THE BRUTALIST.
Decepcionante
drama épico, tan pretencioso como errado en su desarrollo. Dirigida y producida
para mí, por el desconocido hasta ahora Brady Corbet (también actor), coescribió
el guion con (su pareja con la que tiene un hijo) Mona Fastvold (“The Mustang”),
centrada la trama en el protagonista encarnado por Adrien Brody como sobreviviente
del Holocausto judío-húngaro, emigra a los Estados Unidos, donde lucha por
alcanzar el Sueño Americano hasta que un poderoso mecenas cambia su vida. El
elenco también cuenta con Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey
Cassidy, Stacy Martin, Emma Laird, Isaach de Bankolé y Alessandro Nivola. Me he
acercado al film atendiendo a su exitosa trayectoria atesorando reconocimientos,
entre ellos el León de Plata a la Mejor Dirección en Venezia, el Globo de Oro
al Mejor Drama, y nominada a 10 Oscar (incluyendo Mejor Película, Mejor
Director, Mejor Actor para Brody, Mejor Actriz de Reparto para Jones y Mejor
Actor de Reparto para Pearce). El personaje de László Tóth se inspiró en varios
arquitectos y diseñadores de la vida real, incluidos Paul Rudolph, Ludwig Mies
van der Rohe, László Moholy-Nagy, Marcel Breuer, y Ernő Goldfinger. Varios de
los diseños de muebles de Tóth en la película recuerdan mucho al trabajo de
Breuer, incluida la silla Cesca y la silla larga.
Este es uno de esos
films al que, a un director sin películas de renombre, de buenas a primeras toca
alabar su último trabajo por cómo se ha venido arriba con su petulancia de
hacer una desproporcionada (por lo que cuenta) historia, pero no seré el snob
que la eleve por seguidismo borreguil, me siento (como tantas veces) como el
niño que grita en el famoso cuento de Andersen: ‘El Emperador va desnudo!!!’. Es
un film recargado de sub tramas, pesaroso, desea ser tan intenso que desbarra
en su amalgama de temas, cuando al final todo se resume en eslóganes superficiales.
Tres horas y media que solo hacen brillar la nula capacidad de síntesis del director,
su inseguridad en exponer su mensaje, para dar solidez a
su atrompicado relato, donde se extiende en naderías, se reboza en secuencias
de vergüenza ajena (las sexuales), crea elipsis chirriantes, queriendo tratar
de inteligente al espectador se pasa tres pueblos, y lo que hace es crear
huecos narrativos grimantes. Esta arrogancia se ejemplifica en que tiene, como
los grandes films épicos, una obertura, una intermisión y un final.
Film que gana por partes,
en esto es de reseñar la buena labor en la espléndida fotografía de Lol Crawley
(“El diablo a todas horas”) jugando con elementos expresionistas, con
contrapicados, picados, primeros planos subyugantes, planos secuencia
dramáticos, enalteciendo la construcción de Laszlo, así como empequeñeciendo a
los personajes en tomas amplias, como cuando están en la cantera de Carrara, o
en la fiesta en la ‘cueva’ con ese techo altísimo; en miscelánea con neurálgica
música de Daniel Blumberg, había trabajado con Corbet en el cortometraje Gyuto
(2019), era su segunda composición para un largo (tras la de “El mundo que
viene”), con una galería de temas que combinan lo ominoso, lo épico, lo intimista
de forma neurálgica. Lástima que estos elementos ‘continente’ no puedan opacar
el ‘contenido’. Pierde en conjunto y mucho, derivando en tramos de tedio, y en
otros (muchos) de confusión. Nunca consigo empatizar con unos personajes tan
atribulados queriendo ser complejos que resultan impenetrables, y con ello me
alejo tanto de ellos que nunca me tocan la fibra, no me afectan sus situaciones,
no ayudan unos diálogos que combinan lo anodino con lo pomposo.
Entiendo es la
deconstrucción del Sueño Americano, paras mostrarnos a un emprendedor
arquitecto en su anhelo del éxito se topará con el ‘inhumano’ capitalismo
encarnado por el sibilino Harrison Van Buren, estableciendo la eterna lucha
entre Arte y Dinero, dos polos opuestos que en realidad se necesitan uno a otro.
Habla de como la xenofobia es predominante en todos los estratos sociales en
USA, lo hace sin caricaturizarla, pero si reflejándola en trazo grueso, aunque
quiere ser sibilino en este aspecto peca de precisamente no serlo. Peca de
falta de originalidad, entra en demasiados senderos ya muy trillados sin ofrecer
algo novedoso.
