Muy divertida comedia del genial
Woody Allen, aún en su época de films de humor alocado y rebosante de slapstick
claramente influenciados por el cine mudo, sobre todo de Chaplin, como de otros
comediantes como los hermanos Marx o Bob Hope, en lo que es una delirante
parodia de la literatura rusa (la familia de Allen tiene sus raíces en Rusia),
riéndose de Dostoievski y Tolstoi, y de obras como “Los hermanos Karamazov”, “Crimen y castigo”, “El idiota” o “Guerra y paz”. Asimismo
tira de su profunda cinefilia Allen para homenajear con chispa a cineastas como
Eisenstein y varios momentos de “El Acorazado Potemkin” (1925) y “Alexander
Nevsky” (1938), o a al sueco Ingmar Bergman con “El Séptimo Sello” (1957) con
la aparición de la muerte o en el final satirizando el del film “Persona”
(1966). Es un relato que se desarrolla a ritmo trepidante, encadenando gag
sobre gag, mezclándose tramos disparatados, surrealistas, absurdos, anacrónicos,
rupturas de la cuarta pared, con otros más sutiles que tiran de la filosofía
para reírse de ella. En este film, tras sus gags hilarantes subyace rascando
un Woody con ganas de dar ya algo de profundidad a sus obras, habla de temas
que en los que basará gran parte de su obra posterior, más dada a reflexionar
con hondura sobre el amor, la
infidelidad, la religión, la moralidad, la cobardía, el sexo o la muerte, tras
este film se embarcaría en la oscarizada “Annie Hall”, con bastante humor pero
dejando a los personajes desarrollarse, a este le seguiría la oscura y sombría
“Interiores”, desprovista de cualquier tipo de humor, por tanto esta “Love
& Death” (me gusta más el título original) es el principio de transición
del cien alleniano. Con esta que abordo Allen salió a Europa a rodar,
haciéndolo en Francia y Hungría, tuvo multitud de problemas, el mal tiempo, una
intoxicación alimentaria y varias lesiones físicas, a esto se sumó las grandes
dificultades derivadas del multilingüismo de la “tropa” de rodaje, provocando
que Allen jurara no volver a rodar más fuera de USA, lo mantuvo durante 21
años, hasta que en 1996 rodó en París y Venecia “Todos dicen I love you”.
Estamos en la Rusia de principios del SXIX, época
convulsa en Europa con el afán Imperialista de Napoleón (James Tolkan). El
protagonista es Boris Grushenko (Woody allen), lo conocemos en una celda, está
condenado a muerte, nos contara su historia y como ha llegado allí en lo que
será el flash-back que cubre casi toda la historia. Boris es un cobarde,
pacifista y culto que ama a su prima Sonja (Diane Keaton), pero ella ama a al
hermano de Boris, pero este se casa con otra, con lo que Sonja despechada
decide aceptar la propuesta de matrimonio de un rico comerciante de arenques.
Boris a su pesar debe alistarse en el ejército para combatir a Napoleón,
aparejado a su condición de cobardica le llevan a mil y un peripecias.
Allen desarrolla su farsa sobre la base de una
divertida narración voz en off del protagonista, discurriendo la acción a modo
acelerado, a base de situaciones paradójicas, de frases ingenioso-punzantes,
con expresiones de doble sentido, sacando punta graciosa a las reflexiones
existenciales, ello con cinismo bufonadas constantes, riéndose del costumbrismo
ruso, riéndose de la arrogancia y petulancia narcisista de Napoleón, haciendo
chanzas de las medallas al valor, haciendo caricaturas de los duelos a muerte,
metido todo en una coctelera nos da un film irregular en su metraje, la
acumulación de gags se siente como set-pieces, con hilo conductor escaso, en su
favor hay que decir que las fenomenales comedias de los Marx tampoco eran un
alarde de argumentos, pero esta en sus picos buenos, son buenísimos, con humor
fresco y chispeante, que aguanta el paso del tiempo por su atemporalidad. Una
obra bajo la que subyace de modo ligero la Universal idea de que las guerras
son un absurdo, que el amor es algo caprichoso y que la muerte es demasiado
importante como para tomarla en serio.
La puesta en escena resulta de lo más realista,
rodándose en Francia y Hungría, con una brillante dirección de arte de Willy
Holt (“El tren”, “Julia” o “Adios muchachos”), con bellos palacios, llanuras
para las batallas preciosas, con bucólicos parajes como el del plano final, y
esto realzado por la maravillosa fotografía de Ghislain Cloquet (“Noche y niebla”,
“Al azar de Baltasar” o “Tess”), muy naturalista, resaltando la viveza de
colores, el cromatismo del verde esperanza, con mucha luz, propia de la
comedia, con sugestivos travellings, con lindas panorámicas, aportando
dinamismo. Para imprimir autenticidad también está el vestuario diseñado por Gladys de Segonzac (“Que tal, Pussycat?” o
“Trapecio”), con esplendorosos vestidos femeninos, asimismo con los trajes
militares y los costumbristas rusos. La música resulta un recurso fascinante
para marcar a fuego el carácter bizarro del film, con melodías populares de la
música tradicional rusa, la del ucraniano Sergei Prokofiev dotando de ritmo y sabor ruso a la acción, siendo fenomenal "De Prokofiev Troika"
del film “El teniente Kijé” que abre y cierra el film, para la batalla se adorna con la
música (Prokofiev) de un film de Eisenstein cantata para Alexander Nevsky , también se oye la “Marcha” de Prokofiev “El
amor de las tres naranjas”, o cortes de “La flauta mágica” de Mozart, o de Boccherini
con “Cuarteto de cuerdas”, otorgando efluvios paradójicos entre la épica y la
sorna.
Woody allen hace de Woody allen, como Chaplin hacia de
Chaplin, o Jihn Wayne de John Wayne, y lo borda, con una vis cómica
sensacional, dando a su Boris esa gama de neurotismo tan típica de su
personaje, con una verborrea tsunami memorable. Diane Keaton le da la réplica
de forma magnífica a Woody, con una mezcla entre cinismo y causticismo, y entre
los dos protagonistas una impresionante química. El resto del elenco tiene poca
cancha, Zvee Scooler como el padre de Boris da una patina patética-delirante a
su rol. Alfred Lutter como el joven Boris sabe empatizar y mimetizarse con su
alter ego de mayor. Olga Georges-Picot como la condesa dota de sensualidad
pícara su personaje. Harold Gould como el prometido de la condesa da carisma y
fuerte personalidad. James Tolkan como Napoleón y su doble le confiere esa
prepotencia guiñolesca que se le supone.
En conjunto queda un film muy recomendable, no
equilibrado, pero como digo arriba tampoco los films de los Marx lo eran, y sus
buenos momentos son extraordinarios. Ah, y siempre viene bien reírse de la
muerte. Fuerza y honor!!!
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