CERO EN CONDUCTA.
Con motivo del 90
aniversario del estreno (09/04/1933) de este mediometraje de culto he subsanado
una de mis lagunas cinéfilas al verlo, y encontrándome todo un soplo de aire
fresco sensacional, todo un tsunami de ideas solaces en pos de una idea revolucionaria
contra un sistema opresor, aquí representado en una residencia escolar. Escrita
y dirigida por el (maldito) Jean Vigo con 27 años, hombre con una vida corta y
turbulenta, murió en 1934 a la edad de 29 años de tuberculosis. Hijo de padre
anarquista, muerto por estrangulamiento en prisión cuando él contaba apenas doce
años, Vigo tuvo que pasar por varias escuelas del Estado donde sufrió toda
clase de vejámenes y se enfermó de tuberculosis. Esto lo marcaría para siempre,
y por eso, su cine se manifiesta contra el sistema, contra la cultura
dominante, contra el pudor… y contra la falta de libertad.
El realizador se basa en
experiencias propias para desarrollar una fulgente comedia, rebosante de imaginación
puesta al servicio del humor con mensaje. Película fue rodada en 1932 por Jean
Vigo en el colegio de Saint-Cloud donde él mismo pasó parte de su formación. La
institución escolar se presenta represiva y cerrada. La película fue calificada
de “anti-francesa” y, bajo la presión y la amenaza de represalias de los padres
de familia organizados, considerado un panfleto libertario violento, la obra
estuvo prohibida por la censura, sólo obtuvo su visa de funcionamiento en 1945,
después de la Liberación. Es la primera película francesa prohibida
oficialmente por la censura francesa. Tercera película del realizador Jean
Vigo, la primera abordada completamente desde la ficción, mediometraje de 42
minutos. Crítico del sistema social de su país natal, fue también crítico del
sistema educativo. Para ello Vigo empodera
a los niños y se ridiculiza la autoridad, ejemplo notorio de ello es poner de figura
del director a un enano (Delphin Sirvaux adornado con barba, que guarda su
sombrero bajo una urna, y se ve a sí mismo como apuesto hombre en su falso
reflejo en un espejo; el actor enano, aunque no lo parezca tenía 50 años en su
interpretación) y con voz de pito. Siendo una formidable carta de amor a la Inocencia
de la Niñez, una oda a la Libertad, un grito a favor de las Revoluciones contra
las dictaduras, un misil contra la hipocresía (ese chusco profesor "Cornacchia"
que roba los pasteles de los niños, que luego recibirá su castigo), y el papanatismo
de los que se creen con derecho a adoctrinarte. De esos films que te
transportan en la máquina del tiempo a nuestra niñez, sintiéndonos seguramente
nostálgicos al vernos reflejados en muchas de las situaciones.
La obra se centra en
cuatro de los estudiantes de este internado, esos afamados diablos que reza su
título, que no son más que simples chicos de su edad. Las vacaciones escolares
han terminado y los estudiantes deben volver a las instituciones, el film se
centra en una de estas, internado reflejado como una cárcel donde todo es
estricto y los castigos son constantes, básicamente, a estos niños y niñas no
se les permite ser tales. Los cuáles ante la represión que sufren, deciden
llevar a cabo una revolución buscando libertad, así como la que se buscó en
1789 en este país europeo.
Vigo proyecta con vigor
(valga la redundancia) la magia de la niñez, epítome antológico es la batalla
de almohadas, con las plumas lloviendo por todos lados, los niños pegando
saltos y volteretas (ese niño que deja al aire sus vergüenzas en un salto sobre
una silla que es izado por los compañeros), con la bandera pirata de por medio,
y ello filmado en potenciador anímico de
cámara lenta, coronado por música celestial, Sublime-Magno-Homérico, donde las
palabras no pueden definir. Con el epílogo del ‘aprisionamiento’ a la cama del
profesor en vertical.
