EL GRAN COMBATE.
Fallida,
aunque loable en su premisa de reivindicación y ensalzamiento de la dignidad de
los pueblos nativos de Norteamérica, que sirve como (pequeñita) forma de
expiación del cine hollywoodiense del maltrato que se la ha dado en tantos
films del oeste como seres salvajes cuasi zombis en su maldad plana, cuando en
realidad fueron expulsados de sus tierras y se les asfixió acabando con su modo
de sustento que eran la caza de búfalos que cazadores a sueldo del gobierno USA
exterminó como forma de acabar con ellos. En su último western y su penúltimo
film, el director John Ford quiso ‘pedir perdón’ por la forma en que muchas de
sus películas habían retratado a los indios, contando en este caso un evento
real, el éxodo de Cheyenne del Norte de 1878-1879, con muchas libertades, unos
300 indios Cheyenne, hombres, mujeres, niños, bebés pequeños, todos debilitados
por enfermedades y mala alimentación, partieron para escapar de la reserva
árida donde ellos habían recluido por el ‘pecado’ de ser cheyenes, para volver
a sus tierras natales a través de 1.500 millas de territorio hostil prohibido;
y de alguna manera, hambrientos, traicionados, perseguidos por tropas todo el
camino, forzados a cruzar el país, y con un terrible clima invernal,
recorrieron 1,200 millas de camino al hogar del que habían sido desterrados.
Un éxodo de resonancias
bíblicas hacia la Tierra Prometida, que el maestro de “El Hombre Tranquilo”
retrata con su pulso poético-visual, con hermosas panorámicas de los nativos en
travesía, siendo fotografiada en Super Panavision 70 por William Clothier (El
hombre que mató a Liberty Valance”), cuyo trabajo fue nominado al Oscar, con
momentos emocionantes, lanzando reflexiones sangrantes sobre como trataron los
norteamericanos a los nativos. Pero desgraciadamente todo es un intento errado,
pues su guión resulta torpe, arrítmico, con personajes cartón piedra, donde se
pretende dar alma al sufrimiento de los indígenas, pero paradójicamente no se
nos muestra con carácter propio, son una masa uniforme, donde solo se sale del
redil un cheyene joven como ejemplo del ímpetu guerrero, pero esto de forma
plana. Con un desarrollo cuasi documental, con constante voz en off para hilar
los saltos temporales y los acontecimientos, con un nutrido elenco actoral de
campanillas con Richard Widmark, Carroll Baker, James Stewart, Karl Malden, Arthur
Kennedy, John Carradine, o Edward G. Robinson, que solo están ahí sin ofrecer
algo más que el aprobadillo, siendo sangrante, para un tributo a los indios
norteamericanos que los roles protagónicos de estos sean encarnados por ninguno
de ellos, Ricardo Montalbán, Gilbert Roland, o Sal Mineo, y no me vale que el
resto de figurantes lo sean, si quieres humanizar a los indios no pueden
encarnarlos gentes de otra raza, es un insulto a la inteligencia y saboteas tus
propias intenciones. Es aquello de ‘yo no soy racista, tengo un amigo indio’,
pero luego no le doy dignidad dándole papel de cabecera (puaj!). Súmese a todo
lo malo un metraje desproporcionado para lo poco que cuenta de 160 minutos,
todo esto provoca tramos de tedio, de densidad que la hacen muy irregular.
Escena inicial narrada
por Richard Widmark: "El comienzo de un día. 7 de septiembre de 1878.
Amaneció como cualquier otro día en la reserva de Cheyenne... en esa vasta
tierra árida en el suroeste de Estados Unidos... que entonces se llamaba
Territorio Indio. Pero este no fue solo otro día para Cheyenne. Lejos de su
patria... tan fuera de lugar en este desierto como águilas en una jaula... sus
tres grandes jefes rezaron sobre el bulto sagrado... que al fin, las promesas
que les hizo... cuando el hombre blanco los envió aquí hace más de un año...
hoy sería un honor. Las promesas que los habían llevado a renunciar a su propia
forma de vida... en su propio país verde y fértil, 1500 millas al norte".
En 1878, jefes Little
Wolf y Dull Knife (Gilbert Roland), tras las
promesas incumplidas, la desidia ante sus respetables demandas, "Hasta un
perro puede ir a donde quiera pero un cheyene no" comenta su líder.
Guiaron a más de trescientos indios cheyene hambrientos y cansados desde su
reserva en el territorio de Oklahoma hasta su antiguo hogar tradicional en
Wyoming. El gobierno de los EE. UU. ve esto como un acto de rebelión, y el
simpatizante Capitán Thomas Archer (Richard Widmark) del Ejército de los EE.UU.
se ve obligado a liderar sus tropas en un intento de detener a la tribu.
