EL LEÓN EN
INVIERNO. (1968)
Notable melodrama británico,
una formidable realización de Anthony Harvey (antiguo
montador de Kubrick con “Lolita” y “Teléfono rojo”), el film sigue la máxima de
Shakespeare de que los únicos dramas que merecen contarse son los de los reyes,
en este caso el de Henry II, un vibrante relato sobre las intrigas palaciegas
en una Navidad, en la que confluyen lo peor del ser humano, la codicia, la
ambición desmedida, las envidias, los rencores, los complejos, las mentiras y
ello con un portentoso guión de James Goldman (“Nicholas y Alejandra” o “Robin
& Marian”), hermano del también reputado guionista William Goldman, basado
en su obra homónima representada en Broadway, y para su traslación al cine tuvo
pocos cambios, obra inspirada muy libremente en hechos históricos. El
realizador tiene el acierto de no querer desligarse por completo del carácter
teatral de la historia, y hace todo lo posible por potenciar lo importante, que
son los actores, actores en estado de gracia, sobre todo los Titanes Hepburn y
O’Toole, al principio si hay algunas escenas en exteriores, pero una vez
entramos en el castillo de Chinon el relato se torna en interiores
claustrofóbicos, incluso hay claras escenas con sabor a las tablas. Fue un gran
éxito comercial, siendo la duodécima más taquillera a de ese año, además de
seis nominaciones a los Oscars, a película, actor a Peter OToole, director y
vestuario para Margaret Furse, ganando, John Barry por la banda sonora para un
no musical, y Katherine Hepburn a actriz (tercero de los cuatro que ganó),
dándose el curioso hecho de que por segunda vez en la historia de estos premios
hubo que compartirse, este con otro para Barbara Streisand por “Funny Girl”, la
primera vez fue en 1931 que lo compartieron los actores Frederick March por “Dr. Jeckyll y Mr. Hyde” y Wallace Beery por “El campeón”. Ha
habido una versión para televisión en 2003, protagonizada por Glen Close y
patrick Stewart de protagonistas, dirigida por el ruso Andrey Konchalovsky.
Este es un film que entra la corriente de obras drmáticas históricas con
actores de renombre que se realizaron en Gran Bretaña en la década de los 60,
ejemplos son “Ana de los mil días”, “Cromwell”, “Becket o “Un hombre para la
eternidad”:
El Rey de Inglaterra, Henry
II (Peter O’Toole) lleva 29 años en el trono, estamos en la Navidad de 1.183, lo
celebrará en su castillo de Chinon (Arlés, Francia), allí reunirá a sus tres
hijos, John (Nigel Terry), de 16 años, acomplejado, con chepa y mugriento, Richard
(Anthony Hopkins), de 25 años, un pendenciero y hábil militar, y Geoffrey (John
Castle), de 2º años, reflexivo manipulador, acudirá su esposa de 61 años Leonor
de Aquitania (Katherine Hepburn), a la que tiene recluida en el castillo de
Salisbury hace 10 años por traición, así como la amante del Henry, la joven
Alais (Jean Merrow), también acudirá Felipe II de Francia (Timothy Dalton), de
17 años. Allí sucederán todo tipo de intrigas palaciegas, Henry desea legar su
trono a su hijo menor John (el posterior Juan Sin tierra), el Rey con 50 años
se considera ya viejo, y Leonor lo quiere para el mayor, Richard (el futuro
Ricardo Corazón de León), y Geoffrey intrigará para ser el canciller de alguno
de los dos, y entre medias Felipe intentando sibilinamente sacar tajada, desea
que Alais (su hermanastra) se case como estaba pactado con John. Durante estos
días viejas heridas se reabrirán.

