EL GRAN HOTEL
BUDAPEST.
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WES ANDERSON |
El singular
realizador texano Wes Anderson en su octavo largometraje (primero de producción
no americana, financiación británico-germana) me ha ganado definitivamente para
su causa con esta su obra más completa, sólida y satisfactoria, un film pulido
al máximo donde todas las virtudes de este creador quedan maximizadas y sus
defectillos anulados. Un tipo cine marcado por una hipercuidada puesta en
escena, historias marcadas por la nostalgia, la melancolía, las ansias de
viajar a nuestra infancia, argumentos sobre el despertar de la inocencia, y
todo envuelto en un tipo de humor sutil, sofisticado, elegante y con un
delicioso aroma comicquero, puesto esto en este “Gran Hotel Budapest” se hace
patente en todo su brillante esplendor.
El escenario
principal es la República ficticia de Zubrowka, se supone una nación
centroeuropea en los Alpes. La historia arranca en el presente, una niña lee un
libro, en el autor (Tom Wilkinson, en 1968 Jude Law) situado en 1985 cuenta un
viaje que realizó en 1968 a Zubrowka, instalándose en el Gran Hotel Budapest,
ahora un lugar decadente. Allí conoce al propietario Zero Moustafa (Frank
Murray Abraham) que le cuenta la historia de cómo llegó a ser dueño del hotel.
Viajamos en otro flash-back a 1932, época de gran esplendor del hotel, llegó
allí como un botones (ahora el espléndido Tony Revolory), siendo fiel asistente
del gran conserje del hotel, Monsieur Gustave H. (gran Ralph Fiennes). El dueño
del Gran Budapest es un misterio y las indicaciones sobre lo que hacer son
dadas por el abogado de este, Kovacs (buen Jeff Goldlum). Gustave es tan devoto
de complacer a su clientela que se especializa en hacer felices hasta donde sea
necesario a todas las mujeres, especialmente a las de avanzada edad. Su gran
aventura comienza cuando tras pasar la noche con la adinerada Madame Céline
Villeneuve “Madame D” Desgoffe und Taxis (buena Tilda Swinton), esta parte a su
residencia, un mes después se le comunica a Gustave que “Madame D” ha fallecido
misteriosamente, Gustave marcha con Zero al funeral, allí se entera que “Madame
D” le ha legado un famoso y valiosísimo cuadro, “Chico con manzana”, esto pone
iracundo al hijo, Dmitri (buen Adrien Brody), Gustave ante el cariz que toma la
situación decide cvolver al hotel, no sin antes sustraer el cuadro que le han
legado, sustituyéndolo por otro, “Chico con manzana” es escondido por Gustave y
Zero. Lo cosa se complica aún más al ser arrestado y encarcelado Gustave por el
asesinato de “Madame D”. En la historia tienen importancia además, la novia de
Zero, Agatha (deliciosa Saoirse Ronan), el despiadado sicario de Dmitri, JG
Jopling (gran Willem Dafoe), el mayordomo de “Madame D” Serge X (buen Mathieu
Amalric), o Henckels (Buen Edward Norton), el flemático jefe de policía.


Wes Anderson
escribe el guión basándose en una historia propia y de Hugo Guiness (“El
Fantástico Mr. Fox”), inspirándose en escritos del escritor judío-austriaco
Stefan Zweig (“Maria Antonieta” o “Carta A Una Desconocida”), escritor popular
en su época que retrató de modo primoroso el periodo de entreguerras en Europa,
con la llegada al poder de Hitler se exilió en varios lugares llegando al final
a Brasil, un combatiente a ultranza del nazismo, su obra fue prohibida en
Alemania, el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis (Brasil) se suicidó junto a su
esposa con una sobredosis de barbitúricos, los dos estaban tumbados en la cama
cogidos de la mano, Zweig pensaba que el Nazismo triunfaría y no podía soportar
la idea este Infierno.

