TRONO DE SANGRE.
Fascinante versión del
maestro japonés Akira Kurosawa de la Universal obra del Bardo de Avon, la
mítica tragedia “Macbeth” (1606), el guión escrito por el propio cineasta junto
a colaboradores habituales suyos, Hideo Oguni (“Los 7 Samurais”), Shinobu
Hashimoto (“Rashomon”), Ryûzô Kikushima
(“Yoyimbo”), sabe trasladar la acción al Japón feudal del SXVI (en el relato
original acontece entre 1040 y 1057), alterando mucho texto y muchas
situaciones (ejemplo su apoteósico final), pero a la vez manteniendo el
espíritu y vivo de la obra de William Shakespeare sobre la complejidad de la
Condición Humana, construyendo una deliciosa miscelánea con el estilo teatral
nipón del Noh, hablándonos de la ambición, el embrujo del poder, la manipulación,
la caída en al abismo de la deshumanización, quedando la que es probablemente
por la riqueza visual, las profundas interpretaciones y su poder de sugestión
la mejor adaptación del popular drama de dramaturgo inglés. A Kurosawa no le gustó la adaptación realizada nueve años antes por Orson
Welles, a la cual acusaba de pretenciosa en cuanto a lo estético (llegando a
calificarla como “pura bisutería”) y pergeñó su propia transposición,
trasladando la acción a un terreno conocido por él, el Japón de los Samurais, y
asimismo cambiando algunos elementos que no solo no merman, si no que maximizan
la calidad de la cinta, elevándola a los altares del cine. El título original “Kumonosu-jo” quiere decir traducido al castellano
"Castillo de la Araña ", haciendo referencia a la fortaleza
protagonista rodeada por el bosque de las Telarañas, clave este en el
desenlace.
Lo complicado con una obra
tan archiconocida es sorprender, dar algo fresco, original, que sortee el
hándicap de que casi todo el mundo sabe lo que va a suceder desde el principio,
y además no puedes alterar muchos recursos pues entonces se haría la herejía de
no respetar el título en que se basa ni al autor, esta tara Kurosawa la sortea con resortes novedosos
que hace un perfecto fundido entre la tradición japonesa y la narración
shakesperiana, alterando los nombres de los personajes, la geografía del
terreno, no son tres brujas, si no un espíritu maligno, así como los finales de
Macbeth-Washizu (icónico su escena final) y Lady Macbeth-Asaji
son variados dándoles un sentido dramático sublime. AK dota de una fuerza
inusitada a las imágenes, a las secuencias, a su poderío alegórico, poseyendo
más ímpetu la puesta en escena que la palabra, pues gran parte de la garra
incisiva del desarrollo recae en los gestos, en las miradas, en los planos, en
la niebla, en el viento, en los paisajes volcánicos, ello en función de
hacernos sentir las tormentosos sensaciones de los protagonistas arrollados por
una espiral de emociones encontradas, tocando temas como la codicia, la sed de
ascender más y más, la fuerza del destino o si podemos controlar nuestro sino,
si en realidad somos libres, en este
caso me ha maravillado el recurso de cómo esta Lady Macbeth-Asaji convence con argumentos más ingeniosos que en la obra teatral,
sucediendo esto en todos los cambios que provocan mejor entendimiento de los
actos, quedando más naturales. Al no estar encorsetada al texto gana en
libertad y a su vez en carácter universal, en frescura, reforzando AK los
pilares de la hondura psicológica que esconden los protagonistas presos de su
avaricia, haciéndose más livianos los diálogos, adelgazando la oratoria a favor
del músculo visual, y aun así respetando a Shakespeare.
La actuación está
influenciada por el susodicho tradicional estilo Noh de teatro, donde se
resaltan los maquillajes en pos de traspasar sentimientos y emociones, los
silencios, la gestualidad contenida que explota en vibrantes momentos de ira
tortuosa. Toshiro Mifune como Washizu (alter ego de Macbeth) está radiante en
un arco de desarrollo de calado, vemos en su expresividad el descenso al averno
de la razón, arrastrado por un destino torticero, exuberante, glorioso, valiente,
débil, sádico, alucinado, paranoico, demente, dejando brechas por las que se
filtra su tremenda vulnerabilidad, en su novena colaboración con el director, trabajarían juntos 16 veces
entre 1948 y 1965. Isuzu Yamada como Asaji (alter
ego de Lady Macbeth) realiza una portentosa actuación, inquietante, mesurada, una
manipuladora psicológica punzante, sutil víbora que sabe ser la maestra de
marionetas para su sugestionable marido, fría, carismática, ala que el director
mima con la cámara utilizando el plano fijo y movimientos tenues mientras guía
a Washizu hacia el Infierno, este rol atomizado por un maquillaje
cuasi-espectral, teniendo con Mifune una estremecedora química. Minoru Chiaki como Miki (alter ego de Banquo)
despliega gran personalidad. Takashi Shimura (antológico protagonista de “Ikuru”
de AK) es Noriyasu (cuasi alter ego de Macduff), imprime carácter a su
personaje. Hiroshi Tachikawa es lord Tsuzuki (alter ego del Rey Duncan) otorga
majestuosidad a su papel.
Spoiler:
Añadir otro sustancial cambio que los guionistas
introducen con respecto a la obra original, es referente a Asaji (Lady Macbeth),
aquí ella queda embarazada (en Shakespeare no), con lo que es más entendible
que Washizu (Macbeth) quiera asesinar a Miki para hacer rey a su vástago,
asimismo el descenso a la locura de ella queda muy bien definido cuando una y
otra vez se ve las manos manchadas de sangre del Señor asesinado, Asaji “... me las lavo y me las lavo, pero la sangre siempre está
ahí”.
Clásico atemporal y Universal Magnificado por el genial
Akira Kurosawa, una dura narración sobre la ambición, la traición, la
violencia, la manipulación, y todo tratado con calado psicológico. Fuerza y
honor!!!
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