Harvey construye poco a poco
un ambiente opresivo, asfixiante, enrarecido, malsano, un escenario denso propicio
para las más bajezas humanas, traiciones, mentiras, intrigas, celos, inquina, desconfianza,
rivalidades, todo esto promueve esta disfuncional familia, como un puñado de
víboras encerradas en una caja, todo esto alimentado por el inteligente y
lenguaraz maestro de marionetas que es el Rey, que gusta de manipular para
enfrentar a sus vástagos, gusta de que saquen sus instintos básicos de
supervivencia que representa el poder, y en el otro lado del ring la Reina,
otra maquiavélica que con menos bazas las juega con pasión y mordacidad, buscando
su libertad a través de apoyar a uno de sus hijos (Ricardo), Ricardo busca el
poder con su viscerabilidad y coraje, el acomplejado John a través del
“favoritismo” interesado de su padre, y Geoffrey busca
poseerlo a la sombra del hermano al que apoye. En este ambiente se utiliza como
arma sibilina el amor y el desamor, los secretos saldrán a la luz como puñales
al corazón, todo esto y más ha sido sembrado por los padres desde la cuna en
los hijos, derivando en una familia retorcida, sumida en deslealtades, todo en
pos de alianzas, territorios, o el Torno. Esto discurre a ritmo fluido, con
diálogos punzantes, cínicos, amargos, tejiendo una enfermiza tela de araña que
atrapa a los personajes en su angustia existencial, construyendo a personajes
muy bien definidos, torturados, matizados, sumiendo a estos en un espiral de
mezquindad, en lo que es un drama profundo, complejo, en el que se hace una
desoladora radiografía de las relaciones paterno-filiales, dotando al desarrollo
de intensidad emocional.
Harvey sabe jugar con mérito
con los diferentes tonos, el teatral y el de estar ante un film. Poseyendo
claro aire teatral, el director aporta dinamismo, lo hace con habilidad
cambiando con naturalidad orgánica de escenario, saltando de una habitación a
otra, por pasillos, el salón o el patio del castillo, también con la cámara
dota de cadencia de gran pantalla, con angulaciones, primeros planos con
montaje ágil, aunque todo ello potenciado a maximizar las actuaciones. Tampoco
huye de su origen teatral, de hecho se explaya en él en varios momentos, como
cuando Alais es requerida para se case con Richard, los personajes se cumulan
en el lugar en fila india, uno tras otro, hablan como si estuvieran sobre
escenario, y desaparecen como si estuvieran sobre él, hay otra escena muy
teatral, es la de vodevil que transcurre en el cuarto del Rey de Francia
Philip, los 3 hermanos (Richgard, Geoffrrey y John), entran por separado para
conspirar contra el resto aliándose con Philip, uno tras otro se esconden tras
cortinas o tapices cuando llega el otro, Philip les sigue el juego mordazmente,
hasta que llega Henry y todo se destapa, saliendo todos de sus escondites, muy
teatral.

La puesta en escena rezuma
sobriedad, buen gusto, y un realismo atroz, se rodó
en los estudios Ardmore en Bray
(Condado de Wicklow, Irlanda), Gales, y Francia en la Abbaye de Montmajour, Arles, Château de Tarascon, y
Tavasson, Saône-et-Loire,
con una gran dirección artística de Peter
Murton (“Teléfono Rojo”, “Goldfinger” o “Stargate”), mostrando a un Rey con
vestimentas raídas, comilonas con perros andando entre los comensales, la
familia real caminando por el patio embarrado entre pollos y cerdos sueltos, el
rey se lava las manos teniendo que romper el hielo de una pila, muy feista y a
la vez auténtico, esto enaltecido por la estupenda fotografía de Douglas
Slocombe (“Jesucristo Superstar”, “El Gran Gatsby” o “En busca del arca
perdida”), colocando la cámara en el lugar correcto para realzar las
actuaciones, con sugerentes travellings, sugestivos zooms y muy expresivos primeros
planos, todo en un patinado ocre tierra que sabe canalizar sensaciones, y todo
envuelto en la bella y evocadora música de John Barry (“James Bond”, “Memorias
de África” o “Bailando con lobos”), con melodías de coros y orquesta que nos
transportan al SXII, de reminiscencias sacras, solemnes, imprimiendo calado
dramático, radiante durante los créditos iníciales con las estridentes y
fanfarricas trompetas.