Anderson nos
sitúa en una Europa ficticia, la de los años 30, un lugar clasista, con
pomposos hoteles, trenes de vapor, pasteles epicúreos, y perfumes etéreos, de
modales refinados, justo antes del advenimiento de los totalitarismos que
asolarían el Viejo Continente, siendo este un aspecto que sobrevuela sutilmente
el relato. El director con referencias a Lubitsch, Hitchcock u Ophüls puebla la
cinta de un oropel de personajes extravagantes, manejando situaciones
delirantes, inundadas de lirismo visual, mezclando géneros tan diversos como el
drama, la aventura, la comedia, el bélico, la acción, el carcelario, donde se
encadenan amores, amistades inquebrantables, fugas, enredos, asesinatos,
sicarios sanguinarios, robos, tiroteos, logias de conserjes de hotel,
persecuciones de esquí o bobsleigh, y todo en un desarrollo trepidante, fluido
donde los gags visuales desbordan la pantalla, con diálogos frescos e
ingeniosos, una mirada entrañable al paso inexorable del tiempo, una
complaciente exploración de las relaciones mentor-discípulo y de los amores
primerizos. Parte de la idea de contar el relato en formato de muñecas rusas,
un flash-back dentro de otro, es contado por alguien de modo que lo que vemos
es la visión idealizada y cargada de romanticismo de alguien mayor que viaja
con ternura al pasado de su mente, esto deriva en la visión guiñolesca de
muchas situaciones que roza el estilo tebeo, con maquetas que cantan, que
sirven para trasladarnos con dulzura a nuestra niñez. Es una odisea que ensalza
con melancolía enternecedora de un mundo que solo existió en las mentes de
quienes lo vivieron y que quieren trasladarnos su particular oda al poder
mágico de los Recuerdos. Todo esto deriva en un Clásico instantáneo, un
divertido, encantador, fascinante, magnético film, con poderosos toques
humanistas, una historia bañada en un halo de nostalgia, inundada de vitalismo,
un elogio a la imaginación, con un patinado naif donde se roza el surrealismo.
Todo enmarcado en un aire de farsa muy bien hilada, con destellos magistrales
de humor, con giros sorpresa inteligentes, empapado el metraje en una
decadencia conmovedora.

La puesta es en escena es
simplemente Antológica, un tsunami sensorial donde los escenarios, la fotografía,
la música, el montaje o la afinada coreografía se ponen en armonía formando un
eclipse de luz epicúreo, un compendio de todo lo mejor del cine de Wes Anderson
llevado al extremo más exacerbado, ya desde el arranque deja constancia de lo
juguetón que es cuando para cada salto temporal utiliza un formato distinto de
imagen y de fotografía. Se rodó íntegramente en Alemania, con un diseño de
producción sublime de Adam Stockhausen (“Viaje A Darjeeling”, “Moonrise
Kingdom” o “12 Años De Esclavitud”), con decorados fastuosos a base de
turbadoras maquetas, Wes afirma sabiamente < La marca en particular de la
artificialidad que me gusta usar es una sola pasada de moda>, con el hotel
que al principio se asemeja a una casa de muñecas (concepto con el que le gusta
jugar a l director en su filmografía), inspirándose para el Gran Budapest en el
Palace Bristol Hotel, en sus tonos rosa-pastel, en el Grandhotel Pupp, ambos en
la ciudad balneario de Karlovy Vary en la república Checa, y en el Grandhotel
Gellért de Budapest, además para el funicular se hizo para ser una maqueta
bastante grande, a una tercera parte, para captar mejor su encanto. Esto
envuelto en la formidable fotografía de Robert D. Yeoman (“Los Tennenbaums”,
“Life Aquatic” o “Moonrise Kingdom”), rebosante orgia visual de tonos pastel de
mucha calidez, resaltando los rosas, rojos, violetas, blancos-nieve los
azulados, a esto se suman movimientos de cámara hipnóticos, encuadres
alambicados, encuadres simétrico-obsesivos, tomas subjetivas, primeros absorbentes
planos, slows geniales, avantis
fenomenales, tomas generales hermosas, travellings Impresionantes, planos
cenitales, imponentes zooms, grandes angulares, componiendo lienzos de una
beldad evocadora mágica, cuasi-viñetas de un comic donde cada elemento está
cuidado con mimo, en pos ce transmitirnos sensación de cuento, a lo que suma un
fantástico montaje de Barney Pilling (“An Education”) imponiendo una cadencia
que acelera, serena y ralentiza en pos de cada momento adecuado, se suma el
brillante trabajo en vestuario de Milena Canonero (“La Naranja Mecánica” o “El
Padrino III”), y todo esto columpiado en
la evocadora música de Alexandre Desplat (“El Escritor”), con temas populares
rusos y composiciones de Öse Schuppel, Siegfried Behrend, y Vitaly Gnutov,
interpretadas las melodías por la Orquesta Folk Osipov Estatal de Rusia, 32
sugestivos temas en los que se utilizan instrumentos genuinos de la época y el
lugar, guitarras flamencas, órganos de iglesias, cajas de música, el clavecín,
laudes, balalaikas rusas, címbalo moldavo o trompas alpinas, a los que se
añaden cantos de coros que ofrecen temas tiroleses y cosacos, ello para
ofrecernos una galería musical espléndida, que sabe canalizar dulcemente cada
momento emocional, Excelente, la oigo mientras escribo.


