EL GATOPARDO.
Se vogliamo
che tutto rimanga come é, bisogna che tutto cambi.
El gran
Luchino Visconti nos regaló en su octavo largometraje una fastuosa radiografía
de la decadencia, una ampulosa y bellísima cinta basada en la homónima novela
de Giuseppe Tomasi di Lampedusa de 1957, la única que escribió, Clásico
imperecedero que hará las delicias de los que gusten del cine como Arte, como
serena demostración pictórica de un tiempo que se extinguía, absténganse los
incondicionales de ritmos frenéticos, aquí lo que prima es la introspección de
una era que se consume, la de la aristocracia dominante, para dejar paso a la
pujante burguesía, ello comandado en pantalla por un Extraordinario Burt
Lancaster, Titán entre Titanes, el público le dio la espalda en taquilla,
siendo un fracaso comercial de su calidad habla que le dieron la Palma de Oro
en Cannes.
El escenario es la Sicilia de
1860, Garibaldi ha desembarcado en Marsala con su revolución unificadora
transalpina, poniendo en jaque el status quo de la aristocracia italiana. El
protagonista es el hacendado Príncipe Don Fabrizio Salina (gran Burt
Lancaster), un orgulloso y altivo hombre de 45 años, vive en un mansión a las
afueras de Palermo con su esposa, Maria stella (buena Rina Morelli) y su
familia, este asiste con flema y estoicismo a los presuntos cambios que se
avecinan, del choque entre monárquicos contra revolucionarios, su querido
sobrino Tancredi Falconeri (buen Alain Delon) se une a los garibaldianos, tras
el fin de la contienda, Tancredi mantiene una estrecha relación con la hija mayor
del Príncipe, Concetta (buena Lucilla Morlacchi), los Salina viajan a su
residencia veraniega en el Palacio de Donnafugata, allí Tancredi conoce a
Angelica Sedara (hermosa Claudia Cardinale), la bella hija del alcalde, Don Calogero (estupendo
Paolo Stoppa), alcalde y adalid de la vulgar burguesía dominante, a la que el
príncipe deberá acostumbrarse a su pesar.
En el guión tomaron parte cinco escritores, Suso Cecchi
D’Amico (“Ladrón De Bicicletas”), Pasquale Festa campanile (“Rocco y sus
hermanos”), Enrico Medioli (“Erase una vez en América”), Massimo Franciosa
(“Rocco y sus hermanos”) y el propio realizador, retratando con solidez y
profundidad la decadencia de una clase social, algo en lo que Visconti era un
genio como demostró en films como “Muerte en venecia”, “Luis II de Baviera” o
“El inocente”. Todo con el telón de fondo histórico de la ocupación
garibaldiana de Sicilia en 1860, el referéndum para la unión de los diferentes
estados transalpinos en el Reino de Italia, hasta llegar a la victoria de
Pallavicino contra Garibaldi en 1862, para asentar en el poder al Rey Victor
manuel II.
El Príncipe Salina es el alter ego de el Príncipe
Giulio Fabrizio Tomasi di Lampedusa, astrónomo de renombre, bisabuelo del
escritor. Visconti pertenecía a la aristocracia con la que guardaba una
relación de amor-odio, renegó de ella al unirse durante la WWII al partido
comunista, pero en sus films denota embrujo por ella, en este caso componiendo
un lienzo agridulce sobre un tiempo revolucionario, lo que se llamó Il
Rissorgimento (fue una revolución más
liviana que la francesa, su mayor anhelo era la unificación de pequeños estados
semi-feudales y pontificios n la nación de Italia) , haciendo de
El Gatopardo su alter ego, el Último noble, hombre culto y reflexivo que asiste
con estoicismo a como el mundo a su alrededor cambia, para estar igual pero
peor (dixit), hombre no se encuentra a gusto en el viejo mundo, pero menos en
el nuevo, su némesis es Don Calogero, el símbolo de la burguesía, un tipo
ordinario que solo se mueve por dinero. La cinta es un hondo drama, que nos
habla del nacimiento de la clase social burguesa, a la que se pinta de modo
ordinario y ruin, unos advenedizos que medran por dinero, a través del Príncipe
(símbolo de la aristocracia) se nos ofrece una semblanza del ocaso de un
microcosmos elitista y del comienzo de la pujanza arribista de la burguesía,
una mirada nostálgica, melancólica, crepuscular, en la que se tocan además
temas como la cercanía de la muerte, la juventud enfrentada a la vejez, el
inexorable paso del tiempo, el sometimiento al vigor de las nuevas
generaciones, visión amarga sobre el Cambio, una elegía sobre los Nuevos
Tiempos, se coloca en el filo del abismo a una clase privilegiada que ve
apagarse sus prebendas a favor de los astutos empresarios y comerciantes, la
nueva “aristocracia”, y como los antiguos nobles deben amoldarse a la nueva
era, muy a su pesar (<Nosotros éramos los gatopardos, ahora llega el tiempo
de las hienas> dice el príncipe), la señal del amoldamiento es el matrimonio
entre Tancredi (la aristocracia) con Angelica (la burguesia), y el mar donde se
funden es el Sibarita baile final. Visconti consigue envolver en un
estremecedor aura de nostalgia el film, gracias a su destreza para exponernos
con un evocador lirismo visual situaciones muchas de ellas manadas de su
maestría en engarzar con tono operístico solemne muchos momentos que rozan lo
epicúreo.

