SEPTIEMBRE.
Incisivo
drama intimista del prolífico Woody Allen, una obra marcada por el pesimismo
ambiental, con el aura marcada por el título del otoño de la vida, con
evidentes influencias al (querido por Allen) realizador sueco Ingmar Bergman,
como ya hacía en “Interiores” (1978), tratando temas como las dificultades
entre personas cercanas en la comunicación, en las barreras que nos
autoimponemos, en el ritmo sereno sado de la acción, y asimismo en la puesta en
escena austera y fría, evocadora de melancolía y nostalgia. Allen escribió el guión queriendo hacer
cuasi-teatro en cine, rodándose íntegramente en interiores, con tomas largas
para que los actores transpiren naturalidad, inspirándose
(además del referido sueco) en la obra del dramaturgo ruso Anton Chejov (1860-1904)
“Mi tio Vania” (1899), encerrando en una casa a varios personajes que se
interrelacionan de modo intenso-dramático, aludiendo a la infelicidad
existencial de los mismos, flotando en el ambiente historias entrecruzadas de
amores no correspondidos (los que se dicen duran toda la vida), de depresiones,
de egoísmo, de amistades, de traiciones, y sobre todo de la búsqueda incesante
del amor que nos aleje de la soledad, se suma una subtrama referente a hechos
reales relacionados con la muerte violenta de un amante de la actriz Lana
Turner en 1958. Este film es famoso por llevar Allen sus ansias de
perfeccionismo a lo enfermizo, pues después de haberla rodado no quedó
satisfecho con el trabajo de varios actores, sustituyéndolos por otros y
volviendo a filmarla, en principio actuó Sam Shepard como
Peter, este había llegado tras haber rodado ya algunas escenas Christopher Walken
con el rol, Maureen O'Sullivan era originalmente Diane,
y Charles Durning fue Howard, lo sangrante
es que Woody ha declarado que le gustaría volver a hacerla de nuevo.
La acción dramática tiene
lugar en la casa de campo que Lane (Mia Farrow) tiene en Vermont (Nueva
Inglaterra, EEUU), durante los dos días del último fin de semana del mes de
agosto. En la casa de Lane se reúnen Stephanie (Diane Wiest), su mejor amiga;
Howard (Denholm Elliott), un vecino de Lane, que se interesa por ella; Peter (Sam
Waterston), inquilino que ocupa la casa de invitados; Diane Fraser (Elaine Strich),
madre de Lane, y el que es su pareja actual, Lloyd (Jack Warden). Lane es
viuda, vive sola, es insegura y arrastra frustraciones, traumas y obsesiones.
Piensa retomar su trabajo como fotógrafa, probar con la literatura y vender la
casa de campo para poder pagar deudas y abonar la entrada de un apartamento en
NY. Stephanie, casada y madre de dos hijos, acompaña a Lane desde principios de
agosto. Howard, de unos 50 años, es profesor de francés. Peter es publicista,
escribe novelas y se siente fuertemente atraído por Stephanie. Diane, antigua
actriz, es impulsiva, dominante, egoísta e irreflexiva. Lloyd es físico de
profesión y se dedica a la astronomía.
Además de la referidas
referencias, Allen se auto revisiona haciendo una mezcla de dos de sus obras
anteriores, la mencionada “Interiores”, más “La comedia sexual de una noche de
verano” (que así mismo revisionaba la popular obra de Shakespeare “El sueño de
una noche de verano”), por lo de aislar a varias parejas en una residencia
veraniega y entrelazar amores unos con otros. Aquí prima como en “Interiores”,
WA ha despojado al relato de cualquier atisbo de comedia, precisamente su mejor
Don, ha enclaustrado de modo físico y cuasi-existencial (cual “El Ángel exterminador”)
a varios seres desorientados en una vivienda, ha revestido la ambientación de
tonos tenues, macilentos, tristones, un hogar donde apenas entra luz de fiera,
con las persianas bajadas, profusión de cromatismos entre amarillentos y
naranjas que imprimen sensación mortecina, como reflejo del otoño cronológico y
anímico que se cierne sobre esta casa, el advenimiento de septiembre como
símbolo de lo que termina y de lo que puede empezar, de los ciclos de la vida, del
crepúsculo metafísico, conformando una atmósfera claustrofóbica de desamparo.
