viernes, 7 de abril de 2023



EL GRAN COMBATE.

Fallida, aunque loable en su premisa de reivindicación y ensalzamiento de la dignidad de los pueblos nativos de Norteamérica, que sirve como (pequeñita) forma de expiación del cine hollywoodiense del maltrato que se la ha dado en tantos films del oeste como seres salvajes cuasi zombis en su maldad plana, cuando en realidad fueron expulsados de sus tierras y se les asfixió acabando con su modo de sustento que eran la caza de búfalos que cazadores a sueldo del gobierno USA exterminó como forma de acabar con ellos. En su último western y su penúltimo film, el director John Ford quiso ‘pedir perdón’ por la forma en que muchas de sus películas habían retratado a los indios, contando en este caso un evento real, el éxodo de Cheyenne del Norte de 1878-1879, con muchas libertades, unos 300 indios Cheyenne, hombres, mujeres, niños, bebés pequeños, todos debilitados por enfermedades y mala alimentación, partieron para escapar de la reserva árida donde ellos habían recluido por el ‘pecado’ de ser cheyenes, para volver a sus tierras natales a través de 1.500 millas de territorio hostil prohibido; y de alguna manera, hambrientos, traicionados, perseguidos por tropas todo el camino, forzados a cruzar el país, y con un terrible clima invernal, recorrieron 1,200 millas de camino al hogar del que habían sido desterrados.

 

Un éxodo de resonancias bíblicas hacia la Tierra Prometida, que el maestro de “El Hombre Tranquilo” retrata con su pulso poético-visual, con hermosas panorámicas de los nativos en travesía, siendo fotografiada en Super Panavision 70 por William Clothier (El hombre que mató a Liberty Valance”), cuyo trabajo fue nominado al Oscar, con momentos emocionantes, lanzando reflexiones sangrantes sobre como trataron los norteamericanos a los nativos. Pero desgraciadamente todo es un intento errado, pues su guión resulta torpe, arrítmico, con personajes cartón piedra, donde se pretende dar alma al sufrimiento de los indígenas, pero paradójicamente no se nos muestra con carácter propio, son una masa uniforme, donde solo se sale del redil un cheyene joven como ejemplo del ímpetu guerrero, pero esto de forma plana. Con un desarrollo cuasi documental, con constante voz en off para hilar los saltos temporales y los acontecimientos, con un nutrido elenco actoral de campanillas con Richard Widmark, Carroll Baker, James Stewart, Karl Malden, Arthur Kennedy, John Carradine, o Edward G. Robinson, que solo están ahí sin ofrecer algo más que el aprobadillo, siendo sangrante, para un tributo a los indios norteamericanos que los roles protagónicos de estos sean encarnados por ninguno de ellos, Ricardo Montalbán, Gilbert Roland, o Sal Mineo, y no me vale que el resto de figurantes lo sean, si quieres humanizar a los indios no pueden encarnarlos gentes de otra raza, es un insulto a la inteligencia y saboteas tus propias intenciones. Es aquello de ‘yo no soy racista, tengo un amigo indio’, pero luego no le doy dignidad dándole papel de cabecera (puaj!). Súmese a todo lo malo un metraje desproporcionado para lo poco que cuenta de 160 minutos, todo esto provoca tramos de tedio, de densidad que la hacen muy irregular.

 

Escena inicial narrada por Richard Widmark: "El comienzo de un día. 7 de septiembre de 1878. Amaneció como cualquier otro día en la reserva de Cheyenne... en esa vasta tierra árida en el suroeste de Estados Unidos... que entonces se llamaba Territorio Indio. Pero este no fue solo otro día para Cheyenne. Lejos de su patria... tan fuera de lugar en este desierto como águilas en una jaula... sus tres grandes jefes rezaron sobre el bulto sagrado... que al fin, las promesas que les hizo... cuando el hombre blanco los envió aquí hace más de un año... hoy sería un honor. Las promesas que los habían llevado a renunciar a su propia forma de vida... en su propio país verde y fértil, 1500 millas al norte".