El film esta regado de momentos para el recuerdo
perenne: Las charlas aleccionadoras de Gustave con Moustafa; La lectura por
parte de Moustafa de la carta del prisionero Gustave a los mozos; Jopling
persiguiendo con aviesas intenciones al abogado Kovacs, juego del gato y ratón
sombrío, de humor negro chispeante; La tronchante huida de presidio se convierte en una gimkana milimétricamente
armoniosa, 4 minutos Apoteósicos; La cadena de llamadas que Gustave inicia con
la logia de conserjes de hotel (The Society Of The Crossed Keys); Como llega
Gustave con Moustafa al monasterio en las cumbres alpinas, delirante; La
Descomunal persecución descendiendo la montaña, Gustave y Moustafa en trineo y Jopling
en esquís, Magno tributo a los comics; Excelente el clímax final con el tiroteo
en el hotel, con una coreografía visual estupenda; Excelso el guiño artístico
cuando el cuadro McGuffin “Niño con manzana” en la ficción pintado por el
holandés Johannes Van Hoytl (encargado por Wes Anderson al pintor Michael
Taylor, influenciándose en Bronzino y Durero) objeto de codicia de unos y otros
es falso y el que iracundo Dmitri rompe es un cuadro real del austriaco Egon
Schiele (1890-1918), “Dos lesbianas masturbándose” (“Two lesbians
masturbating”) por considerarlo una aberración.


Ralph Fiennes maravilloso en su rol de amanerado
inteligente, sofisticado, elegante, mujeriego de geriátrico, maniaco del
perfume, narcisista, noble, leal, con gran sentido del deber, le aporta matices
que lo hacen encantador. Tony Revolory en su primer papel en cine es la grata
sorpresa, destila simpatía, contención, admiración, camaradería, amor,
dignidad, con una gran sutilidad en economía gestual nos gana con su ingenuidad
y candidez. Saoirse Ronan resulta enternecedora en su papel, con ese toque de
imperfección que es su mancha en la cara (con forma de México) que la hace aún
más dulce y frágil, una delicia, para comérsela con los pasteles Mendls. Willem
Dafoe soberbio e impresionante en su psicópata mercenario, creando un icono
cruce de vampiro y Neo en “Matrix”, ser de apariencia aterradora, con lenguaje
gestual pavoroso. Adrian Brody resulta muy mordaz y divertido en villano de
caricatura, una parodia punzante. Me ha gustado mucho Harvey Keitel en su Ludwig,
veterano preso rapado y lleno de tatuajes, abrumador en su comicidad. Como en
el cine de Wes Anderson hay un tropel de secundarios interminables con pequeños
papeles.
El único defectillo que le encuentro es que le cuesta
un poco arrancar, el artificio de los flash-backs desvían la atención de lo
importante, resulta un tanto irregular, pero cuando aparece Gustave H. y su
relación paternal con Zero la acción y el delirio no paran en un tropel de
situaciones que combinan con perspicacia la belleza visual con el ingenio de
una historia muy bien desarrollada, quizás se podría haber ahorrado los saltos
temporales, una mota de polvo en un desierto. Hay quien ha podido criticarla
por que el envoltorio estaría por encima del contenido, quizás se le pueda
achacar en alguna otra obra de Anderson en esta NO, aquí la estética está al
servicio de un relato Ingenioso.
Una Obra que gana con posteriores visionados, esto la
hace aún más grande, Wes Anderson en su obra más redonda. Recomendable a los
sibaritas gourmets de cine exquisito. Fuerza y honor!!!
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