Un relato minimalista dirigido
por WA con ritmo lento pero penetrante, de notable intensidad, que se teje a
través de diálogos de enrome sensibilidad, de interpretaciones de gran fuerza
emocional, con todos los elementos bien dosificados, sin caer en maniqueísmos
facilones, delineando personajes tridimensionales, imperfectos, matizados,
emitiendo humanidad, personajes marcados a fuego por su pasado, conviven
hastiados por las decisiones del ayer, ello hablándonos sobre la rebeldía del
corazón, sobre lo ingobernable del libre albedrio con que amamos y desamamos,
sobre el paso inexorable del tiempo, sobre la frustración vital, sobre las
complicadas relaciones familiares, sobre gente insegura. Con estos mimbres
Allen construye un entramado de conflictos sentimentales donde todos aman a
alguien y nadie es correspondido, amores platónicos, la insatisfacción es la
constante, creando un halo de desilusión en el aire, halo que los oprime, en
medio de tensiones materno-filiales, de tensiones de amores no correspondidos,
derivando en su riqueza de detalles en una narración reflexiva.
La cinta a pesar de alejarse
del cinismo y mordacidad que han hecho famoso a Woody Allen , deja elementos
inherentes al ideario de la filmografía alleniana, como lo referente a los
conflictos sentimentales de la burguesía, a la vulnerabilidad del matrimonio, lo
complicado de la fidelidad, dejando dosis de sus constantes sobre el psicoanálisis, la música de jazz, su cinefilia (Akira Kurosawa), o su
melomanía (Prokofiev).
La cinta tiene su eje en el
bello tramo nocturno en que una tormenta de verano deja sin fluido eléctrico la
vivienda playera, acentuándose el aislamiento físico y mental de los
protagonistas, potenciándose la melancolía climática, remarcándose el intimismo
hasta niveles exacerbados, todo hermosamente iluminado por velas, se producen
varios encuentros cuasi-furtivos de los personajes en que estos apoyados en la
penumbra (y en alguna copa de vodka) parece que se liberan de ataduras morales
y dan rienda suelta a sus sentimientos, destapando su corazón abiertamente, con
diálogos punzantes e mordientes, rebelándose sus anhelos de felicidad a través
de encontrar alguien a quien amar y les ame, salpicando este
cuasi-fantasmagórico ambiente con las frustraciones de estos perdedores, y este
segmento punteado por deliciosa música de piano (se supone tocado por Stephanie),
esto mientras la cámara se pasea con suaves movimientos, como acariciando
cariñosamente a los personajes, ello hace que la psicología de los personajes
se desnude con turbación ante el espectador.
Pero con todas las loas
lanzadas, posee algunas taras que restan, y es que es una cinta que abusa de la
reiteración, sientes que el relato posee grandes diálogos, pero orgánicamente adolecen
de redundancia, se estanca y tiende a hacerse densa en algunos momentos,
aletargándose, provocando que sea de esa clase de films que te deja buen
regusto cinéfilo, pero que olvidaras, y que además no es de los que te hace
volver a querer revisionarlo.