Mientras la prensa tergiversa los motivos y objetivos de los nativos para su
viaje como maliciosos, el Secretario del Interior de los Estados Unidos, Carl
Schurz (Esward G. Robinson), intenta evitar que estalle la violencia entre el
Ejército y los nativos. También aparecen James Stewart como el mariscal Wyatt
Earp, Dolores del Río como una mujer española y Carroll Baker como una cuáquera
maestra de escuela cuáquera pacifista que acompaña a los cheyenes cuidando de
los pequeños indígenas nativos (como ejemplo de gente caucásica de buen
corazón) y el interés (innecesario y que nada aporta, pues despista sobre sí
quiere la paz con los indios por buena persona, o por salvar a su amada)
amoroso de Archer.
Ah, y para colmo tenemos
en medio del minutaje el inserto grimante de una sub trama cómica sonrojante en
Dodge City, que empieza con el asesinato a sangre fría de unos cheyenes por
parte de unos cuatreros y deriva en una secuencia de comedia bufa con los
legendarios Wyatt Earp encarnado por un gracioso James Stewart, y el dentista
fiel amigo de este Doc Holiday, al que da vida un flemático Arthur Kennedy,
además del comandante Jeff Blair embestido por el gran John Carradine como un
guiñolesco tahúr. Gran parte del gag (no se puede llamar de otra forma) se
produce durante una partida de póker en el clásico saloon, donde el mítico
Marshall tiene una posible mano ganadora, a ella llegan un vaquero (Ken Curtis)
a denunciar la llegada a los alrededores de ‘salvajes’ cheyenes en travesía,
Earp no lo toma muy en serio y sigue la partida, todo acaba en un duelo de
tiros, y con el vaquero agujereado su pie. Esto deriva en una intervención
‘quirúrgica’ del comisario Earp, que sabiamente proporciona anestesia de última
generación a base de maza. Todo esto tiene su clímax en una alocada marcha
estrafalaria/carnavalesca por el desierto en busca de los cheyenes, que tiene
su corona con el ‘rescate’ de Earp, que viaja con Holiday en un carro, de una
prostituta que antes decía en el saloon desconocer, pero en el carro, y en
paños menores dice recordar (menudo chiste picante que superó la censura). Todo
esto, que es en realidad muy divertido, no pega para nada en la solemnidad que
requiere la historia, es como si en medio de la ‘melgibsoniana’ “Pasión de
Cristo” meten en medio el gag de ‘que han hecho por nosotros los romanos’ de la
‘montypythoniana’ “La vida de Brian”. Grimante, te descoloca, y pierdes la
pretendida emoción que necesita la cinta, si alguna comunión ansiaba Ford para
su película, se pega un tiro en el pie (nunca mejor dicho) con este inserto. Al
parecer los productores querían un clásico ‘Intermedio’ de los films épicos en
su metraje desmesurado, con unos minutos de música para dar tiempo a la gente a
ir al baño, pero Ford impuso esta sub historia, y solo demuestra que John Ford
no era perfecto, tuvo sus fallos. De hecho, hay algunas versiones en que esta
parte ha sido eliminada.
Tiene buenos elementos
salpicados por el excesivo desarrollo, como es el amago de batalla con los
cheyenes en medio del desierto cavando sus trincheras y atacando a los
soldados, pero esto es un coitus interruptus, se da un esbozo de lo que podría
haber sido y se corta; tenemos a un personaje que puede representar el odio a
los nativos en el teniente Scott (Patrick Wayne, hijo del Icónico John Wayne),
y sufre una conversión, pues esta ‘epifanía’ me resulta impostada y chusca;
Está reflejada la forma en que los medios de comunicación, o sea, periódicos
que daban una visión de hordas de zombis a los cheyenes, exagerando o
directamente mintiendo sobre la travesía, pero esto que esperaba fuera a algún
lado se deja cual apunte a pie de página; Tenemos el desgarrador tramo en que
Capitán Wessels (Malden) descubre el panorama de reguero de cadáveres que ha
dejado su rigidez y tozudez de miras, gran expresividad de Karl Malden, te
cala. Por cierto, tenemos que tragarnos que encierran a los cheyenes (por el
gran delito de ser cheyene!) y no les registran, luego sacan un arsenal de
rifles (puaj!); Tenemos un buen diálogo entre el sargento (buen Mike Mazurki) y
el capitán:
Sgto.: -Soy polaco. Sabe
qué hay en Polonia, además de polacos?