La puesta en escena es Antología del Séptino Arte, un
tsunami de belleza sensorial rara vez igualado en el cine, con un apoteósico
diseño de producción de Mario Garbuglia (“Waterloo”), que protagonista a
Sicilia, con palacios suntuosos, rodado en el Palazzo Gangi de Palermo, donde
se produce el baile, parajes sicilianos bellísimos, con interiores rebosantes
de detalles, con espejos, cortinas al viento, lienzos, tapices, flores,
lámparas, ello en pos de reminiscencias pictóricas, sensación que se alcanza
con la espléndida fotografía en technicolor y scope de Giusseppe Rotunno (“Amarcord”),
realzando los fotogramas con epicúrea hermosura, los decorados, los lindos
planos generales de la campiña siciliana, el elegante vestuario, emocionales
primeros planos, elevándose a los altares en el tramo del baile, inspirándose
en pintores como Eugène Delacroix (1798-1863) y William Hogarth (1697-1764),
incluso hay una trémula escena con un cuadro de protagonista, “La Muerte Del
Justo” de Jean-Baptiste Greuze, esto es un salón del Palazzo Ponteleone en
Palermo, además para imprimir realismo Visconti minimizó el uso de luz
eléctrica, sustituyéndolas por centenas de velas. Ostentoso y precioso el
vestuario de Piero Tosi (“Muerte En Venecia”), acentuando la pomposidad y
vacuidad de una clase social preocupada por lo vacuo. Todo esto adornado por la
fascinante música del maestro Nino Rota (“El Padrino”), que adapta una melodía
suya inacabada realizada durante la WWII, “Sinfonia sopra una canzone d’amore”,
adapta un vals inédito de Verdi, “Vals brillante”, suma momentos de “La
Traviata” (Verdi) y “Sonámbula” (Bellini), y con temas originales para el film
como los evocadores “Entrada de Angélica”, “Angelica” o “Finale”, valses,
mazurcas, polcas se escuchan en su metraje, música que mece la acción en el
abismo elegiaco que se mueve sus protagonistas.


Todos estos elementos se
funden en el probablemente escena de baile más hermosa jamás filmada, el clímax
final del film, más de una cuarta parte de duración abarca, unos 50 minutos (en
el libro es diferente, spoiler), donde lo viejo de la aristocracia se mezcla con
lo nuevo, la burguesía, el Colosal Palacio regentado por advenedizos trepas, donde
el Príncipe sentirá que el paso del tiempo le supera, un microcosmos de
personajes que reflejan una nueva era, nobles, militares hipócritas, burgueses
mezquinos, vanidosos, codiciosos, falsos, arrogantes, fanfarrones, un
deprimente fresco social, donde la melancolía se respira en medio de tono
epicúreo-operístico, destilando un aroma crepuscular, de fiesta interminable de
despedida de un mundo que agoniza, rezuma alegría impostada, nostalgia por lo
que se deja atrás, hay resonancias al ocaso de la vida y al advenimiento de la
vejez con la cercanía de la muerte, sublime, la escena cuadrangular entre el Príncipe,
Tancredi, Angélica y el cuadro “La Muerte del Justo”, estremecedora, con
diálogos que te calan, donde el Príncipe sutilmente deja entrever su amor a Angélica
pero es sabedor que su tiempo ha perecido, debe dejar paso a los Tancredis y
Calogeros.Y por supuesto el baile en sí, coreografiado suntuosamente por Alberto Testa
(experto en ópera, además de trabajar para “Romeo y Julieta” o “Jesús de
Nazareth” ambas de Zeffirelli).