Al final, nos damos que
el film es solo un producto pro-sionista (desde mi catolicismo también lo soy),
que denosta todo lo ‘gentil’ (lo no judío), pues ataca al ‘converso’ de Attila
por renegar de su ascendencia hebrea, y nadie de los no judíos son en realidad
personas buenas, mostrados los protestantes como sibilinos que albergan inquina
contra todos los demás, racistas con los negros, y vejatorios con los judíos, a
los que humillan de forma sutil, cuando en la sal gorda del film llegan al
abuso sexual. Y concluye que la pureza está en residir en la verdadera Tierra Prometida,
que no es USA, si no Israel. Por ello, además, nos cuelan de soslayo noticias
de como se creó pro la ONU el estado de Israel. También sin que tenga sentido
nos cuelan salpicadas noticias en off de la proclamación del primer presidente
republicano tras la segunda guerra mundial (Eisenhower, que extrañamente no es
nombrado) y referencias a la guerra de Corea y a misiles balísticos que pueden
alcanzar estados del Este de Europa ¿?). Concluyendo de modo poco objetivo que
el viaje no es lo importante, es el Destino (Israel).
Obertura: László Tóth (Brody),
arquitecto húngaro-judío que sobrevivió al Holocausto y se formó en la Bauhaus,
fue separado a la fuerza de su esposa y su sobrina huérfana después de ser
enviado al campo de concentración de Buchenwald y emigró a los Estados Unidos.
Cuando su barco entra en el puerto de Nueva York, ve la Estatua de la Libertad.
Esto se expone en uno de los más hermosos tramos del film, todo está oscuro,
oímos bullicio de gente, acompañado de la ominosa e hipnotizante música (presenta
a pianistas John Tilbury, Sophie Agnel y Simon Sieger, el trompetista Axel
Dörner y el saxofonista Evan Parker), no sabemos que pasa, hasta que se hace la
luz, vemos salir a gente de la bodega de un barco, hay confusión, desorden, caos,
y entonces vemos a la gente que ve admirada la Estatua de la Libertad (recordándonos
a los cinéfilos la escena similar de “El padrino II”), desde la mirada del
protagonista se ve al revés, en clara simbología del Anti sueño Americano. Tras
lo que hay, para remarcar este mensaje desesperanzador dentro de la esperanza (menudo
trabalenguas) una cita de Goethe: ‘No hay nadie más desesperadamente
esclavizado que aquellos que falsamente creen ser libres’.
Parte 1: El enigma de la
llegada; 1947, László viaja en autobús a Filadelfia, se queda con su primo,
Attila (Nivola), y la esposa católica de Attila, Audrey, mientras busca
trabajo. Attila le revela a un aliviado László que su esposa Erzsébet (Jones) y
su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy), todavía están vivas, atrapadas en Europa
debido a la mala salud de Erzsébet. Aunque Attila le ofrece trabajo con su
negocio de muebles, László es relegado a un dormitorio improvisado en el
armario de almacenamiento de la sala de exposición y utiliza un baño de
servicio en la parte trasera del edificio. También descubre que Attila se ha
despojado de su origen judío y se ha asimilado a la cultura estadounidense,
cambiando su nombre y convirtiéndose al catolicismo para casarse con Audrey (Emma
Laird). Pronto reciben el encargo de renovar la biblioteca de la mansión del
condado de Bucks del rico industrial Harrison Lee Van Buren (Pearce) a
instancias de su hijo Harry (Alwyn) mientras su padre está fuera. Después de
una noche de borrachera y alegría, Audrey expresa su desdén por László y
sugiere que viva en otro lugar. En esta primera parte asistimos al sibilino
(siendo benévolo), modo en que este protagonista judío es marginado, le ayudan,
pero lo tratan de forma displicente y vejatoria. Incluso vemos que tiene que alimentarse
de la caridad; Esta parte acaba abruptamente, de modo bastante aparatoso, vemos
en una mini fiesta entre Attila, su esposa y László que el esposo empuja a su
primo a bailar con esposa, este acepta a regañadientes, ella se le insinúa descaradamente
ante sus ojos. Y sin embargo todo acaba con Attila echándole en cara a László
que intentado abusar de Emma, me ha sido esto estridente por lo incoherente. A
todo esto, ya hemos visto que László es un heroinómano, cosa que porta entre
poco y nada, es otro elemento escabroso que amontona el director, esto se puede
entroncar con una extraña relación que el protagonista László con un afroamericano,
Gordon (inane Isaach De Bankolé), al que conoció en una cola del hambre que iba
con su pequeño, y que vemos trabaja en la biblioteca que hacen para Harrison, y
sin comerlo, ni beberlo, lo vemos acostado en un colchón (¿?) con László
drogándose (¿?), relación esta que parece de fuerte amistad, pero acaba de
forma chusca y sin capacidad alguna que nos importe.