 

En 1878, jefes Little Wolf y Dull Knife (Gilbert Roland), tras las promesas incumplidas, la desidia ante sus respetables demandas, "Hasta un perro puede ir a donde quiera pero un cheyene no" comenta su líder. Guiaron a más de trescientos indios cheyene hambrientos y cansados ​​desde su reserva en el territorio de Oklahoma hasta su antiguo hogar tradicional en Wyoming. El gobierno de los EE. UU. ve esto como un acto de rebelión, y el simpatizante Capitán Thomas Archer (Richard Widmark) del Ejército de los EE.UU. se ve obligado a liderar sus tropas en un intento de detener a la tribu. Mientras la prensa tergiversa los motivos y objetivos de los nativos para su viaje como maliciosos, el Secretario del Interior de los Estados Unidos, Carl Schurz (Esward G. Robinson), intenta evitar que estalle la violencia entre el Ejército y los nativos. También aparecen James Stewart como el mariscal Wyatt Earp, Dolores del Río como una mujer española y Carroll Baker como una cuáquera maestra de escuela cuáquera pacifista que acompaña a los cheyenes cuidando de los pequeños indígenas nativos (como ejemplo de gente caucásica de buen corazón) y el interés (innecesario y que nada aporta, pues despista sobre sí quiere la paz con los indios por buena persona, o por salvar a su amada) amoroso de Archer.

 

Ah, y para colmo tenemos en medio del minutaje el inserto grimante de una sub trama cómica sonrojante en Dodge City, que empieza con el asesinato a sangre fría de unos cheyenes por parte de unos cuatreros y deriva en una secuencia de comedia bufa con los legendarios Wyatt Earp encarnado por un gracioso James Stewart, y el dentista fiel amigo de este Doc Holiday, al que da vida un flemático Arthur Kennedy, además del comandante Jeff Blair embestido por el gran John Carradine como un guiñolesco tahúr. Gran parte del gag (no se puede llamar de otra forma) se produce durante una partida de póker en el clásico saloon, donde el mítico Marshall tiene una posible mano ganadora, a ella llegan un vaquero (Ken Curtis) a denunciar la llegada a los alrededores de ‘salvajes’ cheyenes en travesía, Earp no lo toma muy en serio y sigue la partida, todo acaba en un duelo de tiros, y con el vaquero agujereado su pie. Esto deriva en una intervención ‘quirúrgica’ del comisario Earp, que sabiamente proporciona anestesia de última generación a base de maza. Todo esto tiene su clímax en una alocada marcha estrafalaria/carnavalesca por el desierto en busca de los cheyenes, que tiene su corona con el ‘rescate’ de Earp, que viaja con Holiday en un carro, de una prostituta que antes decía en el saloon desconocer, pero en el carro, y en paños menores dice recordar (menudo chiste picante que superó la censura). Todo esto, que es en realidad muy divertido, no pega para nada en la solemnidad que requiere la historia, es como si en medio de la ‘melgibsoniana’ “Pasión de Cristo” meten en medio el gag de ‘que han hecho por nosotros los romanos’ de la ‘montypythoniana’ “La vida de Brian”. Grimante, te descoloca, y pierdes la pretendida emoción que necesita la cinta, si alguna comunión ansiaba Ford para su película, se pega un tiro en el pie (nunca mejor dicho) con este inserto. Al parecer los productores querían un clásico ‘Intermedio’ de los films épicos en su metraje desmesurado, con unos minutos de música para dar tiempo a la gente a ir al baño, pero Ford impuso esta sub historia, y solo demuestra que John Ford no era perfecto, tuvo sus fallos. De hecho, hay algunas versiones en que esta parte ha sido eliminada.

 

Tiene buenos elementos salpicados por el excesivo desarrollo, como es el amago de batalla con los cheyenes en medio del desierto cavando sus trincheras y atacando a los soldados, pero esto es un coitus interruptus, se da un esbozo de lo que podría haber sido y se corta; tenemos a un personaje que puede representar el odio a los nativos en el teniente Scott (Patrick Wayne, hijo del Icónico John Wayne), y sufre una conversión, pues esta ‘epifanía’ me resulta impostada y chusca; Está reflejada la forma en que los medios de comunicación, o sea, periódicos que daban una visión de hordas de zombis a los cheyenes, exagerando o directamente mintiendo sobre la travesía, pero esto que esperaba fuera a algún lado se deja cual apunte a pie de página; Tenemos el desgarrador tramo en que Capitán Wessels (Malden) descubre el panorama de reguero de cadáveres que ha dejado su rigidez y tozudez de miras, gran expresividad de Karl Malden, te cala. Por cierto, tenemos que tragarnos que encierran a los cheyenes (por el gran delito de ser cheyene!) y no les registran, luego sacan un arsenal de rifles (puaj!); Tenemos un buen diálogo entre el sargento (buen Mike Mazurki) y el capitán:

Sgto.: -Soy polaco. Sabe qué hay en Polonia, además de polacos?