Momentos recordables: Sus
turbadores créditos de arranque con el encadenado de figuras de piedra en
diferentes poses, recogidas por el director mientras buscaba exteriores por
castillos de Francia; La espectacular y lírica llegada de Leonor de Aquitania
al castillo, por el rio en un barco, preciosamente filmada, muy operística; La
divertida frase del Rey Henry <Soy el hombre más viejo que
conozco. Incluso tengo diez años en el Papa>; Otra lapidaría frase del Rey
Henry <He tenido descendencia pero no hijos>; Los muchísimos
enfrentamientos entre los diferentes personajes, sobresaliendo los de la Reina
y el Rey, fabulosos; Los recuerdos de Henry II sobre el pasado que le
atormenta, sobre su antiguo amor ya fallecido Rosamunda Clifford y los remordimientos por el asesinato
ordenado por él del Obispo Thomas Becket; Perturbador cuando el rey Philip
cuenta que fornicó con Arturo para poder restregárselo a su padre Henry,
trémulo tramo.

El elenco actoral está
excelente, pero los protagonistas están excelsos. Peter O’Toole al Rey que
acaba cumplir 50 años, lo encarna con pasión, fortaleza, vitalidad, energía, carisma,
fanfarronería, pero dejando entrever fisuras de vulnerabilidad, rey inteligente
y sibilino, impresionante la electricidad y gama de sentimientos que le
adhiere, un volcán en continua erupción, curiosamente el actor encarno en el
film “Becket” al mismo personaje de joven cuatro años antes. Audrey Hepburn
está radiante, sublime, apoteósica, caustica, dura, sardónica, aportando humor,
ironía, furia, dejando entrelucir su fragilidad, su desánimo, su frustración,
su amargura, y ello desbordando dignidad, tenía 61 años y se nota (incluso
tenía párkinson, enfermedad que se vislumbra en los primeros planos), frente a
los 36 de O’Toole, brecha enorme, en realidad se llevaban 11 años (ella mayor
que él), y a pesar de esto la química entre los dos es superlativa, saltan
chispas de emociones y sentimientos, Colosales. Anthony Hopkins, brioso,
intenso, iracundo, muy bueno, estaba trabajando en el Teatro Nacional de Londres, necesitó del permiso de Lawrence Olivier para
poder rodar el film, a condición que rodara durante el día, y después volara de regreso a Irlanda, Gales y Francia
para las representaciones teatrales de la tarde en “Como gustéis” y “Mucho
ruido y pocas nueces”, fue su primer rol importante en cine, debuto con pequeño
papel en “The white bus” (1967). Nigel Terry hace de
pusilánime John de modo algo pasado de vueltas, especie de Quasimodo
acomplejado e intrigador, años después encarnaría a un Rey mítico inglés Arturo
en Excalibur (1981). John Castle encarna con un gran sentido conspirador a Geoffrrey
intentando con sibilina astucia aspirar
a algo del poder que le escamotean sus padres. Timothy Dalton en su debut en
cine deja impronta de buen actor, manipulador y de aviesas intenciones, muy
buena su aportación. Jean Merrow encarna con inocencia a la amante del Rey,
desprende dulzura.
El rigor histórico no es
buscado en el film, en 1183 no hubo esta reunión navideña en Chinon. Leonor de
Aquitania fue presa en el Castillo de Salisbury durante 10 años por apoyar una
rebelión contra el Rey Henry II en 1713-14, en la película, al final no declara
heredero el Rey, en la realidad a la muerte del monarca en 1189 le sucedió su
hijo Ricardo I, más conocido como Ricardo corazón de León, cuando este falleció
10 años despues (1199), ascendió al trono su hermano Juan I, más conocido como
Juan Sin Tierra.
Como curiosidad, hay un anacronismo
en el film, tiene que ver con el árbol de Navidad que aparece en el castillo,
pues bien, este adorno nórdico no llegó a Inglaterra hasta que no fue traído
por el príncipe Alberto, esposo de la Reina Victoria amediados del SXIX, más de
600 años después de lo que vemos en la cinta.
Recomendable a los que gusten
de dramas intensos con aroma teatral, y con unos protagonistas Magnos, Hepburn
y O’Toole. Fuerza y honor!!!
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