Capitán: -Qué más hay?
Sgto.: -Hay Cosacos. Y
sabe lo que es un cosaco?
Capitán: -Qué?
Sgto.: -Un cosaco es un
hombre a caballo con un gorro de piel en la cabeza y un sable en la mano que
mata a los polacos sólo por ser polacos, igual que nosotros matamos a los
indios por ser indios.”
Pero todo esto bueno son
oasis en medio de un desierto de más de dos horas y media (el film más largo de
John Ford), no compensa, y para colmo su rush final me ha resultado poco
satisfactorio (siendo benévolo). Lo de esa reunión en la Cueva de la Victoria
entre el Secretario de Estado de Interior Schurz y el Capitán Archer con los
líderes cheyenes me resulta forzado y poco verosímil (además de colocarnos unas
retroproyecciones fachosas), con ese toque final de aplastamiento para la
cultura cheyene como es en vez de la pipa de la paz fumémonos un puro uy a
tomar por saco vuestras tradiciones. Y ya para rizar el rizo tenemos el
innecesario epílogo en que Dull Knife asesina a Red Shirt, exponiendo el
salvajismo nativo, de verdad era necesario este broche final?
Añádase que la localizaciones
son erróneas, los cheyenes, estaban confinados en Oklahoma y no debían
atravesar Monumental Valley (Utah) para regresar a sus tierras. Pero,
Monumental Valley era la niña de los ojos de Ford y debía rodar allí aunque
fuera en contra de la Historia.
‘Según lo que leí en
Wiki, la película es mucho más precisa, históricamente, que la mayoría de estas
cosas. Lo principal que parecen haber omitido fue que, durante la larga marcha
hacia el norte, los cheyenes mataron y violaron a un buen número de colonos
blancos. Robaron mucho ganado.’
John Ford siempre quiso
hacer una película sobre el éxodo de Cheyenne. Ya en 1957, escribió un tratado
con su hijo Patrick Ford, imaginando un drama a pequeña escala con actores
indios no profesionales. Los primeros borradores del guión se inspiraron en la
novela de Howard Fast La última frontera . Sin embargo, la película finalmente
tomó su trama y título de Cheyenne Autumn de Mari Sandoz, que Ford prefirió
debido a su enfoque en el Cheyenne. Los elementos de la novela de Fast
permanecen en la película terminada, a saber, el personaje del Capitán Archer
(llamado Murray en el libro), la representación del secretario Carl Schurz y
las escenas de Dodge City, Kansas. Abandonando a regañadientes la idea del
docudrama, Ford quería que Anthony Quinn y Richard Boone interpretaran a Dull
Knife y Little Wolf como actores conocidos con cierta ascendencia india.
También sugirió al actor negro Woody Strode para un papel. El estudio insistió
en que Ford contratara a Ricardo Montalbán y Gilbert Roland.
La versión original fue
de 158 minutos, Warner Bros decidió editar la secuencia de "Dodge
City" fuera de la película, reduciendo el tiempo de ejecución a 145
minutos, aunque se mostró en los cines durante el estreno inicial de la
película.
Gran parte de la película
se rodó en Monument Valley Tribal Park en la frontera entre Arizona y Utah,
donde Ford había filmado escenas de muchas de sus películas anteriores,
especialmente Stagecoach y The Searchers. Partes de la película también se
rodaron en el río San Juan en Mexican Hat, Professor Valley, Castle Valley, el
río Colorado, Fisher Canyon y Arches en Utah. Aunque los principales líderes
tribales fueron interpretados por Ricardo Montalbán y Gilbert Roland (además de
Dolores del Río y Sal Mineo en papeles principales), Ford volvió a utilizar a
numerosos miembros de la tribu Navajo en esta producción.
Ford utilizó a los
navajos para retratar a los cheyene. El diálogo que se supone que es en el
"idioma Cheyenne" es en realidad navajo. Esto supuso poca diferencia
para el público blanco, pero para las comunidades navajo la película se hizo
muy popular porque los actores navajos usaban abiertamente un lenguaje obsceno
y crudo que no tenía nada que ver con la película. Por ejemplo, durante la
escena donde se firma el tratado, el discurso solemne del jefe solo se burla
del tamaño del pene del coronel. Algunos académicos ahora consideran que este
es un momento importante en el desarrollo de la identidad de los nativos
americanos porque pueden burlarse de la interpretación histórica de Hollywood
del oeste americano.
Film reivindicable en
las intenciones, pero que resulta poco inspirado (siendo benévolo). Gloria Ucrania!!!
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