Burt
Lancaster es el alma del film, un Coloso entre colosos, un carisma abrumador,
un porte de hidalguía arrollador, con imagen singular de gran bigote, anchas
cejas y patillas de chuleta se asemeja al Gatopardo del título (Gatopardo que
está en el escudo nobiliario de la familia Salina), irradia majestuosidad,
sabiduría, profundidad reflexiva, una de sus grandes actuaciones, grandes
ententes con el sacerdote Pirrone (buen Romolo Valli), con Ciccio el ayudante
de caza, con el enviado del senado Chevally, o con los prometidos Angélica y
Tancredi durante el baile, divagando sobre la perecedera juventud, rodó en
inglés y doblado al italiano, cosa que no me gusta, es prostituir la
interpretación, Luchino Visconti tenía en mente a Laurence Olivier y al
soviético Nikolai Cherkasov, para tener mayor presupuesto los productores
hicieron un acuerdo para USA con la 20th Century Fox, y estos exigieron un
actor reconocido estadounidense, Lancaster. Alain Delon encarna con gran
ambigüedad a Tancredi, un sibilino que navega con el viento más favorable,
primero con Garibaldi y luego con los monárquicos que le combaten victoriosos, un
ejemplo de los nuevos tiempos como se amoldan, representa a la juventud que
anhela y envidia Don Fabrizio, el sentido aventurero, la belleza que el
Príncipe ve esconderse en su rostro, los ententes con Burt son luminarios, el
Príncipe quisiera ser Tancredi y poder enamorar a la más guapa, Delon destila
simpatía y encanto en un rol que rascando es incómodo, tiene el premio de decir
la frase más famosa del film y de las
más de la Historia del Cine, <Si queremos que las cosas se
queden como están, se necesita que todo cambie>, alegoría oral de la
condición camaleónica de los sicilianos. Claudia Cardinale inunda con su fresca
belleza la pantalla, un rol lleno de ingenuidad, al que le falta hondura, pero
intenta llenarlo la luz de sus ojos. Paolo Stoppa muy bueno en papel de
medrante que intenta trepar en la escala social. Serge Reggiani deja huella con
su empático personaje, con diálogos furibundos de ética moral con Don Fabrizio.
Romolo Valli encarna con mordacidad al cura. Como curiosidad aparece un tal
Mario Girotti como amigo de batallas y pretendiente frustrado de Concetta,
pocos años más tarde se haría famoso en comedias de acción, siendo mítica
pareja con Bud Spencer (nombre real Carlo Pedersoli).
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LUCHINO VISCONTI |
Momentos que combinan la
carga emotiva con la belleza alegórica son legión: Su inicio marcando el
talante de la familia aristócrata protagonista, la vemos rezando el rosario en la
habitación de palacio, con las ventanas abiertas y el aire ablentando las
cortinas, junto a ellos el servicio, y todos de rodillas, se escucha jaleo
fuera y a renglón seguido llega la noticia del desembarco de Garibaldi en
Sicilia, cosa que el príncipe se toma con flema e indiferencia; La apocalíptica
llegada de la familia Salina a Donnafugata, tras un largo viaje por caminos
terregosos llegan y los lugareños les invitan a comparecer a la Iglesia por la
misa, se colocan en sus asientos de privilegiados como su posición social
requiere, y Visconti realiza un crepuscular travelling, donde los aristócratas
son reflejados por el tupido polvo que los cubre y con el humo de los
botafumeiros como momias del pasado, muertos que aún no saben que lo están; La
impresionante llegada a la recepción-cena de Angélica, la vemos en su belleza,
se produce un zoom sobre Tancredi que sonríe pícaramente, otro sobre el Príncipe
que estaba sonriendo y deja de hacerlo, Angélica se muerde el labio
tímidamente, un hijo de Fabrizio se apaña coquetamente el lazo mirando a
Angélica, efecto devastador; Las cacerías de Don Fabrizio con Ciccio (buen
serge Raggiani), donde este desmenuza a la pujante burguesía, su falsa moral, y
a la manipulación electoral, ello enmarcado en planos preciosos; La discusión