Todo ello Vigo lo
despliega con una vis cómica fascinante, todo un tsunami de registros humorísticos,
desde el slapstick, el surrealismo (el dibujo que toma vida), el mordaz, el
absurdo (el reflejo del espejo que tiene vida propia), el juego de edición (el
niño haciendo un truco de magia, la pelota que desaparece), y siempre con un
halo de lirismo que cala en el espectador (ósea, yo), juegos de cámara en slow
para enfatizar situaciones (la batalla de almohadas), con incluso sentido
homenaje al genio del cine mudo Charles Chaplin (el profesor bueno lo imita de
forma maravillosa), esto tiene como derivada que el director mantiene su cinta
con un clima muy de cine silente, pues realmente todo se podría contar sin
palabras, excepto el atronador ‘A la mierda!’ de la niña, esto último ejemplo
de la transgresión y la modernez del film, exponiendo sutilmente los abusos sexuales
(pederastia) en estas instituciones. Por cierto, este ‘A la mierda’, en la
traducción al francés es un anagrama del nombre adoptado por el padre de Jean
Vigo, Miguel Almereyda, nombre real Eugeni Bonaventura de Vigo y Sallés,
provenía de una familia catalana.
Comienza con el fin de
las vacaciones de los chicos y la vuelta a clases, lo que de hecho significa
retornar a un internado de escolaridad primaria controlado por un enano
Director (Jules Sirveaux alias Delphin) que suele ahogarse en su retórica
autocondescendiente, Supervisor General (Du Verron) que gusta de toquetear y
robar las pertenencias de los pequeños y distintas figuras patéticas
adicionales de autoridad que van desde “amargos sin remedio” como el Supervisor
(Robert le Flon) y el Prefecto (Louis de Gonzague) hasta un Profesor (Léon
Larive) que coquetea con la pedofilia en relación a sus estudiantes. La trama
sigue el derrotero de un grupo de niños, inicialmente compuesto por Colin
(Gilbert Pruchon), Caussat (Louis Lefebvre) y Bruel (Constantin
Goldstein-Kehler) y luego ampliándose con la incorporación de Tabard (Gérard de
Bédarieux), con motivo de un plan en conjunto para sabotear el llamado “Día de
la Conmemoración”, una celebración muy pomposa del colegio, y de su amistad con
el único docente afable del establecimiento, el Profesor/ Cuidador Huguet (Jean
Dasté), nuevo maestro de los niños que incluso llegó con ellos en el
ferrocarril y comparte sus ansias lúdicas todo terreno, circunstancia que puede
verse cuando juega con ellos en los recreos, cuando hace una parada de manos en
el aula o cuando imita al querido Vagabundo, el personaje emblema de Charles
Chaplin.
Tiene un comienzo que pone
en valor la alegría vitalista de los niños, para luego poner el contraste en
esta residencia rígida. Vemos el tren que transporta a dos infantes tras las
vacaciones al colegio, asistimos a sus travesuras, sus juegos, sus picardías
con esos globos que claramente juegan a ser pechos que tocan con lujuria, y en
el culmen se ponen a fumar puros. Y una vez llegados a la estación hace acto de
presencia la marcialidad del colegio, allí los alinean cual si estuvieran en un
ejército. En el dormitorio comunal vemos los castigos a tres de los
protagonistas (Caussat, Colin y Bruel), de pie frente a la cama del supervisor
mientras este duerme entre cortinas. Y por la mañana otra vez al levantarse la marcialidad
militar. Y llegados al recreo, cual, si fuera la hora de salir al patio de los
presos, protegidos por uno de los guardias que empatiza con ellos en forma de
un joven profesor, allí comienzan los planes de su revuelta revolucionaria
contestaria, donde incluso comentan sobre los chivatos (cual antecedente de lo que
será la resistencia francesa a los nazis). Pero las travesuras continúan, con niños
fumando en los retretes, a uno de ellos lo hacen salir con el culo en pompa (¿?).
