domingo, 14 de septiembre de 2014




EL GRAN HOTEL BUDAPEST.

WES ANDERSON
El singular realizador texano Wes Anderson en su octavo largometraje (primero de producción no americana, financiación británico-germana) me ha ganado definitivamente para su causa con esta su obra más completa, sólida y satisfactoria, un film pulido al máximo donde todas las virtudes de este creador quedan maximizadas y sus defectillos anulados. Un tipo cine marcado por una hipercuidada puesta en escena, historias marcadas por la nostalgia, la melancolía, las ansias de viajar a nuestra infancia, argumentos sobre el despertar de la inocencia, y todo envuelto en un tipo de humor sutil, sofisticado, elegante y con un delicioso aroma comicquero, puesto esto en este “Gran Hotel Budapest” se hace patente en todo su brillante esplendor.


El escenario principal es la República ficticia de Zubrowka, se supone una nación centroeuropea en los Alpes. La historia arranca en el presente, una niña lee un libro, en el autor (Tom Wilkinson, en 1968 Jude Law) situado en 1985 cuenta un viaje que realizó en 1968 a Zubrowka, instalándose en el Gran Hotel Budapest, ahora un lugar decadente. Allí conoce al propietario Zero Moustafa (Frank Murray Abraham) que le cuenta la historia de cómo llegó a ser dueño del hotel. Viajamos en otro flash-back a 1932, época de gran esplendor del hotel, llegó allí como un botones (ahora el espléndido Tony Revolory), siendo fiel asistente del gran conserje del hotel, Monsieur Gustave H. (gran Ralph Fiennes). El dueño del Gran Budapest es un misterio y las indicaciones sobre lo que hacer son dadas por el abogado de este, Kovacs (buen Jeff Goldlum). Gustave es tan devoto de complacer a su clientela que se especializa en hacer felices hasta donde sea necesario a todas las mujeres, especialmente a las de avanzada edad. Su gran aventura comienza cuando tras pasar la noche con la adinerada Madame Céline Villeneuve “Madame D” Desgoffe und Taxis (buena Tilda Swinton), esta parte a su residencia, un mes después se le comunica a Gustave que “Madame D” ha fallecido misteriosamente, Gustave marcha con Zero al funeral, allí se entera que “Madame D” le ha legado un famoso y valiosísimo cuadro, “Chico con manzana”, esto pone iracundo al hijo, Dmitri (buen Adrien Brody), Gustave ante el cariz que toma la situación decide cvolver al hotel, no sin antes sustraer el cuadro que le han legado, sustituyéndolo por otro, “Chico con manzana” es escondido por Gustave y Zero. Lo cosa se complica aún más al ser arrestado y encarcelado Gustave por el asesinato de “Madame D”. En la historia tienen importancia además, la novia de Zero, Agatha (deliciosa Saoirse Ronan), el despiadado sicario de Dmitri, JG Jopling (gran Willem Dafoe), el mayordomo de “Madame D” Serge X (buen Mathieu Amalric), o Henckels (Buen Edward Norton), el flemático jefe de policía.


Wes Anderson escribe el guión basándose en una historia propia y de Hugo Guiness (“El Fantástico Mr. Fox”), inspirándose en escritos del escritor judío-austriaco Stefan Zweig (“Maria Antonieta” o “Carta A Una Desconocida”), escritor popular en su época que retrató de modo primoroso el periodo de entreguerras en Europa, con la llegada al poder de Hitler se exilió en varios lugares llegando al final a Brasil, un combatiente a ultranza del nazismo, su obra fue prohibida en Alemania, el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis (Brasil) se suicidó junto a su esposa con una sobredosis de barbitúricos, los dos estaban tumbados en la cama cogidos de la mano, Zweig pensaba que el Nazismo triunfaría y no podía soportar la idea este Infierno.