en la cama de el príncipe con su esposa, donde la ira explota del Príncipe;
Cuando Angelica y Tancredi pasean por el palacio, habitaciones y más
habitaciones desamuebladas, polvorientas descuidadas, con telarañas, vestigios
del pasado glorioso que se apaga; Cuando un funcionario del Piamonte, Chevalley
Monterzuolo (buen Leslie French), visita al Príncipe para ofrecerle ser senador
en el nuevo parlamento del Reino de Italia, en una profunda charla Fabrizio se
producen las mejores frases del film <Soy un exponente
de la vieja clase, fatalmente comprometido con el antiguo régimen al que me
ligan vínculos de descendencia y afecto. La mía es una generación a caballo
entre dos mundos, pero que ya no encaja en ninguno>, <El sueño, un largo sueño es lo que
desean los sicilianos, y siempre odiaran y quienes quieran despertarlos, aunque
sea para ofrecerles los más hermosos regalos>, <No creo que Calogero
tenga más que yo, pero es lo bastante listo como para creérselo>, <Si los
hombres honrados se retiran, el camino quedará libre para la gente sin
escrúpulos, para los Sedara, y todo seguirá igual por los siglos venideros>,
<Los sicilianos no quieren mejorar porque se creen perfectos. Su vanidad es
más fuerte que su miseria>, <Este estado de cosas, no debía durar pero
durará siempre. El “siempre” de los hombres, uno o dos siglos. Luego, quizá,
todo será distinto, pero será peor>, <Nosotros fuimos los Gatopardos, los
Leones. Quienes nos sustituyan serán chacales y hienas, pero todos, gatopardos,
chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra>; Por supuesto el ya mencionado baile, Grandioso, culminado en el vals
ocaso que bailan Don Fabrizio y Angélica, especie de relevo entre el viejo y
nuevo mundo; Cuando a la mañana aún sigue el baile, vemos a el Príncipe en
servicio mirándose melancólicamente al espejo, y de sus ojos brota una lágrima,
llora por la muerte de su juventud, por la de su era, la de ”Los Gatopardos”; O
su estremecedor epílogo (spoiler).
La escena de la batalla se
nota ostentosa pero falta de alma, la veo forzada, sin poder de emocionar, la
ves y te deja frío, con una coreografía bélica bastante mejorable, no conoces a
nadie de los que luchan por lo que te deja distante, Visconti se metye a hacer
algo con lo que entiendo se siente incómodo, quizás forzado por los productores
a realizar una escena de acción, y hace algo tan pomposo y hueco como
indiferent5e deja al espectador, para más inri esta batalla no aparece en el
libro.
Spoiler:
Tras el baile, ya de amanecer,
el príncipe decide volver a palacio paseando por el pueblo, por el camino se
cruza con un cura que va dar la extremaunción con un monaguillo delante sonando
una campanilla, el Príncipe se arrodilla a su paso y mirando al cielo recita
<Oh, estrella! Oh, fiel estrella! Cuando me darás una cita menos efímera,
lejos de todo, en tu Reino de perenne seguridad?> en el último tiro de
cámara lo veremos aljarse por una calle oscura, cruzándose con un gato (alegoría?).
En la novela el baile es solo un bloque más, no es
el final, el libro se alarga más allá de 1862, pasando por la muerte del
Príncipe en 1883 y llegando a la vejez de Concetta tras la llegada del SXX,
restando de este modo importancia al baile, al contrario que Visconti que la
pone como punto álgido conclusivo.
En conjunto me queda una
notable obra sobre el paso inexorable de los años, sobre los paulatinos
cambios, que no siempre van a mejor, y con una Sublime actuación de Burt
Lancaster. No le doy más puntuación porque algunos pasajes podrían haberse
suprimido y hacerla algo más ágil, pero poca cosa. Fuerza y honor!!!
P.D.- La
productora italiana Titanus produjo este film, también lo hizo con la épica
bíblica “Sodoma Y Gomorra”, las dos fueron un tremendo fracaso taquillero que
la productora desapareciera.
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