces, siempre con una reverencia amable, la flema en persona, con una labia proverbial que encandila en como la maneja viperinamente. Unos andares pausados (causados por que en la Gran Guerra perdió una pierna, y tenía una de madera de ahí su peculiar modo de moverse), una actuación notable; Miriam Hopkins es para mí un rayo de luz incandescente, sensacional su vitalidad y arrojo, con una sonrisa que enamora, quien no se enamoraría de alguien que además es inteligente y juguetona. Con una chispeante compenetración con su partenaire; Kai Francis está grácil como la caprichosa millonaria, con buena química con Marshall, aunque baja en la comparativa con la Hopkins.

 

Entre los secundarios dan luz rostros tan populares en su faceta cómica como Edward Everett Horton con su papel de millonario atolondrado, con ese rol de arranque relatando su encuentro con un ‘dentista’, y sus amígdalas; C. Aubrey Smith aporta su regia figura como el cínico ejecutivo sibilino de la compañía de perfume; Y Robert Greig como el orondo mayordomo Jacques que tiene su gran momento protagónico en su juego de puertas, llamando a la puerta de La Valle por un taxi, y como esto se repite alterando donde está este con Mariette en el dormitorio de ella o el de él , desconcertando al criado, hasta que Greig termina farfullando entre dientes.

 

Aunque son ladrones, Lubitsch tiene la elegancia de no mostrárnoslos nunca robando; De Venecia saltamos a París para conocer a la hedonista Mariette Colet (Kay Francis) que se convertirá en el objetivo de la pareja amiga de lo ajeno, donde tras una aventurilla por un caro bolso, ambos ladrones acaban de secretarios de Madame Colet.

 

Hay momentos tan épicos y pícaros como cuando vemos a Madame Colet haciendo ejercicios físicos, la vemos tumbada de espaldas sobre una esterilla, levanta las piernas por encima de su cuerpo hasta que los dedos de los pies tocan el suelo sobre su cabeza, y ella pregunta a La Valle: "Es esto lo que quieres decir, La Valle?". Broma sexual muy adelantada a su tiempo, que seguro levantó ampollas en los mojigatos puritanos; O cuando tras un beso entre Colet y Gaston vemos su silueta sobre las sábanas de la cama (no hay que ser muy listo para entender lo que va a pasar).

 

La puesta en escena resulta propia de la sofisticación ‘chic’ del gran Lubitsch. Empezando por los fastuosos decorados, tanto para hoteles, grandes salones para saros o la residencia de Madame Colet, todo imbuido del estilo que crecía en aquellos, el Art Deco, lares creados por el jefe del departamento de arte de la Paramount (de 1927 hasta su jubilación en 1927), el germano Hans Dreier (como curiosidad fue arquitecto supervisor imperial del Camerún alemán; durante la Gran Guerra sirvió en los Lanceros; marchó a USA en 1923), lo pomposos vestidos fueron diseñados por Travis Banton; Todo esto filtrado por la cinematografía en glorioso b/n de Victor Milner, creando profundidades en sus contrastes de grises, con tomas que dejan fluir a los personajes, con gusto por los primeros planos de detalles

 

En el rush final, Mariette se ha enterado quien es realmente Gaston, sin que este lo sepa, aunque si sospecha todo se puede saber (ha preparada la huida con Lily). Antes de hacer las maletas aparece Mariette en su dormitorio y comienza a quitarse joyas cual si estuviera desvistiéndose, un claro y diáfano símil, preguntándole pícaramente a él: "Cuando una dama se quita las joyas en la habitación de un caballero, dónde las pone?" Gastón responde: “Bueno, en la… en la mesa de noche”. Colet sonríe: “Pero yo no quiero ser una dama”.

 

Gaston al final elige seguir con Lily, es su alma gemela, con la que podrá seguir su hoja de ruta aventurera y no (a la larga) aburrida que le puede suponer seguir con Mariette. Y tenemos un bonito epílogo en el taxi con Lily y Gaston volviendo a intercambiarse ‘regalos’. Y toda esta elección expuesta sin dramatismos, todo con ligereza.

 

Lily le dice a Colet que su madre ha muerto, Mariette responde: “Ese es el problema de las madres. Primero, te llegan a gustar. Luego mueren.”

 

Colet rechaza a M. Filiba con este contundente y fino alegato: "El matrimonio es un hermoso error que dos personas cometen juntas... Pero contigo, François, creo que sería un error".

 

Gastón: “Si yo fuera tu padre, que afortunadamente no lo soy, y tú hicieras algún intento de manejar tus propios asuntos comerciales, te daría una buena paliza, en una forma comercial, por supuesto”.

Mariette: “Qué harías si fueras mi secretario?”

Gastón: “Lo mismo”.

Mariette: “Estás contratada”.

 

Lily a Gaston: “Eres un bribón, te quiero como un bribón. Roba, estafa, atraca, desfalca. Pero no te conviertas en uno de esos gigolos!”.

 

Lanzado año y medio antes de la imposición del Código de Producción en Hollywood, Lubitsch deslizó “Trouble in Paradise” a través de las grietas con riffs intactos sobre el llamado intercambio sexual y la criminalidad. El Código exigía que tal conducta inmoral fuera castigada, ya sea por la ley o por el destino o por Dios. Pero Gaston y Lily, a pesar de los ladrones que son, siguen siendo criminales y, lo que es más importante, se salen con la suya. Cuando termina la película, sus crímenes quedan impunes; incluso se disculpa la infidelidad intencionada de Gastón. La película es un ejemplo de cine anterior al Código que contiene temas para adultos e insinuaciones sexuales que no estaban permitidos por el Código. En 1935, cuando se estaba aplicando el Código de Producción, la película no fue aprobada para su reedición, y no se volvió a ver hasta 1968. Paramount fue nuevamente rechazada en 1943, cuando el estudio quiso hacer una versión musical de la película.

 

En 1991, “Trouble in Paradise” fue seleccionada para su conservación por el Registro Nacional de Cine de los Estados Unidos por la Biblioteca del Congreso por ser "cultural, histórica o estéticamente significativa".

 

En su funeral, Billy Wilder comentó: "No más Lubitsch". William Wyler respondió: “Peor que eso, no más películas de Lubitsch”.

 

Notable muestra de lo que era el cine de Lubitsch, no es la mejor, pero si tiene mucho que dar para disfrutar. Gloria Ucrania!!!

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