Anderson nos sitúa en una Europa ficticia, la de los años 30, un lugar clasista, con pomposos hoteles, trenes de vapor, pasteles epicúreos, y perfumes etéreos, de modales refinados, justo antes del advenimiento de los totalitarismos que asolarían el Viejo Continente, siendo este un aspecto que sobrevuela sutilmente el relato. El director con referencias a Lubitsch, Hitchcock u Ophüls puebla la cinta de un oropel de personajes extravagantes, manejando situaciones delirantes, inundadas de lirismo visual, mezclando géneros tan diversos como el drama, la aventura, la comedia, el bélico, la acción, el carcelario, donde se encadenan amores, amistades inquebrantables, fugas, enredos, asesinatos, sicarios sanguinarios, robos, tiroteos, logias de conserjes de hotel, persecuciones de esquí o bobsleigh, y todo en un desarrollo trepidante, fluido donde los gags visuales desbordan la pantalla, con diálogos frescos e ingeniosos, una mirada entrañable al paso inexorable del tiempo, una complaciente exploración de las relaciones mentor-discípulo y de los amores primerizos. Parte de la idea de contar el relato en formato de muñecas rusas, un flash-back dentro de otro, es contado por alguien de modo que lo que vemos es la visión idealizada y cargada de romanticismo de alguien mayor que viaja con ternura al pasado de su mente, esto deriva en la visión guiñolesca de muchas situaciones que roza el estilo tebeo, con maquetas que cantan, que sirven para trasladarnos con dulzura a nuestra niñez. Es una odisea que ensalza con melancolía enternecedora de un mundo que solo existió en las mentes de quienes lo vivieron y que quieren trasladarnos su particular oda al poder mágico de los Recuerdos. Todo esto deriva en un Clásico instantáneo, un divertido, encantador, fascinante, magnético film, con poderosos toques humanistas, una historia bañada en un halo de nostalgia, inundada de vitalismo, un elogio a la imaginación, con un patinado naif donde se roza el surrealismo. Todo enmarcado en un aire de farsa muy bien hilada, con destellos magistrales de humor, con giros sorpresa inteligentes, empapado el metraje en una decadencia conmovedora.




La puesta es en escena es simplemente Antológica, un tsunami sensorial donde los escenarios, la fotografía, la música, el montaje o la afinada coreografía se ponen en armonía formando un eclipse de luz epicúreo, un compendio de todo lo mejor del cine de Wes Anderson llevado al extremo más exacerbado, ya desde el arranque deja constancia de lo juguetón que es cuando para cada salto temporal utiliza un formato distinto de imagen y de fotografía. Se rodó íntegramente en Alemania, con un diseño de producción sublime de Adam Stockhausen (“Viaje A Darjeeling”, “Moonrise Kingdom” o “12 Años De Esclavitud”), con decorados fastuosos a base de turbadoras maquetas, Wes afirma sabiamente < La marca en particular de la artificialidad que me gusta usar es una sola pasada de moda>, con el hotel que al principio se asemeja a una casa de muñecas (concepto con el que le gusta jugar a l director en su filmografía), inspirándose para el Gran Budapest en el Palace Bristol Hotel, en sus tonos rosa-pastel, en el Grandhotel Pupp, ambos en la ciudad balneario de Karlovy Vary en la república Checa, y en el Grandhotel Gellért de Budapest, además para el funicular se hizo para ser una maqueta bastante grande, a una tercera parte, para captar mejor su encanto. Esto envuelto en la formidable fotografía de Robert D. Yeoman (“Los Tennenbaums”, “Life Aquatic” o “Moonrise Kingdom”), rebosante orgia visual de tonos pastel de mucha calidez, resaltando los rosas, rojos, violetas, blancos-nieve los azulados, a esto se suman movimientos de cámara hipnóticos, encuadres alambicados, encuadres simétrico-obsesivos, tomas subjetivas, primeros absorbentes planos, slows  geniales, avantis fenomenales, tomas generales hermosas, travellings Impresionantes, planos cenitales, imponentes zooms, grandes angulares, componiendo lienzos de una beldad evocadora mágica, cuasi-viñetas de un comic donde cada elemento está cuidado con mimo, en pos ce transmitirnos sensación de cuento, a lo que suma un fantástico montaje de Barney Pilling (“An Education”) imponiendo una cadencia que acelera, serena y ralentiza en pos de cada momento adecuado, se suma el brillante trabajo en vestuario de Milena Canonero (“La Naranja Mecánica” o “El Padrino III”),  y todo esto columpiado en la evocadora música de Alexandre Desplat (“El Escritor”), con temas populares rusos y composiciones de Öse Schuppel, Siegfried Behrend, y Vitaly Gnutov, interpretadas las melodías por la Orquesta Folk Osipov Estatal de Rusia, 32 sugestivos temas en los que se utilizan instrumentos genuinos de la época y el lugar, guitarras flamencas, órganos de iglesias, cajas de música, el clavecín, laudes, balalaikas rusas, címbalo moldavo o trompas alpinas, a los que se añaden cantos de coros que ofrecen temas tiroleses y cosacos, ello para ofrecernos una galería musical espléndida, que sabe canalizar dulcemente cada momento emocional, Excelente, la oigo mientras escribo.