Tiene el buen gusto Vigo
de no mostrar a los profesores/autoridades como algo monolítico y hacernos ver
que siempre hay gente buena en todas partes. En este caso el nuevo profesor
Huguet, un jovial tipo despliega simpatía y encanto con sus bromas (hacer de
Chaplin), haciendo acrobacias, como es cuando hace el pino andando sobre las
manos, sube de esta guisa a la mesa, y llega a hacer un dibujo que de forma
brillante toma vida (jocosamente es un bañista en bañador que se transforma en
Napoleón. Sacrilegio!). Como excelente es la salida al exterior regida por Huguet,
donde los niños se disgregan sin que el se de cuenta y vuelven a unirse sin que
el se percate, acaban persoiguiendo a una bonita chica, que tras una esquina se
transforma en un sacerdote, dardo contra la Iglesia y su represión sexual
(Homérico!).
Maravilloso el tempo del
film, como en tan poco tiempo Vigo es capaz de gradualmente ir creando un crescendo
dramático en base a pequeñas tropelías sufridas por los niños, desde los castigos
injustos, las rebeliones por mala comida, la represión en los dormitorios, el
atisbo de abusos carnales, como van conformando los niños su núcleo duro
buscando a los que odien más los maestros (admiten a uno en el grupo pues "de
verdad él odia a los profesores también"), todo ello para en el clímax
explotar en la Apoteosis. La revuelta ante las fuerzas vivas de las autoridades
en Día de la Conmemoración, representadas en el director de la residencia un
tipo ataviado pomposamente de militar e incluso (no podía faltar) un cura como
reflejo de la Iglesia. El grupo de rebeldes atrincherados en los techos del
internado sabotean los actos tirando de todo desde lo alto, haciendo que los
gerifaltes se tengan que refuguair en la buhardilla, los ‘revolucionarios’
ondean la bandera pirata, el jolgorio lo inunda todo, y el ‘infiltrado’ Huguet
lo celebra brazos en alto. Acabando con un contrapicado de los cuatro líderes
niños ascendiendo por el tejado mient4ras saludan eufóricos a su
correligionarios. Han derrocado a los Tiranos!
Hay pocos
acontecimientos en el cine más trágicos que la vida de Jean Vigo. Su padre, un
pacifista de la Primera Guerra Mundial, fue estrangulado en prisión donde lo
enviaron por traición cuando Jean tenía solo 12 años. Lo enviaron a un
internado con un nombre falso (un período de su vida que más tarde informaría
su tercera película, Zéro de conducto), y libró una batalla de ocho años contra
la tuberculosis. Vigo hizo cuatro películas, tres cortometrajes y un
largometraje, antes de su muerte en 1934 a la edad de 29 años. Sin embargo, a
pesar de las muchas desgracias de Vigo, sus películas, al igual que el hombre
mismo, se mantuvieron optimistas e inteligentes, llenas de lo que se
convertiría en un ingenio característico. y brío. El trabajo de su vida solo suma
menos de tres horas de tiempo de pantalla, y sus películas fueron prohibidas o
fracasadas. Como muchos grandes artistas, Vigo fue un fracaso en su época. No
fue hasta una reconsideración de su trabajo posterior a la Segunda Guerra
Mundial que Vigo fue reconocido por lo que era: un maestro cinematográfico.
Esos 163 minutos de celuloide representan una de las filmografías más
asombrosamente logradas de todos los tiempos, retratando a un artista en la
cúspide de su talento, reducido en su mejor momento, que mostró más promesa,
más variedad y más talento en bruto de lo que muchos cineastas podrían jamás
lograr.
Delphin Sirvaux, el actor
que da vida al director del internado, solo actuó en cinco películas, pero tuvo
papeles importantes allí. Vivía en un piso amueblado con muebles en miniatura a
su tamaño en el Boulevard de Clichy, en compañía de su amigo, también enano,
Auguste Tuaillon. El 7 de mayo de 1938, alrededor de las 14:30 horas, el
conserje de su edificio parisino, sorprendido de no haberlo visto ni escuchado
en todo el día, alertó a la policía. Sirvaux se encuentra tendido en su
habitación. Los servicios de emergencia intentan reanimarlo, en vano, y
finalmente solo pueden notar su muerte. El actor cortó la tubería de su estufa
de gas, provocando que se asfixiara. En una hoja de papel escolar se copia de
su mano un pensamiento de Pascal: "Toda la desgracia de los hombres viene
de no saber descansar en una habitación".
Obra Maestra a
reivindicar. Gloria Ucrania!!!
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