sábado, 3 de septiembre de 2022

 


LAS CRUCES DE MADERA.


Estremecedor drama bélico francés, que he visto con motivo del 90 Aniversario de su estreno (17/03/1932), y me he encontrado una película a reivindicar por su fuerza emocional, una de las mejores películas sobre la Gran Guerra que se han rodado, siendo este un conflicto que parece el aptito feo frente a su hermano menor de la Segunda Guerra Mundial. Un sutil alegato antiguerras realizado en el periodo de entreguerras donde hubo cintas tan aclamadas en su sentido pacifista, poniendo el foco en el sin sentido de esta guerra, en su deshumanización, en como las tropas eran peones de unos jugadores que movían las piezas desde lujosos palacios, con obras de tanto calado como “Yo acuso!”, “El Gran Desfile”, “Sin novedad en el frente”, “Adiós a las armas”, “Remordimiento” o “La Gran ilusión”. Esta es una película francesa dirigida por Raymond Bernard, con guion propio y de André Lang, adaptando la novela “Les croix de bois” de Roland Dorgelès de 1919, inspirada en la experiencia vivida por su autor durante la Gran Guerra Mundial, narrando la vida cotidiana de los soldados del ejército francés durante esta guerra, donde se exponían los horrores de una guerra arbitraria, orquestada desde las alturas por gente que no le importaban las vidas humanas (la WWII fue diferente, pues había unos nazis invasores), poniendo en primer plano a los soldados de infantería que peleaban en las asquerosas trincheras. Para dotar de mayor realismo el escenario, Bernard se rodeó de actores y extras que habían sido soldados durante la Gran Guerra, rechazando a los jóvenes reclutas que le ofrecía el Ejército, encontrándolos el director sin experiencia y poco creíbles. Asimismo, se filmó en el lugar de las trincheras reales de Fort de la Pompelle y Mount Cornillet. Fue también un rodaje difícil, en el escenario de los combates reales, y sucedió que afloraron cadáveres de soldados y proyectiles sin explotar. Todo ello adornado por diálogos extraídos directamente del libro, emitiendo naturalidad y frescura, para una película salpicada de grandes momentos, y coronada por un *final estremecedor, a la altura de el de la mencionada “Sin novedad en el frente” en su mensaje contra todas las Guerras.

 

El viaje de un escuadrón en el corazón de la Gran Guerra. En 1915, Gilbert Demachy (Pierre Blanchar), un estudiante de derecho y voluntario, se unió a su sección en Champagne, en el 39º regimiento de infantería. Idealista e ingenuo, se convierte en el protegido de Sulphart (Gabriel Gabrio), un alegre obrero, y del cabo Bréval (Charles Vanel), un pastelero que se desespera al recibir una carta de su esposa.

 

Relato rutinario de las vivencias en duras condicione de estos combatientes, donde vemos el terror, lo ordinario (las cartas que llegan de la retaguardia, las comidas, el temor a la muerte, …), el compañerismo, los permisos, el dolor, los sacrificios, la desesperanza, el sufrimiento, las muertes, y sobre todo el Averno de la Guerra en su máxima expresión con combates extraordinarios en su verité, sobre todo tenido en cuenta cuando se rodó.

 

El comienzo es ya toda una declaración de intenciones, cuando vemos a un gran grupo de soldados alineados en firmes, y esta imagen se transforma en un campo de cruces blancas, que va tornando en diferentes infinitos líneas de cruces de colores, hasta que aparece una en primer plano que pone ‘In Memoriam’, refiriéndose de modo diáfano a la dedicatoria a los caídos en la Gran Guerra.

 

Tras ello nos embarcamos en el (manipulado por gerifaltes) idealismo pasional de con el comienzo de las hostilidades en 1914 incontables civiles hicieron colas para alistarse en los ejércitos, en este caso el foco es en el francés. Tras ello seguimos al protagonista epítome de todos los reclutas, Gilbert Dimachy (buen Albert Blanchard), un pipiolo estudiante de derecho que cree en una guerra romántica, que se unió al ejército por idealismo patriótico y allí se encuentra con la dura realidad de lo fútil del belicismo. Allí se encontrará en medio de una compañía, el escuadrón del Trigésimo Noveno de Infantería al que seguiremos meses de 1915 en el distrito de Champagne. Siendo un claro reflejo de la sociedad gabacha, desde el dicharachero, el mesurado, o el melancólico, como el cocinero, un agricultor, un borracho, son arquetípicos, porque son todos los que combatieron. Hábilmente nos cuelan pequeños flash-backs para ofrecernos el agrio contraste entre la vida civil y la del frente de Guerra.

 

Nos embarcamos con diferentes fases de la Guerra, emanando la camaradería, la solidaridad, los momentos efímeros de alegría con el alcohol, las bromas, o los permisos, con ellos conviviremos sus temores (intenso el tramo en que se enteran en la trinchera que están haciendo los germanos un túnel bajo ellos para poner bombas), sus frustraciones, su dolor, su angustia, todo ello tiene su clímax en las impresionantes batallas en campo abierto, colosal recreación. En contraste cuando saltamos a los que en sus espaciosas habitaciones de palacios dirigen a los soldados a muertes cual juego amoral, exponiendo la hipocresía y demagogia de los poderosos.