Capitán: -Qué más hay?

Sgto.: -Hay Cosacos. Y sabe lo que es un cosaco?

Capitán: -Qué?

Sgto.: -Un cosaco es un hombre a caballo con un gorro de piel en la cabeza y un sable en la mano que mata a los polacos sólo por ser polacos, igual que nosotros matamos a los indios por ser indios.”

 

Pero todo esto bueno son oasis en medio de un desierto de más de dos horas y media (el film más largo de John Ford), no compensa, y para colmo su rush final me ha resultado poco satisfactorio (siendo benévolo). Lo de esa reunión en la Cueva de la Victoria entre el Secretario de Estado de Interior Schurz y el Capitán Archer con los líderes cheyenes me resulta forzado y poco verosímil (además de colocarnos unas retroproyecciones fachosas), con ese toque final de aplastamiento para la cultura cheyene como es en vez de la pipa de la paz fumémonos un puro uy a tomar por saco vuestras tradiciones. Y ya para rizar el rizo tenemos el innecesario epílogo en que Dull Knife asesina a Red Shirt, exponiendo el salvajismo nativo, de verdad era necesario este broche final?

 

Añádase que la localizaciones son erróneas, los cheyenes, estaban confinados en Oklahoma y no debían atravesar Monumental Valley (Utah) para regresar a sus tierras. Pero, Monumental Valley era la niña de los ojos de Ford y debía rodar allí aunque fuera en contra de la Historia.

 

‘Según lo que leí en Wiki, la película es mucho más precisa, históricamente, que la mayoría de estas cosas. Lo principal que parecen haber omitido fue que, durante la larga marcha hacia el norte, los cheyenes mataron y violaron a un buen número de colonos blancos. Robaron mucho ganado.’

 

John Ford siempre quiso hacer una película sobre el éxodo de Cheyenne. Ya en 1957, escribió un tratado con su hijo Patrick Ford, imaginando un drama a pequeña escala con actores indios no profesionales. Los primeros borradores del guión se inspiraron en la novela de Howard Fast La última frontera . Sin embargo, la película finalmente tomó su trama y título de Cheyenne Autumn de Mari Sandoz, que Ford prefirió debido a su enfoque en el Cheyenne. Los elementos de la novela de Fast permanecen en la película terminada, a saber, el personaje del Capitán Archer (llamado Murray en el libro), la representación del secretario Carl Schurz y las escenas de Dodge City, Kansas. Abandonando a regañadientes la idea del docudrama, Ford quería que Anthony Quinn y Richard Boone interpretaran a Dull Knife y Little Wolf como actores conocidos con cierta ascendencia india. También sugirió al actor negro Woody Strode para un papel. El estudio insistió en que Ford contratara a Ricardo Montalbán y Gilbert Roland.

 

La versión original fue de 158 minutos, Warner Bros decidió editar la secuencia de "Dodge City" fuera de la película, reduciendo el tiempo de ejecución a 145 minutos, aunque se mostró en los cines durante el estreno inicial de la película.

 

Gran parte de la película se rodó en Monument Valley Tribal Park en la frontera entre Arizona y Utah, donde Ford había filmado escenas de muchas de sus películas anteriores, especialmente Stagecoach y The Searchers. Partes de la película también se rodaron en el río San Juan en Mexican Hat, Professor Valley, Castle Valley, el río Colorado, Fisher Canyon y Arches en Utah. Aunque los principales líderes tribales fueron interpretados por Ricardo Montalbán y Gilbert Roland (además de Dolores del Río y Sal Mineo en papeles principales), Ford volvió a utilizar a numerosos miembros de la tribu Navajo en esta producción.

 

Ford utilizó a los navajos para retratar a los cheyene. El diálogo que se supone que es en el "idioma Cheyenne" es en realidad navajo. Esto supuso poca diferencia para el público blanco, pero para las comunidades navajo la película se hizo muy popular porque los actores navajos usaban abiertamente un lenguaje obsceno y crudo que no tenía nada que ver con la película. Por ejemplo, durante la escena donde se firma el tratado, el discurso solemne del jefe solo se burla del tamaño del pene del coronel. Algunos académicos ahora consideran que este es un momento importante en el desarrollo de la identidad de los nativos americanos porque pueden burlarse de la interpretación histórica de Hollywood del oeste americano.

 

Film reivindicable en las intenciones, pero que resulta poco inspirado (siendo benévolo). Gloria Ucrania!!!

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