La minimalista y frugal puesta
en escena, de claras reminiscencias teatrales resulta formidable en su función
de ayudar al enfoque dramático del realizador, con un notable diseño de
producción de Santo Loquasto (habitual de Allen, “Días de radio”, “Balas sobre Broadway” o “Acordes y desacuerdos”), recreando los interiores (lo único que se
ve) en los Kaufman Astoria Studios (Qeens, NYC, NY), siendo un personaje más,
sobre todo por como la muestra la fotografía del romano Carlo Di Palma (otro
habitual de Allen, “Blow up”, “Balas sobre Broadway” o “Sombras y niebla”), en
color y panavisión, haciendo levitar la cámara con delicados travellings por
los pasillos y habitaciones, en lo que es una labor circular, empieza y acaba con
tomas en la imagen empieza por el pasillo y acaba alejándose de los personajes
sobre la pared de la vivienda, ello en un patinado entre amarillento y naranjas
apagados, derivando en dorados mustios, emitiendo calidez y fragilidad
espiritual, fascinante el tramo en que filma con luz de velas, con
expresionistas penumbras y sombras paralelas al alma compleja de los
protagonistas, explotando la profundidad del relato, con tomas largas sin
cortes para maximizar la fluidez de las actuaciones, hecho que emana de la
teatralidad, con algunos excelentes primeros planos que sacan lo mejor de las interpretaciones,
una gran labor canalizadora de sensaciones. La selección musical encaja de modo
sugestivo con la narración, melodías sugerentes de jazz que otorgan un clima
atemporal sostenido en el tiempo a la historia, temas como “What’ll I Do”, de
Irving Berlin, “My Ideal”, de Art Tatum
y Ben Webster, “Out of Nowhere” de Johnny Green (as
John Green) & Edward Heyman, o “Night and Day”, de Cole Porter.

Los actores rayan a una enorme
altura, interactuando de un modo natural, fresco y creíble. Mia Farrow
encarna con fuerza emotiva a Lane, mujer de frágil carácter, que trata de
recuperar de una traumática separación amorosa, asimismo es presa de un trauma
de la infancia que la encadena a su madre, la actriz dota a su rol de intensidad,
de humanidad, transpira debilidad, inseguridad, desánimo, estupenda labor. Dianne Wiest es Stephanie, la mejor amiga de Lane que está con ella
para apoyarla en los momentos difíciles, la actriz baña a su rol en
romanticismo, en sensibilidad, brotando de ella una gran dulzura, sabiendo
dualizarse en amiga y a la vez en traidora, fenomenal. Elaine Stricht es Diane,
la dicharachera madre de Lane, una antigua estrella de cine que sueña con sus
dorados años en la Meca del Cine, una narcisista arrogante, impulsiva, egoísta,
con un pasado turbulento que la une a su hija con secretos angustiosos de por
medio que enrarece su relación, encarnada por la actriz de modo carismático
arrollador, una fuerza de la naturaleza, con garra, con fuerza, con vitalidad,
con una tremenda energía, y dejando entrever las grietas de sus anhelos por el
pasado de star, maravilloso su soliloquio sobre el envejecimiento. Sam
Waterston hace de Peter, un publicista de Madison Avenue, un sentimental que
intenta dar vida a su primer libro, y que encuentra en dos mujeres la
inspiración, en una para escribir sus agitadas memorias y en otra el amor, el
actor lo encarna con calado emocional. Jack Warden hace de Lloyd, físico en astronomía, su profesión es utilizada por Allen como
metáfora donde las fuerzas del universo se muestran volátiles, huidizas y no adscritas
a unas normas, sirva de muestra esta lapidaria frase que dice "Todo lo que
ocurre en este universo es violento y puramente fortuito", el actor lo
dota de simpatía, de gran cariño por Diane. Denholm Elliot hace
de Howard, viudo que forja una gran amistad con Stephanie y que él quisiera
fuera a más, el actor le impregna de ternura, de comprensión y de una gran
melancolía.
En conjunto una muestra de un
drama adulto, en que se analizan con dulce bisturí la compleja naturaleza
humana. Aunque yo siempre seré de los que dirán que si Allen tiene su mayor Don
en el humor, en todas su variantes, no seas cruel y nos prives de él. Fuerza y
honor!!!
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