 

Para los soldados el panorama es de presencia latente de la muerte, ello reflejado en multitud de momentos, ya desde el omnipresente símbolo de las cruces, también durante un desfile ‘triunfal’ ante un General,  maravillosa y líricamente vemos a los militares marchando mugrientos, con los uniformes embarrados y rotos, se superpone sobre ellos una marcha celestial de muertos; asimismo, vemos los traslados de muertos en medio de borracheras, donde los saltos de trincheras para a tacar son auténticos suicidios, pues a pecho descubierto avanzan contra bombardeos y ametralladoras, y que tenga suerte el que sobreviva, con combates frontales, con esa imagen de las bolsas de granadas a lanzar, con los cráteres de las explosiones que sirven paradójicamente para esconderse, con esos muertos que sirven de parapeto, lo más metafórico es cuando se refugian en tumbas, potenciales muertos en sus nichos de muerte ya envasados (¿?). Tenemos también una catedral donde se da una enervadora misa con el conmovedor ‘Ave maría’ mientras la cámara da un barrido aéreo cuando oímos quejidos y no sabemos de dónde vienen, y entonces vemos que el templo se ha partido para dar espacio a un hospital militar con decenas de heridos, muchos de ellos con amputaciones.

 

Las batallas que vemos son brutales, incluso 90 años después de estrenarse, electrizantes, tensas, con travellings siguiendo a los soldados por la tierra de nadie hacia el enemigo, cruzando las escalofriantes alambradas, con los atronadores sonidos de las bombas, los morteros, las explosiones, los muertos que riegan este Infierno estéril, las bengalas que dan un aspecto fantasmagórico, auténticas pesadillas, donde se pierde la identidad para ser parte de un todo del que se van cayendo piezas. Aquí no hay actos de heroísmo, prima la supervivencia y el compañerismo, no luchas por una causa patriotera, terminas haciéndolo defendiendo al de al lado.

 

Todo esto bueno en gran medida atomizado por la gran labor de sus dos DP, Jules Kruger (estuvo con Abel Gance en su épica “Napoleón”; y Rene Ribault  “La Poison de Sacha Guitry”), con aspecto de crudeza, emitiendo cuasi ser reportero de guerra en la s secuencias, esto alternado con otros tramos de emoción estéticas a flor de piel, como muchas de las secuencias ya referidas, con una exquisito manejo de las tomas nocturnas, esto atomizado por la gran edición de Lucienne Grumberg (en su único trabajo en cine en esta labor), con hermosas disoluciones, y cortes dolientes (alternando de modo agustinos planos generales y primeros planos en las batallas), con esos sempiternos fondos de cruces anticipando la muerte.

Spoiler:

 

Momentos recordables (aparte de los ya mencionados): ; Demachy visita la tumba de un amigo soldado muerto, en una hermosa estampa, frente a la cruz, allí esparce las cenizas de una carta que llegó demasiado tarde;

En un cementerio tras horas y horas allí escondidos en tumbas, la sed de los soldados es enorme, así que el cabo Breval decide arriesgar su vida para llenar cantimploras en una fuente cercana, y este es herido por alemanes que le disparan, Demachy arriesga su vida para recogerlo, lo lleva a salvo, pero allí agoniza con dignidad, primero dice que busquen a su esposa y la maldigan, tras ello recapacita y les dice le digan ‘La perdono’, a su infiel mujer; Y tenemos ya, cuando prácticamente todos los compañeros de Gilbert han muerto (solo Sulphart ha sobrevivido al ser dado de baja por un dedo amputado [cuando el dicen que se lo cortarán contesta: “Da igual, no toco el piano”]), durante una batalla queda herido apoyado sobre una estaca, allí espera por la noche a que lleguen los sanitarios a recogerlo, pero estos en la penumbra nocturna pasan a su lado y no lo ven, el se da ánimos para aguantar, recuerda en flashes fiestas bailes, algarabías, pero terminamos viendo sobreimpresionado un desfile interminable de soldados llevando cruces al hombro ascendiendo al cielo, y Gilbert con los ojos tornados termina cayendo sin vida al suelo en la más absoluta soledad.

 

Sulphart: “No te preocupes, tendrás tu cruz... tu cruz de hierro, de guerra o de madera”.

 

Charles Vanel (Croix de guerre), Raymond Aimos, Jean Galland y Pierre Blanchar lucharon durante la “Gran Guerra”, al igual que la mayoría de los actores y extras. Para los extras, el ejército francés había proporcionado algunos batallones de jóvenes reclutas que estaban haciendo el servicio militar. No estando satisfecho con su actitud, ni con sus formas de pararse en la trinchera, Raymond Bernard decidió emplear veteranos de 14-18, con una actitud más "verdadera". Lo mismo ocurre con el lugar de rodaje, que es un verdadero campo de batalla, teniendo el ejército acceso autorizado a las zonas militares. el tiroteo fue. “Gran parte de la película se hizo en Champagne. Como aún no se habían borrado las huellas de las trincheras, todo lo que teníamos que hacer era restaurarlas. Trabajábamos con ardor y sólida convicción, una fe indeleble, la certeza de que colaborábamos en algo útil, en una obra que quedaría en la memoria de los hombres.

 

En el estreno de la película, Charles Vanel será fuertemente atacado, especialmente por los nacionalistas, incluida la Croix de feu, que reprochó a Vanel haber servido solo dos meses bajo las banderas, y se movilizó entre julio y septiembre de 1914, donde Vanel será reformado, y volvió a su casa, tras trastornos mentales. Charles Vanel contará con apoyo del actor Raymond Aimos, actuó en la película, y que había pasado cuatro años en las trincheras: para Aimos, Vanel era en efecto un "peludo", porque un mal psicológico era tanto comparable al físico, y el hecho de que Vanel tenía cicatrices en su carne.

 

Obra que debería ser un clásico a proyectar en los institutos para proyectar la inutilidad de las Guerras. Gloria Ucrania!!!

 

PD. Gloria Ucrania no es un sin sentido con mi visión contra las guerras, pues si las hay que combatir algunas, como lo fue la WWII contra los nazis (y debió continuar contra los soviéticos), y como lo es cuando un Tirano te invade por que se cree con el poder divino (puaj!).

 

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