Tras la separación cortante
de los primos entramos en la fase que me recuerda en cierta medida a una similar
en la Obra Maestra de King Vidor “El manantial” (1949), donde un gran arquitecto
acepta trabajar en una mina, y esto se ve como tocar fondo, y de allí sale con
la ayuda de un mecenas poderoso. Pues aquí igual, es Harrison Lee Van Buren (Pearce)
el que lo saca del ostracismo para darle sentido a su vida con el proyecto de
un centro para la comunidad (especie de catedral Laica), y con ello en realidad
el millonario se ha comprado una ‘mascota’. Comenzando una soterrada guerra
entre ambos con continuos tiras y afloja, que pretende ser una alegoría de la
batalla entre Arte y Capitalismo, la Creación ante el Pragmatismo, un juego de
poder que tiene su eclosión en una vergonzantes escena (*spoiler) dónde
cualquier tipo de asidero realista se pierde ante lo grotesco de la situación.
Las actuaciones resultan
formidables. Con Adrien Brody que puede llegar a ser, 22 años después, su
personaje la extensión del Wladyslaw Szpilman del film de Polanski “El pianista”,
sensacional la intensidad y pasión que desprende de modo introspectivo, con una
lenguaje corporal y mirada fenomenal; Guy Pearce da probablemente la mejor
interpretación de su carrera con este alter ego del Capitalismo, dando palo y
zanahoria en su condescendencia clasista y xenófoba, un ser sibilino y ladino
escalofriante, brillante; La otra actuación destacable es una buenísima
Felicity Jones como la esposa del protagonista, desborda vida interior sufrida,
intenta superar los obstáculos con temple y arrojo. Pero adolece de química con
Adrien; Pero esto no puede contrarrestar un desarrollo denso, arrítmico y con
comportamientos arbitrarios y algunos artificiosos que restan.
Tras un intermedio, El
núcleo duro de la belleza; La segunda mitad arranca con la llegada de la esposa
de Tóth, Erzsébet (Jones), de la que solo sabíamos por vía epistolar que se leían
en off, con ella su sobrina adolescente, Zsofia, que han conseguido llegar a USA
desde Europa con la ayuda del abogado de Van Buren. Erzsébet está en silla de
ruedas debido a la osteoporosis causada por la hambruna sufrida en un campo de
concentración, mientras Zsofia no habla. Ahora en
la telaraña malsana que se teje entre László y Harrison entran en escena estas
dos mujeres, ramificando las sub tramas hacia subrayados excesivos, no hacía
falta estas sub historias que solo remarcan la idea ya vista. Nos cuelan de
modo extraño (si no esperpéntico) como el hijo de Harrison, Harry se siente atraído
por Zsofia, que no es precisamente una belleza, no viste precisamente de modo
sexy, más bien tiene parecido razonable con ‘Betty la Fea’, tampoco es que su
conversación sea fluida (es muda por trauma). Esto tiene su culmen cuando parece
insinúan de forma elíptica que puede haber habido una violación, esto me
resulta un insulto a la inteligencia, pues luego de esto no se hace mención de
forma sutil, simplemente se tira la piedra, y punto, no tiene continuación, y
me irrita, pues luego si que vemos una violación gráfica (spoiler). Hay un tramo
en que a László lo despiden por un accidente, parece que el mundo se va a acabar
y sin que sepamos las causas lo vuelven a llamar. A todo esto, Erzsébet tiene trabaja
en una columna en un periódico neoyorkino, pero no sabemos siquiera de que
escribe, curro que le ha conseguido el maléfico Harrison; Hay un tratamiento
del sexo de forma enfermiza. Vemos en un burdel una felación casi gráficamente que
aporta entre nada y zero, puro sexo gratuito mórbido, lo primero que vemos de László
en USA (¿?). Hay una masturbación de vergüenza ajena que no se sabe que tiene
que transmitir, más allá de requeté subrayar lo traumatizados que están los
personajes. Hay una violación expuesta físicamente de modo inverosímil, que
solo está hay para ser un bizarro meme (*spoiler). Hay sexo entre el matrimonio
de forma forzada, ayudado por las drogas sintiéndome bastante incómodo, haciéndome
más acentuado que no conecto con nadie de este film.