El film esta regado de momentos para el recuerdo perenne: Las charlas aleccionadoras de Gustave con Moustafa; La lectura por parte de Moustafa de la carta del prisionero Gustave a los mozos; Jopling persiguiendo con aviesas intenciones al abogado Kovacs, juego del gato y ratón sombrío, de humor negro chispeante; La tronchante huida de  presidio se convierte en una gimkana milimétricamente armoniosa, 4 minutos Apoteósicos; La cadena de llamadas que Gustave inicia con la logia de conserjes de hotel (The Society Of The Crossed Keys); Como llega Gustave con Moustafa al monasterio en las cumbres alpinas, delirante; La Descomunal persecución descendiendo la montaña, Gustave y Moustafa en trineo y Jopling en esquís, Magno tributo a los comics; Excelente el clímax final con el tiroteo en el hotel, con una coreografía visual estupenda; Excelso el guiño artístico cuando el cuadro McGuffin “Niño con manzana” en la ficción pintado por el holandés Johannes Van Hoytl (encargado por Wes Anderson al pintor Michael Taylor, influenciándose en Bronzino y Durero) objeto de codicia de unos y otros es falso y el que iracundo Dmitri rompe es un cuadro real del austriaco Egon Schiele (1890-1918), “Dos lesbianas masturbándose” (“Two lesbians masturbating”) por considerarlo una aberración.





Ralph Fiennes maravilloso en su rol de amanerado inteligente, sofisticado, elegante, mujeriego de geriátrico, maniaco del perfume, narcisista, noble, leal, con gran sentido del deber, le aporta matices que lo hacen encantador. Tony Revolory en su primer papel en cine es la grata sorpresa, destila simpatía, contención, admiración, camaradería, amor, dignidad, con una gran sutilidad en economía gestual nos gana con su ingenuidad y candidez. Saoirse Ronan resulta enternecedora en su papel, con ese toque de imperfección que es su mancha en la cara (con forma de México) que la hace aún más dulce y frágil, una delicia, para comérsela con los pasteles Mendls. Willem Dafoe soberbio e impresionante en su psicópata mercenario, creando un icono cruce de vampiro y Neo en “Matrix”, ser de apariencia aterradora, con lenguaje gestual pavoroso. Adrian Brody resulta muy mordaz y divertido en villano de caricatura, una parodia punzante. Me ha gustado mucho Harvey Keitel en su Ludwig, veterano preso rapado y lleno de tatuajes, abrumador en su comicidad. Como en el cine de Wes Anderson hay un tropel de secundarios interminables con pequeños papeles.


El único defectillo que le encuentro es que le cuesta un poco arrancar, el artificio de los flash-backs desvían la atención de lo importante, resulta un tanto irregular, pero cuando aparece Gustave H. y su relación paternal con Zero la acción y el delirio no paran en un tropel de situaciones que combinan con perspicacia la belleza visual con el ingenio de una historia muy bien desarrollada, quizás se podría haber ahorrado los saltos temporales, una mota de polvo en un desierto. Hay quien ha podido criticarla por que el envoltorio estaría por encima del contenido, quizás se le pueda achacar en alguna otra obra de Anderson en esta NO, aquí la estética está al servicio de un relato Ingenioso.


Una Obra que gana con posteriores visionados, esto la hace aún más grande, Wes Anderson en su obra más redonda. Recomendable a los sibaritas gourmets de cine exquisito. Fuerza y honor!!!


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