Y tenemos un rush final
atropellado, queriendo ser de calado resulta brusco y sin garra, seguramente
porque tampoco los personajes me han conectado a la trama.
Se rodó utilizando el
proceso VistaVision y cámaras implican filmar horizontalmente en película de 35
mm, luego se escaneó, con la intención de también hacer copias para un
lanzamiento en película de 70 mm, tiene la misma altura y era el formato más
práctico para mostrar el tamaño original del marco de VistaVision al proyectar
la película. Corbet explicó que la elección de VistaVision también fue
estética: "Parecía que la mejor manera de acceder a ese período (1950) era
filmar en algo que fue diseñado en esa misma década". La película se
presenta en dos actos con un intermedio de 15 minutos, más un epílogo.
Spoiler:
De buenas a primeras
vemos que Zsófia habla, no solo eso, si no que está casada (con Binyamin al que
da vida Benett Vilmányi) y
embarazada (menuda elipsis tosca), y mientras cenan con László y Erzsébet le
dicen que se van a casar y viajar a Israel para vivir allí. Cuando hasta
entonces, en las horas transcurridas no se había echo mención de este sionismo
(¿?).
Tramo final: Mientras
está en las minas de Carrara para comprar mármol, Harrison viola a un László
ebrio, llamándolo sanguijuela social cuya gente invita a su propia persecución.
*Secuencia que físicamente es imposible, a no ser que Harry tenga el miembro viril
de un caballo y la otra parte se preste a ello, el mostrarlo tan explícitamente
no genera crudeza, si no sonrojo y vergüenza ajena. Amén de que lo que habíamos
visto hasta entonces no hacía presagiar este comportamiento. Y como meme de
como el capitalismo ‘jode’ al arte es lo más caricaturesco.
De regreso al sitio, László
cada vez más traumatizado comienza a desmoronarse, volviéndose más beligerante
e impulsivamente despide a su tripulación y a Gordon durante una discusión.
Ataráxico modo de echar a un amigo se supone (¿?). Se lamenta con Erzsébet de
que no sean bienvenidos en USA (haciendo referencia al desprecio previo de
Harry y Audrey). László por el dolor droga con heroína a Erzsébet, y ambos
parecen excitarse con ello y fornican. Esto me ha sido de (otra vez) vergüenza
ajena, no se que sentido tiene más que el morbo (puaj!!!). Tras lo que Erzsébet
tiene un ataque y casi muere por sobredosis. Tras lo que ella propone que vivan
en Jerusalén con Zsófia y su familia, a lo que él acepta. Poco después,
Erzsébet, ahora usando un andador en lugar de una silla de ruedas, visita a
Harrison en su casa y lo llama violador frente a su familia y asociados. Cuando
no hemos visto que Laszlo le dijera a su esposa esto (¿?), y si selo ha dicho,
porque deja él que vaya ella sola a la mansión Harrison sabiendo como se las
gasta? Un atropello a la razón. Tras esto, un enfurecido Harry la empuja
violentamente, antes de que su hermana Maggie (inane Stacy Martin) intervenga y
la ayude a llegar a su taxi. Incapaz de encontrar a su padre, Harry organiza un
grupo de búsqueda para encontrarlo y se dirige al Instituto, aunque su destino
finalmente no está claro, ya que una cruz iluminada brilla al revés. Y no
sabremos que pasó con Harrison, el director se cree demasiado listillo jugando
con el espectador (puaj!!!).
Epílogo: La Primera
Bienal de Arquitectura; En 1980, Erzsébet murió y se realizó una retrospectiva
de la obra de László en la Bienal de Arquitectura de Venecia. La exposición
muestra varios proyectos construidos en los Estados Unidos durante los años
siguientes e incluye el Instituto Van Buren, finalmente completado después de
una pausa de una década. Zsófia, acompañada por su hija adulta joven y un
László envejecido, da un discurso que destaca cómo László diseñó la estructura
para que se asemejara a los campos de concentración que encarcelaron a los Tóth
y funciona como una forma de procesar el trauma. Termina afirmando que László
una vez le dijo: "No importa lo que los demás intenten venderte, es el
destino, no el viaje".
Ósea, al final todas
estas tres horas y media pesadas y cansinas son un idealizado mensaje sionista.
Si uno quiere ver un buen film sionista que vea “Exodus” (1960) de Otto Preminger.
Gloria Ucrania!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario